By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 13 de junio de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 3

Ultima época

SIGLO XX .-
Empieza este siglo bajo la óptica de una gran demanda de los recursos minerales por parte del mercado europeo, muy especialmente en los años que anteceden a la Primera Guerra Mundial y que a la minería andaluza afectó en sectores tan importantes como el plomo, el cobre y el hierro. Por otro lado, esta etapa no estuvo exenta de profundos conflictos políticos, sociales y laborales que culminaron con la Guerra Civil (1936-1939). 
Las minas de hierro de El Pedroso aparecen en 1901 en manos de la firma Sota y Aznar de Bilbao, que intentó proseguir la explotación entre 1901 y 1907, teniendo que abandonar las labores en el último de los años mencionados; otra parte de las minas estaban arrendadas a los señores Latorre que en diferentes ocasiones se propusieron poner de nuevo en marcha la fábrica siderúrgica y las minas, correspondiendo el más reciente intento a los años de la Primera Guerra Mundial en que los minerales de esta zona, altos en sílice, eran bien aceptados por el mercado alemán; entre 1918 y 1921 volvió a funcionar la instalación siderúrgica, si bien se vio obligada a paralizar ante la primera reacción del mercado por causa del elevado coste de transporte que grababan los minerales procedentes de la mina La Jayona, en la vecina región extremeña y que eran necesarios para proceder a las mezclas oportunas que permitían la utilización de las menas de estas minas de El Pedroso. 
En 1923 y al amparo de la Ley de Nacionalización y Organización de Industrias, se intenta de nuevo la puesta en marcha del asunto en base a la fabricación de lingote de acero, ferroaleaciones, bronces y latones militares, etc., barajándose la combinación de estos minerales de hierro silíceos con otros de la misma naturaleza de Cazalla y Constantina, los básicos de la Jayona, las magnetitas de Navalázaro en esta zona de El Pedroso y las de Zufre en Huelva, los coques de Peñarroya (Córdoba) y las hullas de Villanueva del Río e incluso las de Valdeinfierno y Hornachuelos , en Córdoba. No progresó esta intentona que de nuevo se planteó en 1927 de la mano de una nueva compañía formada a tal efecto bajo la denominación de Siderúrgica del Huelan, que convocó una suscripción pública de acciones sin llegar a cubrir ni el 30 por 100 del capital requerido para el desarrollo del proyecto. 
En 1931 surge la Compañía Sevillana de Ferrocarriles, Minas y Metalurgia, S.A., que en un manifiesto profusamente repartido criticaba el funcionamiento de la sociedad escocesa Baird, explotadora del yacimiento de Cerro del Hierro, a la vez que proponía el desarrollo de un proyecto siderúrgico con capacidad para 15.000 toneladas anuales de hierro laminado. Estasminas bajo la titularidad primero de Willian Baird Mining Co.Ltd., denominada después The Baird’s Mining Co., tuvieron una producción entre 1895 y 1932, es decir, durante un periodo de treinta y siete años, de 7,63 millones de toneladas, o sea aun ritmo de 200.000 toneladas anuales por término medio. 
Por su parte las minas de El Pedroso también estuvieron en manos de capital foráneo hacia 1912, especialmente la zona central del yacimiento que fue trabajada por la Societe des Mines du Pedroso y había aportado la Compañía Industrielle et Commerciale D’Anvers; esta compañía también trabajó entre 1910 y 1912 las magnetitas de la Sierra de la Grana, en término de Cazalla de la Sierra, con una producción en estos dos años de 20.000 toneladas que eran transportadas en carros a la estación de El Pedroso a 17 kilómetros de distancia, con un coste de nueve pesetas por tonelada. Estas minas de Cazalla a partir de 1912 pasaron a la Compañía Minera de Andalucía que realizó trabajos de investigación sin llegar a su explotación industrial. 
En Guadalcanal siguieron en activo las minas de hierro de La Jayona, que en 1902 instalaron un tranvía aéreo de 5,6 kilómetros de longitud hasta la estación de Fuente del Arco con una capacidad de 400 toneladas a la hora. Una gran parte de los minerales procedentes de estos yacimientos situados en el Cerro de las Herrerías y que desde tiempos remotos habían sido utilizados como fundentes en el tratamiento de los minerales de plata de Guadalcanal; durante esta época reciente eran adquiridos por la SMMP para ser empleados con igual fin en su fábrica de función de plomo de Peñarroya y otras, existiendo por aquel entonces la creencia general de que contenía altas leyes en plata, si bien este dato nunca fue comprobado ya que la posible documentación al respecto desapareció en el incendio de los archivos de la SMMP en el año 1920. 
También en Alanís en el año 1906 se encontraba activa la Sociedad Minera de Onza explotadora de los criaderos de hierro situados en la margen del Río Onza 
En Cazalla , desde el 1900, Guillermo Sundheim asociado a la casa Fould Et Cie., de París, investigaba el coto minero Morena y en 1909 The Cazalla Mining Co.Ltd. adquiría la mina cuprífera San Miguel y en Constantina proseguía en actividad intermitente la mina del Pago de Gibla entre 1917 y 1927, centrándose las labores en la antigua Josefina que en 1922 producía 150 toneladas. También en Constantina la sociedad Minas de Cervigueros explotaba el coto del mismo nombre en 1900, de minerales de hierro y plomo con abundante plata, cesando su actividad en 1903 en que vendió minas e instalaciones. 
Para la explotación del grupo minero del Marín cerca de Guadalcanal y en término de Alanís, se constituyó en 1902 la Sociedad Argentífera Sevillana que dos años más tarde terminaba la instalación de cinco sistemas de extracción en sus correspondientes pozos maestros, así como un lavadero mecánico en el grupo Norma, construyendo - dada su lejanía de núcleos urbanos - cuarteles para trabajadores, talleres, escuelas, etc.; el transporte del mineral se realizaba a lomos de caballería hasta la estación de Azuaga (Badajoz) distante 15 kilómetros. La actividad de esta compañía cuya producción se inició en 1905 con 1241 toneladas de concentrados, cesaba en 1910. 
En 1916 hay constancia de la actividad del grupo minero de plomo Laberinto también en Guadalcanal, que en ese año ocupaba a 48 operarios en el pozo Ernestina, 22 en La Cierva, 12 en San Luis y 9 en Norma: su máxima actividad tuvo lugar hasta 1927 cuando las labores se situaban a 140 metros de profundidad, transportándose el mineral a la estación de Berlanga. 
Por su parte, las minas de plata, en el año 1911 volvieron a reanudar con un nuevo intento de desagüe por parte de un grupo de mineros particulares, mediante la instalación de un sistema de bombas eléctricas alimentadas con una central a boca de mina; se perforaron 100 metros de pozo alcanzándose la cota de 200 metros, a la que se encontraban las labores antiguas, proyectándose una ampliación del capital para dimensionar los equipos de desagüe que no llegó a verse realizada al sobrevenir la Guerra Europea. En 1919 y sin que hubiera actividad minera, el yacimiento estaba cubierto por diversas concesiones bajo la titularidad de la Compañía del Pozo Rico, La Cuprífera Española y Rodolfo Goetz Phillipi. 
La explotación de la cuenca carbonera de Villanueva del Río estuvo en un ritmo de producción del orden de 200.000 toneladas anuales durante el primer tercio del siglo.
La mina del Cerro del Hierro continuaba su actividad. En 1946 pasaron manos de Nueva Montaña Quijano, S.A. extrayendo hasta 1966 la cantidad de dos millones de toneladas, transfiriéndose posteriormente a una nueva sociedad, Cerro del Hierro, S.A., que entre 1972 y 1977 extrajo una cifra similar.

Rafael Remuzgo Gallardo 

miércoles, 30 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 2


Del Siglo XVIII al XIX
SIGLO XVIII .-
Este siglo nace bajo el signo de la Guerra de Sucesión. No ofrece grandes cambios respecto al pasado anterior en lo que se refiere a una reactivación de la minería española en general y andaluza en particular, al menos en su primera mitad. Haría falta el acceso de Carlos III para que, siguiendo modelos europeos, se tomasen las iniciativas adecuadas en orden a un mejor conocimiento y aprovechamiento de los recursos minerales; así, a mediados de siglo el Marqués de la Ensenada daba los primeros pasos para la regeneración de la minería y se iniciaban tímidas gestiones para la implantación de la enseñanza oficial de esta minería, que no se vería materializada hasta 1777 con la creación de la Escuela de Minas de Almadén. 
Por otro lado, este periodo sigue estando caracterizado por una atención preferente a la explotación y beneficio de los recursos minerales del mundo colonial americano. 
No obstante, una serie de adelantos tecnológicos, entre otros el empleo de la pólvora en las operaciones de arranque en los primeros años del siglo XVIII, o la llegada de la primera máquina de vapor aplicada a la minería a finales del mismo, así como una mayor afición y facilidades para la publicación de textos escritos, favorecen el resurgir minero. 
La historia más sugerente en materia minera en Andalucía se produce a partir de 1725, cuando el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm, antiguo buzo dedicado -infructuosamente- a la búsqueda de galeones hundidos en la ría de Vigo, obtuvo licencia para explotar las minas de Riotinto, así como las de Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galaroza, durante el plazo de treinta años, con la sola condición de que a su término pasasen a la Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se hubiesen establecido. Para ello, redactó un documento proyectando la formación de una compañía explotadora de 2000 acciones de 500 dólares cada una, el asunto se puso de moda especialmente entre la clase alta de la Corte, participando varias damas ilustres. Este Manifiesto provocó una dura polémica a nivel nacional en la que participaron personas tan ilustres como Fray Martín de Sarmiento. Francisco Antonio de Ojeda y otros que con gran empeño y sarcasmo ridiculizaron el referido Manifiesto, llamado «bobos» a los españoles que se interesasen en el tema y calificando a Riotinto de «río revuelto para pescar incautos»
Al fin la compañía se constituyó, encargándose un informe sobre los criaderos al ingeniero alemán Roberto Shee, quien concluyó de manera favorable. De ahí que se afirmara la Compañía de Minas y se recaudaran los fondos necesarios para acometer la explotación, lo que no pudo evitar el que las desavenencias entre los socios y el común deseo de eliminar al fundador extranjero retrasaran el comienzo de los trabajos y a que, por último, la empresa se dividiera en dos: una, destinada a trabajar en Guadalcanal, y otra, en Riotinto, centrándose la labor de Wolters en esta última. 
A la muerte de Wolters, las minas de plata de Guadalcanal pasó a la dirección de María Teresa Harbert, hija del Duque de Powis y Par de Inglaterra, quien, tras un mandato irregular marcado por los pleitos, los herederos originales de la compañía provocaron la disolución de ésta. Y no fue hasta el año 1768, después de numerosas tentativas de reactivación, cuando, una compañía francesa, bajo el dominio del Conde Clonard y la dirección de Luis Lecamus de Limase, volvía a intentar el beneficio de estas minas, aunque con similar resultado. La falta de resultados favorables, tras una inversión estimada de 80.000 ducados, obligó a la compañía a contratar en 1775 los servicios del hábil perito sajón Juan Martín Hoppensak, quien, investigó el cruce de los filones y organizó el desagüe, anunciando asimismo la proximidad de la falla en las labores más profundas de la parte de Mediodía; a pesar de los esfuerzos, la empresa quebró como consecuencia de las dificultades del desagüe, paralizándose la actividad en 1778. 
Con posterioridad, el 14 de septiembre de 1796, el mencionado Hoppensak tomaba por su cuenta el beneficio de estas minas de Guadalcanal y Cazalla, proporcionándole el Gobierno el azogue necesario al precio de 500 reales el quintal, siendo esta concesión por tiempo limitada para él y su familia mientras se cumpliesen las condiciones establecidas. 
Estas minas habían sido visitadas por el físico y naturalista Guillermo Bowles, venido de Alemania, por los años de 1752, por encargo de Carlos III, y en su  Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España >, publicada en 1775, da cuenta del reconocimiento practicado en el Pazo Rico y en el denominado Campanilla a la vez que hace una reseña histórica de las mismas; asimismo refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Por otra parte, describe otras diferentes minas situadas en la zona de su entorno, algunas de ellas en trabajos, entre otras las localizadas en el mismo Guadalcanal, así como en Alanís; en los parajes de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos, en Cazalla, y en Fuente de la Reina, en Constantina, todas ellas de minerales argentíferos. Transcribiendo noticias anteriores Nicasio Antón del Valle, en «El Minero Español» de 1841, también se refiere a la existencia de las minas de Guadalcanal y Cazalla y a las situadas en Alanís y que se denominaban de Onza y La Beltrana, y en los lugares de Cervigueros de Huesma, Cerro de la Hermosa y Fuente de la Reina, en Constantina. 

SIGLO XIX .-
Diversos factores negativos incidirán notablemente en la creación de un marco propicio para la reactivación del sector extractivo tan maltrecho durante los siglos anteriores. Guerra de la Independencia, situación de hambre y miseria, que se acentuó por las series de epidemias que acaecieron en la primera mitad de este siglo. A esta disminución de los recursos humanos se sumó el factor de la emigración a tierras americanas. 
Esta no envidiable situación se vio continuada por las Guerras Carlistas así como por continuos conflictos políticos, internos y externos, a los que no fueron ajenos la progresiva pérdida de las colonias americanas que culminaba en 1898 con la pérdida de Cuba. 
Ni la aplicación de la máquina de vapor a la industria minera, ni las continuas legislaciones mineras fueron capaces de compensar la situación de crisis, sobre todo en la primera mitad del siglo. 
Durante la segunda mitad del siglo se produce un hecho importante que viene a potenciar el desarrollo minero: la implantación de los ferrocarriles que, en sus principios, con frecuencia estaban planteados como asistencia a la minería siendo común la existencia de socios y promotores coincidentes, en general extranjeros e importadores de las tecnologías de las que el país carecía, provocaron una fuerte penetración de capital europeo. Como ejemplo es destacable el nacimiento durante el último tercio del siglo de dos empresas que con el tiempo llegarían a constituir una de las más señaladas multinacionales en el ramo minero y que ostentan la denominación de sendas localidades andaluzas: Riotinto y Peñarroya de capital inglés y francés respectivamente.
En cuanto a las explotaciones de cobre y plomo con leyes altas en plata tenemos en términos de Constantina las minas Santa Cecilia, Santa Victoria y Coto Cervigueros, cuyas labores en 1834 alcanzaban la profundidad de 100 metros y también en el mismo municipio, en el Pago de Gibla, que explotó un filón cobrizo con plata que en 1870 volvía a ser trabajado con el nombre de mina Josefina. Entre 1880 y 1884 en Alanís se beneficiaban los escóriales de la mina Josefa Diana que permanecía inactiva por problemas de desagüe. Asimismo, en la década de 1860 se explotaban pequeños yacimientos plomizos de Las Navas de la Concepción. 
En las minas de plata de Guadalcanal, en 1806 se continuaban los trabajos, así como en Cazalla, por cuenta de Juan Martín de Hoppensak que las había tomado en arriendo en 1796. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público encargó el levantamiento y estudio de la zona a Fausto de Elhuyar y Francisco de la Garza, sin que el informe emitido abriese nuevos horizontes al desarrollo de este criadero. De nuevo en 1830 bajo el reinado de Fernando VII, intentó resucitarse este histórico tema encargándose al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente a Guadalcanal, fruto del cual en 1831 publicaba la ; esta información, en dos tomos de 600 y 724 páginas, constituyen una recopilación curiosa y prolija por orden cronológico hasta finales del siglo XVII de todos los documentos oficiales a que dio motivo el arriendo, explotación y beneficio de estas famosas minas de plata. 
En la década de 1840 se reanudaron las labores en Guadalcanal por parte de una compañía británica y que fueron abandonadas en corto plazo a pesar del informe favorable que poco tiempo antes había dado el capitán John Rule, negociante minero de gran reputación, como resultado de su visita personal. 
Hacia 1836 el activo e ilustrado oficial de Artillería Francisco de Elorza iniciaba el montaje de la ferrería de El Pedroso, en la provincia de Sevilla, auxiliado por el ingeniero de origen ruso Gustavo Wilke procedente de las minas de Riotinto. Sin embargo el primer intento serio de explotación y desarrollo de los criaderos de hierro de esta zona fue el que promovió la Compañía de Minas y Fábricas de El Pedroso que floreció en la segunda mitad del siglo XIX; para iniciar sus actividades esta compañía consiguió reunir en su mano casi toda la propiedad minera de importancia de la región de El Pedroso y sus proximidades, así como la totalidad de la del Cerro del Hierro, que denunciaba en 1872 a la vez que extendía su patrimonio a los términos de Cazalla, Constantina y Alanís. Sobre esta sólida base de propiedad que totalizaba unas 8.000 hectáreas, se lanzó a la construcción del complejo industrial denominado Fábrica de El Pedroso, en la confluencia del río Huesna y del arroyo de San Pedro, agrupando en ella los talleres e instalaciones siderúrgicas así como las construcciones auxiliares y albergues con capacidad para 500 obreros y sus familias, escuelas, etc., y una central hidráulica además de diversas plantas locomóviles. 
Los altos precios de arranque y del transporte de combustible desde la cuenca de Villanueva del Río, distante 31 kilómetros, impidieron la marcha favorable del negocio viéndose obligada la empresa a ceder sus minas más importantes a The Lima Iron Mines, en El Pedroso y a la sociedad escocesa Willian Baird Mining Co. Ltd. En el Cerro del Hierro. En 1895 se paralizó la marcha de la fábrica siderúrgica y en 1899 otra parte de sus minas aparecen a nombre de la compañía también inglesa Iberian Iron Ore Co. Ltd. 
Por su parte la firma Willian Baird Mining Co. Ltd. inició la explotación del criadero de Cerro del Hierro en 1895, año en que comenzaba la construcción de una línea férrea de 15 kilómetros de longitud desde el centro minero a la línea de Sevilla a Mérida, conocido como -El Empalme-. 
En término de Guadalcanal, en la Sierra de la Jayona, se explotaron una serie de concesiones bajo la titularidad del Marqués de Bogaraya a finales del siglo; el criadero a se trabajaba a cielo abierto y los productos se enviaban como fundentes a la fundición de plomo de Peñarroya. 
En el término de Peñaflor se demarcaron una serie de minas en 1883 y 1884 para beneficiar minerales de cobre y níquel; entre otras, se señalaron las denominadas San Guillermo, en el Arroyo de la Higuera, y San José, en el Arroyo del Portugués, que trabajaron a pequeña escala hasta 1890. Sobre esta comarca en 1885 se realizaron diversos ensayos y estudios por el profesor Nogues, en particular sóbrelas que en una extensión del orden de 20.000 hectáreas se distribuyen por los términos de Peñaflor, Puebla de los Infantes y Lora del Río, en las que se detectaron contenidos auríferos; este hecho provocó una auténtica fiebre aurífera, si bien el asunto no se quedó más que en los puros trámites administrativos y no existen noticias sobre una posible actividad industrial ni siquiera experimental. 
En La Puebla de los Infantes y en la segunda mitad de este siglo se beneficiaron diversos yacimientos de plomo. Las labores más notables se localizan en la mina El Galayo Viejo, donde se reconoce una escombrera importante y en la denominada El Galayo Nuevo en la que trabajó una compañía francesa cuyas labores profundizaron hasta 100 metros. En la mina Holanda también se realizaron trabajos de relativa magnitud aunque carentes de planificación minera.

Rafael Remuzgo Gallardo 

miércoles, 16 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 1

De la época Romana al siglo XVII.


ÉPOCA ROMANA.- 
Tres años después de la caída de Cartago-Nova a manos de Escisión en el año 209 antes de Cristo, Roma se hizo dueña de forma progresiva de los territorios del sur de la Península, cuyas minas comenzó a trabajar con gran intensidad, prosiguiendo explotaciones en curso o investigando nuevos yacimientos de minerales. La romanización trajo consigo el florecimiento de la industria minera, a la que aplicaron singulares tecnologías de arranque y profundización, en ocasiones verdaderamente espectaculares. 
La primera legislación en materia minera conocida como «Lex Metalli Vistapacensis » se debe a la época de denominación romana. 
Pocos fueron los filones importantes que escaparon a la actividad romana; siempre atacaron los criaderos bien mineralizados y jamás se entretuvieron en seguir pequeñas ramificaciones. De hecho, en épocas recientes, aún se consideraba« que una concesión que encerrase trabajos romanos tenía serias posibilidades de éxito». 
Sobre una posible explotación de las minas sevillanas de plata de Guadalcanal, no se conocen testimonios directos; tan solo el historiador -Barrantes-, a mediados del siglo XIX, se refiere a un manuscrito mutilado del siglo XVII titulado «Guadalcanal y su antigüedad», en el que existe alguna alusión a una actividad romana, al igual que lo reseña -Guillermo Bowles-. 
Por otro lado, en el plano elaborado por Goetz Phillipi, que trabajó dicho criadero en Guadalcanal a principios del siglo actual, se anota la existencia de una «casa romana»
Se reconocen también vestigios de trabajos romanos en la mina del Pago de Gibla, de cobres grises argentíferos y auríferos, en término de Constantina; y también en las de hierro del Cerro del Hierro. 
De estos trabajos proceden candiles y útiles mineros localizados hasta 50 metros de profundidad. 
Asimismo se reconocen vestigios de actividad minera en los criaderos de plomo argentífero en los términos de Alanís y Cazalla de la Sierra. 

ÉPOCA VISIGODA.-
A partir del siglo III después de Cristo, las incursiones germanas en el norte de la Península y los beréberes en el sur, debieron estorbar y entorpecer la gran actividad minera, que inicia así una etapa grande de languidecimiento hasta su práctica extinción. 

ÉPOCA MUSULMANA .-
No existen demasiadas referencias sobre extracción minera en la bibliografía que corresponde a este milenario de civilización, aunque sí hay constancia de determinadas explotaciones y muy en particular, existen numerosos comentarios mencionando con cierto detalle la riqueza del subsuelo andaluz, a la vez que dan precisiones en general exactas sobre el emplazamiento de los criaderos de minerales. 
De entre la multitud de referencias alusivas a la existencia de minerales en territorio andaluz por parte de historiadores y geógrafos musulmanes, referente a la provincia de Sevilla encontramos la de Chiab-Ed-Din Ahmed Ben Yahya, muerto en el año 1348, quien refiriéndose al Cerro del Hierro, que denomina Constantina del Hierro, dice “Hay en las montañas cercanas hierro, siendo unánime reconocer la buena calidad, y que se exporta al mundo entero”. 
En el viaje que Guillermo Bowles realizó a partir de 1752 por encargo de Carlos III para reconocer diversas minas españolas, las explotaciones de hierro se citan en el Cerro del Hierro. 
En el año 1499, en Ocaña, se concierta Real Asiento con Francisco de Herrera sobre los mineros, entre otros, de las villas de El Pedroso y Constantina. 

SIGLOS XVI y XVII.-
El 10 de Enero de 1559, la Princesa Gobernadora, Doña Juana en ausencia de su hermano Felipe II promulgó en Valladolid una Pragmática - auténtica ley de minas- declarando caducas todas las concesiones, salvo algunas excepciones, a la vez que establecía el modo de beneficiar las minas y obligaba a asentar las mismas en el Registro General de Minas. 
En esta Pragmática «se incorporan a la Corona todas las minas de oro, plata y azogue», y entre otras disposiciones se señala que «solo los naturales y súbditos del Reino podrán cavar y buscar las referidas minas de oro y plata», declarando que todo esto se hacía extensivo «a las demás minas de cualquier clase que fueran». Esta normativa fue complementada por otra dictada en 1563. 
El efecto de estas disposiciones pronto se dejó sentir y el interés que la Corona mostraba por los asuntos mineros se materializó con la solicitud de gran número de registros mineros, lo que obligó a la promulgación de las famosas Ordenanzas de Felipe II en 1584 que regirían con eficacia durante los siguientes doscientos cuarenta y un años. 
Durante la primera mitad del siglo XVI, el régimen legal minero siguió estando determinado por el otorgamiento de concesiones en grandes dominios geográficos. De este periodo destacan los concedidos por los Reyes Católicos entre los años 1511 a 1514. 
Entre otros, en el año 1514 a Rodrigo Ponce de León, Duque de Arcos, de todos los del Arzobispado de Sevilla y Obispados de Córdoba, Jaén y Cádiz. 
En dicho año «1514», también se hizo asiento con Francisco de Herrera sobre el Maestrazgo de Alcántara con el Condado de Belalcázar y las villas de El Pedroso y Constantina, y con Cristóbal López de Aguilera sobre la Sierra de Sevilla en los términos de Alanís, Cazalla, Puebla de los Infantes, San Nicolás del Puerto...... y la Sierra de Aroche. 
A partir de la segunda mitad del siglo XVI y durante el siguiente, la actividad minera se ve potenciada por disposiciones legales promulgadas por Felipe II referidas anteriormente, multiplicándose de forma espectacular las solicitudes de concesiones mineras. Sin embargo la conquista americana son sus abundantes riquezas minerales, hace que influya negativamente al desviarse en gran medida la atención hacia dichas tierras americanas. 
Sobre la multitud de concesiones mineras otorgadas, hasta nuestros días han llegado noticias clasificadas de las mismas a través de la obra publicada por Tomás González en 1832 en dos tomos y titulada «Registro y Relación General de Minas de la Corona de Fernando VII» y siendo Director General del ramo el insigne Elhuyar. Estos mismos datos, ampliados y corregidos, verían después la luz también en la obra de Nicario Antón del Valle, denominada «El Minero Español», impresa en 1841. 
En concreto, la actividad minera de mayor relevancia en territorio andaluz durante esta etapa fue sin duda la que constituyó la explotación del yacimiento de plata de Guadalcanal. La historia de estas minas surge en el año 1555, cuando fueron descubiertas por Martín Delgado, teniente alcalde de la villa, llegando la noticia a conocimiento de la Princesa Gobernadora en Valladolid durante la ausencia de su hermano Felipe II, que se encontraba a la sazón en Flandes para recibir de su padre los Reinos de España; enviado por la Casa Real el Marqués de Falces para su reconocimiento, se procedió a la incautación de las minas mediante el pago de 33.500 ducados en concepto de indemnización, comisionándose a Agustín de Zárate para hacerse cargo de la administración de los trabajos. Este hecho causó serios incidentes con el alemán Juan de Xedler, titular de un Real Asiento sobre determinadas minas de la zona, llegándose a un acuerdo con Zárate sobre su participación que compartía con sus compatriotas Juan de Xuren y Juan de Gilist, quienes tuvieron gran preponderancia en las técnicas de explotación. 
Corría entonces la voz de que estas minas « producían lo bastante para pagar las tropas de Fuenterrabía, las obras de los Alcázares de Toledo, Madrid y El Pardo y las empresas de Melilla, Orán y del Príncipe Andrea Doria » así como para financiarlas obras del Monasterio del Escorial; sin llegar a tanta fantasía y de acuerdo con la correspondencia cruzada entre la Corona y la Administración de las minas, lo que sí parece cierto es que se obtenían grandes beneficios. 
Afines de 1556 y a la vista de los numerosos registros mineros que surgen entorno al éxito de Guadalcanal, se nombró Inspector General de las minas a Francisco de Mendoza, hijo del Virrey de las Indias y conocedor de la minería en aquellos territorios; se variaron los procesos de tratamiento, suprimiéndose el lavado para fundir directamente los minerales, al mismo tiempo que se instalaban molinos de caballerías y parece ser que se comenzaron a emplear esclavos negros para las operaciones mineras, muy especialmente las de desagüe. Cuando Agustín de Zárate dejó la mina, a principios del año siguiente, se trabajaba a cuarenta metros de profundidad, con grandes problemas de agua, iniciándose una etapa de decaimiento; en ese mismo año se comenzó a aplicar el proceso de amalgamación para la recuperación de la plata, tal y como se venía haciendo en las minas americanas y a cuyo efecto se mandó venir de Méjico a Mosén Antonio Boteller, quien había trabajado en el descubrimiento de estos procesos junto al sevillano Bartolomé de Medina. 
En 1564 se inicia una nueva fase explotadora a cargo del minero Francisco Blanco, quien en 1570 desviaba el arroyo en su lucha contra la inundación, poniéndose al descubierto una nueva metalización, encomendándose de nuevo a Záratela dirección de los trabajos, que por aquel entonces alcanzaban la profundidad de 130 metros diversos derrumbamientos de las labores y pozos, así como la imposibilidad de dominar las aguas, dieron al traste con la actividad minera en 1576. Tras numerosos y efímeros intentos de reactivación no volvió a haber laboreo importante hasta el año 1632 en que vinieron a caer a manos de los banqueros alemanes Fuggers (llamados en España los Fucares) y cuyos antecesores venían explotando minas de mercurio de Almadén desde 1525. El periodo de explotación tan solo duró dos años, no sin pocas dificultades y sí con una gran dosis de mitos y leyendas sobre las riquezas que les proporcionaron. 
Es curioso que precisamente sobre esta mina de Guadalcanal es por vez primera donde, de alguna forma, se instrumenta la figura de reserva estatal: así en la Pragmática de 1559 se prohíbe cualquier trabajo en una legua alrededor de Guadalcanal y a un cuarto de legua de las minas de Cazalla, Galaroza y Aracena, en las provincias de Sevilla y Huelva, y por entonces en explotación por cuenta de la Corona. 
En estos siglos XVI y XVII proliferaron los textos relativos a la descripción de minas andaluzas y del arte minero. Así, en 1627, el licenciado López Madera recibía instrucción de la Real Junta de Mina para un viaje de reconocimiento de minas en Andalucía, y en 1681 se dictaba cédula por Carlos II, encargándose a Fray Diego de Herrera el reconocimiento de «las minas descubiertas y por descubrir en Guadalcanal, Extremadura y Andalucía ». 
A partir de la segunda mitad del siglo XVI el arte y el conocimiento de la industria minera y del beneficio de sus productos de desarrolla de tal forma que, no sin razón, algunos autores han dado en denominar a escala minera como la «la centuria minera» Andalucía no sólo no fue ajena a esta etapa de progreso, sino que innumerables apellidos sureños destacaron en el conjunto de este movimiento tecnológico. 
De entre las valiosas publicaciones relativas a la minería de este periodo destacamos por su relación la de 1663 por el capitán Fernando Contreras, titulada «Noticias del mineraje de Indias y de las minas que hay en España», donde se propone el restablecimiento de varias minas, entre ellas las de Guadalcanal y Riotinto, proponiendo la creación de una escuela real minera en una de las dos localidades. 
También en 1621 debían hallarse en explotación algunas minas de carbón de Villanueva del Río, ya que por Real Cédula de facultaba al licenciado Pedro de Herrera para investigar si «se habían hecho fraude por algunos mineros en las minas de carbón de piedra descubiertas en término de Villanueva del Río». 
Al finalizar el siglo XVII, la minería se situaba en un periodo de franca decadencia; el Estado labraba por su cuenta las minas de Guadalcanal, Riotinto y Linares, así como la de grafito de Marbella, y algunos particulares trabajaban algunos veneros, fundamentalmente de plomo y cobre argentífero, en las provincias de Granada y Sevilla.
Rafael Remuzgo Gallardo 

miércoles, 9 de mayo de 2018

El mundillo de la jaula y 23


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 23

Capitulo 29

Como ya dije en su momento, este excepcional e incomparable campeón pasó sus últimos días en una amplia y cómoda canariera - por esos días deshabitada - que, aprovechando un muy apropiado recodo en La Portería del Colegio, "Juan Ramón Jiménez" de Sevilla, en el que yo ya llevaba unos Cursos impartiendo mi Magisterio, alguien había tenido la feliz idea de adaptarlo para echar canarios, y que yo, viéndola vacía y pensando en que mi adorable Chepa pasara los días, que aún Dios le diera de vida, lo más cómodo y con la mayor libertad posible, pensé en ella, y así lo primero que
hice, fue limpiarla y desinfectarla, para dejársela de dulce como cómodo aposento.
Está este prestigioso Colegio, prácticamente, a las afueras de la Capital, en la Barriada del Carmen del Tardón y muy cercano al encantador Parque de Los Príncipes, rodeado por doquier por un amplio patio arbolado, por lo que la luz y el color del incomparable cielo de Sevilla le entra a raudales por sus amplios ventanales. En la canariera, por supuesto, que también.
En una de las esquinas de este su nuevo y señorial estancia, hice una especie de troje, que llené de suave arena, para que se bañara en ella siempre que lo deseara.
En otra de las equinas, le construí como una caseta, que acondicioné con mullidos abrojos, previniendo que se pudiera refugiar en ella, bien por el frío, cuando llegara el invierno, o bien rehuyendo la presencia de los alumnos, sabiendo lo poco amante que fue siempre a las visitas y que las de estos, las iba a tener a porrillos, allí ante la amplia tela metálica que tenía como frontal, ya que cualquier novedad, siempre supuso una gran curiosidad para cualquier niño.
A ella lo llevé a los pocos días de cerrarse la veda y, por lo tanto, con los doce celos recién cumplidos.
La última vez que vi a mi inolvidable y entrañable Chepa, fue el mismo día que cogí mis vacaciones de verano. No tengo ni que decir que, antes de dejar el Colegio, con mis vacaciones en el bolsillo, lo dejé en manos de la buena y muy amable mujer, que era La Portera, a quien le dejé más que repetidas todas las recomendaciones habidas y por haber sobre mi entrañable Reclamo, que ella aceptó amabilísima, dejándole, asimismo, una bolsa, hasta la boca, de una mixtura de cañamones, trigo, alpiste y negrillo, así como un bebedero de loza, estratégicamente situado junto a la tela metálica, para evitarle incomodidad de tener que entrar en el recinto cuando tuviera que reponerle el agua, y lo pudiera hacer desde fuera.
Le prometí, por otra parte, que algún día que otro, si es que no todos, mientras no me fuera de vacaciones fuera de Sevilla, me daría una vuelta por allí, por el solo hecho de estar un ratito al lado de mi muy entrañable Chepa.
 Todo fue inútil, porque, claro, el hombre propone, pero Dios dispone, así que Dios dispuso que el pobrecito del Chepa amaneciera muerto en aquella amplia jaula que era la canariera, al día siguiente que yo saliera del Colegio con mis vacaciones de verano en el bolsillo.
Aún me encontraba en la cama, cuando me telefoneó la amable encargada, que, con voz compungida y preocupada, me lo soltó a bocajarro.
-Don José Fernando, el pájaro de perdiz ha amanecido muerto.
-No se preocupe usted.- Le contesté, procurando disimular el terrible impacto de dolor y tristeza, que sus palabras terminaban de producirme.
- Que Dios se haya apiadado de él.
- Añadí en tono de broma, sobreponiéndome a mi pena.
-Sí, más ha perdido la pobre perdiz que nosotros.
- Me contestó la amable Portera, siguiendo mi farisaica broma.
-Le voy a pedir un gran favor, sin embargo.- Le dije como el que mendiga con infinita humildad.
- Por favor, no lo tire usted a los contenedores de la basura.
Le tenía un gran afecto a ese animalito, y le rogaría que lo enterrara en “el arriate”, que hay a la derecha de la puerta de salida al patio de recreo, en el que crecen algunas matas de geranios. Perdone usted, porque podría ir yo a hacerlo, pero me falta entereza y no sé
si lo podría aguantar, sin echarme a llorar como una Magdalena. No se puede usted ni imaginar lo que yo quería a ese pobre animal y lo de entrañables recuerdos que me deja.
Y casi sin despedirme de la buena mujer, puesto que un río de lágrimas se me empezó a desbordar de pronto en los ojos, a la vez que me ahogaba las palabras, me vi en la urgente necesidad de colgar el teléfono.
Fin del libro.-

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 2 de mayo de 2018

Villa Santiaguista de Guadalcanal 5/5



Alternativas en la jurisdicción de la villa

VI.- REAL PROVISIÓN DE FELIPE II CONCEDIENDO EL PRIVILEGIO DE LA PRIMERA INSTANCIA A GUADALCANAL (Continuación)
  
No obstante, ningún vecino aportó a título particular un solo maravedí de los 4.500 repercutidos a cada unidad familiar, ni tampoco de la parte proporcional de los 2.250.000 que se pagaron por las restricciones impuestas a los gobernadores de Llerena. Estas cantidades las asumió el concejo como deuda propia, comprometiéndose a pagar la totalidad en seis pagas en los años inmediatos, a razón de 1.725.000 mrs. cada uno.
Como, en efecto, el concejo no disponía de ese dinero, sus oficiales, con la pertinente autorización de Felipe II reflejada en la Real Provisión de devolución de la primera instancia, tomó inmediatamente tres decisiones:
- Pedir prestado (tomar a censo) 9.000 ducados (3.366.000 mrs.) con la finalidad de abordar las dos primeras pagas. Para ello, naturalmente cobrando los intereses o corridos legales, se ofrecieron dos ricos guadalcanalenses: el bachiller Rodrigo Ramos, uno de los dos alcaldes ordinarios, y Juan Ramos, uno de los cuatro regidores. Por supuesto, dichos prestamistas, además de cobrar los intereses correspondientes (réditos o corridos), se garantizaban el capital prestado estableciendo una hipoteca sobre las tierras concejiles, cuyo uso y disfrute debería corresponder a todos los guadalcanalenses de forma gratuita y equitativa.
- Arrendar una buena parte de las tierras comunales (concretamente la dehesa más significativa, la del Encinar) para hacer frente a los intereses de la deuda e ir amortizando el capital prestado o principal. En consecuencia, los aprovechamientos de las tierras concejiles y comunales (prácticamente el 95% del término si le restamos las 9.000 fanegas que compartían en comunidad de pastos con los vecinos de la encomienda de Reina) ya no eran gratuitos, sino que habría que pagar para beneficiarse de ellos.
- Establecer unos arbitrios o impuestos al vecindario por la compra de alimentos de primera necesidad, que no podían superar la sexta parte de la deuda. Es decir, un impuesto perverso, pues especialmente recaía en los más necesitados.
Y así debieron pagarse los gastos para recuperar la primera instancia. Pero las adversidades no quedaron sólo en esto, sino que continuaron. En efecto, aún se estaba pagando con dificultad este servicio extraordinario a la Real Hacienda (11) , cuando Felipe II, tras el desastre de la “Armada Invencible” en 1595, tuvo a bien resarcirse de tal descalabro solicitando otro donativo o arbitrio extraordinario de 8.000.000 de ducados (unos 2.992.000.000 de mrs.) a sus súbditos (Maldonado Fernández, 2009). La repercusión de esta nueva carga fiscal para los guadalcanalenses fue aproximadamente de 900.000 mrs., que también los asumió en su totalidad el concejo.
Para más contratiempo, la recaudación y administración de estos últimos arbitrios estuvo rodeada de ciertas irregularidades. Al menos así lo estimaba el guadalcanalense Diego González de la Pava, bien por su honradez o quizás porque quedó excluido de sus beneficios. En cualquier caso, así se lo comunicó a Felipe II, elevándole un memorial en el que se quejaba del procedimiento de los alcaldes en estos dos últimos negocios (paga de la primera instancia y el servicio de los 8 millones de ducados), indicando que se habían gastado más de 15 millones de mrs., sin una justificación precisa. A resulta de dicha queja, los alcaldes ordinarios se vieron forzados a presentar las cuentas con meticulosidad, al menos sobre el papel (12).

VII.- LOS PRIMEROS REGIDORES PERPETUOS EN GUADALCANAL
Para colmo de males, Felipe II continuó poniendo parches a su paupérrima hacienda, autorizando la compra de regidurías perpetuas por todos sus reinos. En efecto, la Real Hacienda encontró en la enajenación de oficios públicos otra importante fuente de ingresos, permitiendo la compra de cuantos oficios públicos se solicitaran. Dicha venta significaba que aquellos oficios que hasta entonces se concedían temporalmente por merced real, salían en venta a perpetuidad, pasando al patrimonio de una determinada persona o institución, con la facultad de ejercerlo, arrendarlo, venderlo o cederlo a sus herederos.
¿A qué clase de oficios nos referimos? El añorado Tomás y Valiente (1982), siempre tan sistemático y esclarecedor en sus estudios, habla de tres modalidades de oficios enajenables: los de pluma (escribanías, en general), los de poder (regidores, alguaciles y alférez mayor, principalmente) y los de dinero (contadores, receptores, depositarios, fieles medidores, etc.)
Fue a finales del reinado de Felipe II cuando la venta de regidurías adquirió tintes alarmantes, alcanzando cifras dramáticas en los primeros años del XVII que, obviamente, fomentaron la oligarquía concejil en los pueblos, provocando la natural indignación del vecindario. No era para menos, teniendo en cuenta que el gobierno de los concejos –con la capacidad de coacción que ello conllevaba, especialmente tras el forzado arrendamiento de los bienes comunales y con las limitaciones de fiscalización impuestas al gobernador de Llerena- correspondía al cabildo, un órgano colegiado constituido por los alcaldes ordinarios y los regidores, ahora perpetuos, a quienes correspondían, además, el oficio de alcalde ordinario reservado para el estamento nobiliario local.
Y esto fue lo que ocurrió en Guadalcanal, como en la mayoría de los pueblos de la Orden de Santiago y de la Corona de Castilla. Observando los apellidos de los regidores perpetuos guadalcanalenses en distintos documentos desde finales del XVI hasta principios del XIX, se detecta que corresponden con los que aceptaron la Real Provisión de Felipe II de 1592. Coinciden también con los de algunos de los esforzados y audaces guadalcanalenses protagonistas del descubrimiento y primera colonización del continente americano y de Oceanía (los Ortega, Bonilla, de la Pava, Gavilán, Bastida...), a quienes hemos de agradecer su gesta dejando por aquellas tierras islas y pueblos con referencias a Guadalcanal. Sin embargo, por otra parte hemos de desagradecerles que nos dejaran la lacra que representaron sus descendientes, quienes con su dinero e influencia administraron el concejo a su antojo a lo largo de casi dos siglos y medio, en especial los herederos de Pedro Ortega de Valencia.
Estos nuevos oligarcas, aunque en su ausencia pudieran haber sido otros, fueron los responsables de las malas condiciones que sufrieron los guadalcanalenses durante la mayor parte del Antiguo Régimen, naturalmente con la aquiescencia de la Corona.

(11)Lo ordinario era pagar a la Corona las alcabalas y aproximadamente un 12% a la Orden de Santiago en concepto de vasallaje (el 10% o diezmo, de todo lo producido en el término, más un 2% de otros tributos de vasallaje de menor entidad)
(12) AMG, leg. 566

BIBLIOGRAFÍA:
- ADPS, Sec. Hospital de la Sangre, leg. 12.
- Archivo Lázaro Galdiano, Sign. M -35; Inventario 15219; Ms.394.Bibl.:Paz: Colección Lázaro Galdiano, núm. 248.
- AMG, legs. 144, 574 y 1644
- COSTA MARTÍNEZ, J. Colectivismo Agrario, pp. 370 y stes., Madrid, edición de 1944.
- GÓMEZ GALVÁN, I. www.guadalcanalfundacionbenalixa.blogspot.com
- GONZÁLEZ, T. Noticia histórica documentada de las célebres minas de Guadalcanal…, Madrid, 1831.
- MALDONADO FERNÁNDEZ, M:
- “La administración de justicia en Valencia de las Torres (Siglo XVI)”, en Revista de Feria y Fiestas, Valencia de las Torres, 1999
- “La encomienda santiaguista de Guadalcanal”, en Archivo Hispalense nº 258, Sevilla, 2002.
- “Intercomunidades de pastos en las tierras santiaguistas del entorno de Llerena”, en Actas de las III Jornadas de Historia, Llerena, 2002
- “Aprovechamiento de las tierras concejiles y comunales tras la instalación de la oligarquía concejil en Valencia de las Torres”, en Actas de las II Jornadas de Historia, Valencia de las Torres, 2006.
- “Propiedad y uso de la tierra bajo el señorío santiaguista. El caso de Llerena y pueblos de su entorno”, en Actas de las V Jornadas de Historia en Llerena, Llerena, 2004, pp.201-216.
- “Comunidades de pastos entre las encomiendas de Reina y Guadalcanal”, en Revista de Feria y Fiestas Patronales, Guadalcanal, 2007.
- “Contribución de Trasierra al servicio de millones en 1591”, en Revista de Fiestas Patronales,Trasierra, 2009.
- www.manuelmaldonadofernandez.blogspot.com
- MALDONADO SANTIAGO, A. “Defensa del Medio Ambiente en las Leyes Capitulares de la Orden de Santiago”, en Revista de Estudios Extremeños, T. LXI, nº 2, Badajoz, 2005.
- MIRÓN, A. Historia de Guadalcanal, Sevilla, 2006.
- MUÑOZ TORRADO, A:
- El santuario de Nuestra señora de Guaditoca, Sevilla, 1918. En este caso se utiliza la edición del Excmo. Ayuntamiento de Guadalcanal, prologada por Ignacio Gómez, Los Santos de Maimonas, 2002.
- Los últimos días de la Feria de Guaditoca, Sevilla, 1922
- PORRAS IBÁÑEZ, P. Mi Señora de Guaditoca, Guadalcanal, 1970.
- RODRÍGUEZ BLANCO, D. La Orden de Santiago en Extremadura en la Baja Edad Media (Siglos XIV y XV), Badajoz, 1985.
- SÁNCHEZ GÓMEZ, J. De minería, metalúrgica y comercio de metales no férricos En el reino de Castilla. 1450-1610, Salamanca, 1989
- TOMÁS Y VALIENTE, F. Gobierno e instituciones en la España del Antiguo Régimen, Madrid, 1982.

Revista de Feria y Fiestas 2009
Manuel Maldonado Fernández

miércoles, 25 de abril de 2018

El mundillo de la jaula 22


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 20

Capitulo 28 
Si tuviera que hacer un cómputo general de cómo escapé en los muchos puestos que, durante la década larga que convivimos juntos, le diera a mi entrañable Chepe, creo que,
siendo sincero, tenía que decir que debían ser algunos más “los puestos” en los que no le tiré, que en los que le tiré. En todo caso y en su justa medida, los podríamos dejar a partes iguales. Y es que esta tan sugestiva modalidad cinegética siempre fue y lo será siempre la mar de aleatoria y aventurera, pues son multitud de imponderables los que pueden concurrir en ella, tanto por parte del protagonista, es decir del Reclamo, sino también por parte de la climatología, de las campesinas y del paraje en que se ubique el tollo, sin dejar del todo en el olvido, al respecto, al mismísimo pajarero.
Quede claro no obstante, que en los “Puestos” en los que no le tiré a este fenomenal Reclamo, jamás lo fue por su culpa, si es que exceptuamos, esporádicamente, alguno, y siempre en muy concretas y especiales circunstancias. Yo, de momento, sólo recuerdo uno que, por cierto, fue un rotundo fracaso y que no por ello me duelen prendas ponerme a contarlo, aún sabiendo que mi dictamen de inapelable juez debe ser que “El Azurronado” de Villar del Rey fue totalmente culpable de tal delito.
Mi muy estimado e inolvidable amigo Juan Cumbres ( que no hay duda que Dios debe tener en su Gloria, siendo como fue siempre tan buena persona con todos y tan honrado hombre) siempre vivió del pastoreo, y por aquellos años llevaba en arriendo la dehesa de “El Banasto” que, aunque modesta en extensión, crecían en ella abundantes y soberbias encinas, así como frescos pastos, estando ubicada además en un lugar idílico, al estar prácticamente abrazada por las dos colas más importantes del pantano del Pintao. En la casa cortijo que había en ella, vivía Juan con su familia de forma permanente, por lo que a ella solía acudir yo, algún que otro Domingo o fiesta de guardar - por descontado que siempre y cuando fuera tiempo de veda - junto con mi esposa e hijos, a pasar el día de campeo, viviendo en plena naturaleza en un lugar tan bucólico, junto a familia tan acogedora, tan sencilla y tan amable.
Era esta dehesa una especie de isla limitada por las colas más importantes del pantano del “Pintao”, en las que desembocan respectivamente los dos principales tributarios del embalse: el Río Sotillo, linde natural, en la mayor parte de su curso, entre Andalucía, (por el término de Guadalcanal) y Extremadura, y el gran arroyo que cruza todo el término de Guadalcanal, partiendo del término de Alanís, llamado La Ribera, quedando aislada de la gran finca de Los Llanos, por el alargado y “cumbrero” cerro del Cabril, cuyas laderas de descarada pendiente y selvático monte, entre el que destacan los acebuches, las sabinas, las madroñeras, los tarayes y las retamas, alfombrado a su vez por prietas matas de tomillos, romeros, jaguarzos, abulagas, piornos y esparragueras, formando linde, asimismo, a espaldas del pantano. En las tales ladera había de forma esporádica y sin ningún orden preestablecido, alguna que otra terraza, a guisa de bancales, de mayor o menor extensión, aunque por lo general los suficientemente amplias como para montar en ellas cómodamente un puesto.
Había sido invitado por mi buen amigo Juan Cumbres a “dar unos puestos” por allí, y elegí para “el puesto de luz” una de aquellas terrazas que estaba a media ladera por la parte que iba a caer a la desembocadura de “La Ribera”, ya que, por ser la parte más afable, por ella ascendí en su busca de mi “puesto”. Desde ella se dominaba sólo la parte final del pantano que, a manera de un gran río remansado y encajonado entre montañas, daba la impresión de ser una ría que penetraba en la tierra como un estilete. Ni que decir tengo que, para el tal puesto, llevaba al enano de Villar del Rey.
Como digo el lugar elegido para ubicar el tollo era una especie de amplio bancal a media ladera, por lo que, a su vez, era un impresionante balcón desde el que se divisaba toda la dehesa y parte del pantano, que no todo, ya que, como haciendo una curva de ballesta, se escondía a la vista, ya hasta el muro de contención, tras las montañas que por doquier de alzaban en su entorno en dirección a Cazalla, a cuyo término municipal pertenecía el tal pantano.
El Chepa, como era costumbre en él, tan pronto como se vio despojado de la sayuela y con su dueño y señor emboscado en el tollo, intentó salir de reclamo de cañón, pero no tardé en darme cuenta que, como atemorizado, siempre se quedaba en una fallida intentona, pues con los reclamos como ahogados en la garganta, no terminaba de romper. Y así una y otra y otra vez, hasta que definitivamente y un tanto inquieto y nervioso, se puso a “alambrear”.
-¿Santo Dios, qué es lo que le pasa a éste hoy?.- Debí decir para mis adentros, totalmente sorprendido y sin dejar de mirarlo y “remilarlo” a través de la tronera con verdadero estupor.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue que, más o menos cercano al pulpitillo y camuflado entre la maleza, debía merodear algún “bichejo”, y que, tal vez, fuera totalmente inofensivo, sabiendo la poca gracia que le hacían a este trovador cualquier visita, fuera quien fuera y del tipo que fuera, estando él entronizado en el pulpitillo. Insistí, intentando ver a través de la tronera el posible e inoportuno visitador, y volví a agudizar las pupilas al máximo, metiendo los ojos hasta por el más mínimo espacio libre que me ofrecía el tupido monte que rodeaba la plaza. Pero que si quieres arroz Catalina. Por allí no se veía moverse ni una humilde lagartija. Aguanté, no obstante, un “ratejo” más, pero el caprichoso Reclamo, no desistía de aquella su actitud de temor y nerviosismo, bien “alambreando” o, sencilla y simplemente, mirando desconfiado y receloso para uno y otro lado, dando, a su vez, la sensación que estaba a punto de cagarse las patas abajo.
Agotada mi paciencia, me incorporé de mi silletín y de pie en el tollo, seguí buscando el posible visitador – pues estaba en la total certeza que debía ser esa y sólo esa la causa de aquella extraña actitud del enano saltarín – y ahora, teniendo más amplios horizontes que los que me ofreciera la tronera, no sólo en torno al pulpitillo, sino a ambos lados del tollo e, incluso, hasta por atrás. Incluso oteé el cielo en todas direcciones, por si el visitante, como bien podía ser un águila o cualquier otra rapaz, caracoleaba ingrávido en el aire, teniendo en el punto de mira al enjaulado. Pero, de nuevo, ni por aquí, ni por allá, ni por acullá, no pude ver ni una puta lagartija por tierra, ni un simple aguilucho por el aire. ¿Qué le podía pasar entonces al fenomenal campeón, convertido de repente y de forma tan sorprendente y misteriosa en el más despreciable de los maulas, cosa que resultaba aún más inexplicable, estando cantando las campesinas por todos y cada uno de los puntos cardinales del Cabril, cerro en el que nos encontrábamos….?
Sumido en aquel misterio, me debí encoger de hombros como vencido y me volví a sentar en el silletín, con la paciencia del Santo Job, esperanzado que se despejara aquel misterio de un momento a otro. Pero pasaban y pasaban los minutos, y el misterio no sólo que no se despejaba, sino que se agravaba. Y, entre tanto, las perdices del campo seguían cantando y el muy maula del Chepa sin abrir el pico y sin dejar de mirar taimado y receloso para uno y otro lado, si es que no “alambreando” como si fuera una máquina a la que le hubieran dado cuerda por vida, al tiempo que se le podía ver de forma manifiesta que en su actitud demostraba tener más miedo que vergüenza.
La paciencia del Santo Job, con el transcurrir de los minutos, fue muriendo paulatinamente en mí, a modo y manera de pabilo de candil que, poco a poco, se está quedando sin aceite, hasta que, no pudiendo aguantar ni un segundo más, di por concluido el “puesto” bastante antes que estos “puestos” de mañana, en condiciones normales, suelen terminar.
Tenía pues mucho tiempo por delante, para volver al cortijo, donde seguramente me esperaba mi gran amigo Juan Cumbres con los brazos abiertos, para estrecharme en ellos amigablemente, felicitándome por el magnífico “puesto” que terminaba de dar, llevando como llevaba tan fenomenal Reclamo. Temiendo, muy por el contrario, que la decepción que me había pillado, me llameara en la cara con tal evidencia, que el bueno de mi anfitrión me la notara ya a distancia, y que lógicamente se me sumara a sufrirla conmigo, pensé sentarme tranquilamente sobre el lomo de un peñasco que allí sobresalía entre el monte, esperanzado en que amainara mi cabreo, mientras que contemplaba la majestuosa panorámica que aquel balcón le ofrecía a mis ojos, con aquellas soberbias lontananzas de impresionantes oleajes montañosos como queriéndose unir al inmaculado azul de cielo, allá por donde intuía que el pantano se debía perder por las bravías Sierras de Cazalla.
En aquel mi éxtasis me encontraba, cuando, al recoger la vista de una forma totalmente fortuita y caprichosa, hacia los charcos, de muy someras aguas, que había en la margen derecha de La Ribera a sólo unos metros de su desembocadura, y que se extendían en la misma base del Cabril y en vertical a la terraza en la que estaba el tollo, pude ver en ellos una cigüeña espejeando su blancura al sol, la que, seguramente, – me vino con toda urgencia a la cabeza – había dado con un buen mato de ranas, y sin dejar de dar, pacientemente, un pasito hacia adelante y otro hacia atrás en su acecho y captura de los tales anfibios, se debía estar poniendo como kiko.
No lo dudé ni un solo instante.
-¡Por fin.- Debí gritar de súbito, desfogando aquella mi “cabreante” decepción.- he dado con el capricho que ha movido a mi tan caprichoso enano a darme “la misteriosa mocholá” que me termina de endosar “dando el puesto”.
Y es que al margen de caprichos y demás zarandajas, aquella zancuda ave de luminosa blancura y de descarado y afilado pico rojo, siendo ya de por sí una gigante entre las aves gigantes, se hacía realmente imponente, si es que no un tanto sospechosa, agigantando su estampa, al contraste de la blancura de sus plumas y largo pico rojo con la lujuriosa verdura de la hierba que en torno a las charcas crecía.
¡Como para ponerse a cantar estaba El Chepa, teniendo ante la vista, aunque no demasiado cerca, aquel bulto sospechoso, vestido de inmaculado blanco, con aquella patas más largas que un día sin pan y con aquel pedazo de pico al rojo vivo….! ¡Y es que aquella destartalada y gigantesca ave, con aquel tan larguirucho y afilado pico que, por su color, daba la sensación de estar ensangrentado, y aquellas kilométricas patas, que ni los zancos de un payaso de circo, muy capaz era de darle un susto al miedo, y aún más en aquella inmensa soledad de la Sierra!
  
©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 18 de abril de 2018

Villa Santiaguista de Guadalcanal 4/5


Alternativas en la jurisdicción de la villa

V.- GUADALCANAL INICIA LOS TRÁMITES PARA RECOMPRAR LA PRIMERA INSTANCIA
Estas noticias llegaron a los oídos de los concejos santiaguistas, la mayoría de ellos, sin calcular las consecuencias que pudieran derivarse, inmediatamente gestionaron la recompra de su jurisdicción. Los números no cuadraban, pero la ilusión era grande. Al final la mayoría de los concejos decidieron entramparse por encima de sus posibilidades y afrontar esta aventura de la que saldrían mal parados, no sólo el vecindario de entonces sino muchas generaciones posteriores, a las cuales dificultaron el acceso gratuito a los baldíos y dehesas concejiles de uso comunal. Y resultó así porque los censos o hipotecas establecidas sobre dichos bienes para afrontar los gastos derivados de la recompra de los derechos sobre la primera instancia sirvieron para que el “Honrado Consejo de la Mesta” y los hacendados locales (mayoritariamente dueños de regidurías perpetuas y de ganados estantes y riberiegos) empezaran a señorearse por todos los maestrazgos, arrendando masivamente las dehesas que antaño disfrutaban gratuitamente los vecinos de los pueblos santiaguistas.
Por los documentos que manejamos, aquí en Guadalcanal no se negoció con Fernando del Pulgar, que desapareció de la zona sobre 1590, fecha para la cual aquí aún no se habían definido sobre este asunto. En efecto, no fue hasta la primavera de 1592 cuando los guadalcanalenses más influyentes decidieron comprar la jurisdicción, concretamente en la sesión del cabido abierto convocada el 28 de Mayo de 1592, tras el toque preceptivo de campanas (Muñoz Torrado, 1922, doc. II). No sabemos cuántos vecinos asistieron y si eran muchos o pocos los que realmente sabían y tenían conciencia del alcance de lo que allí se iba a tratar. Lo cierto es que decidieron mandar un representante a la Corte, concretamente a Juan González de la Pava, con el suficiente poder requerido en derecho para entablar las negociaciones. Los acuerdos tomados en el cabildo citado se resumen así:
- Primeramente, en el acta de la sesión dedicaron unas líneas para recordar con nostalgias los tiempos anteriores a 1566, cuando los alcaldes ordinarios de la villa tenían capacidad legal para resolver los pleitos y litigios surgidos dentro de su término y jurisdicción, poniendo en valor el beneficio que les reportaba a los guadalcanalenses y lamentándose de que a partir de dicha fecha sufrían continuas vejaciones y abusos por parte del gobernador de Llerena y sus oficiales de justicia y gobernación.
- Por ello, en segundo lugar pedían al monarca que “se les buelba y restituya (a sus alcaldes) la jurisdicción cibil, criminal, mero mixto imperio en primera instancia…”
- Seguidamente solicitaban de Felipe II que el gobernador de Llerena se limitara a presentarse en la villa sólo una vez cada dos años y nunca por más de diez días.
- Matizaron aún más, pidiendo que dicha visita se efectuase con un corto séquito, limitándose en cualquier caso a fiscalizar el gobierno y administración del concejo (toma de residencia) y nunca a administrar justicia en primera instancia. Con esta medida se trataba de evitar gastos pues, cuantas más veces se personase el gobernador en la villa, tantas habría que pagarle a él y a su séquito en concepto de desplazamiento, aparte de las inevitables dietas.
- También solicitaban que las elecciones a oficios concejiles se llevasen a cabo según se hacía antes de 1563, y no siguiendo las disposiciones de esta última fecha, que daba más preponderancia a las decisiones del gobernador que a las de los guadalcanalenses con derecho a voto.
- A continuación comprometían al rey a que tomase las decisiones necesarias para castigar al gobernador si se extralimitaba en sus funciones.
- Por otra parte, como la cantidad a pagar por la primera instancia era elevada, acordaron solicitar del rey la pertinente autorización para arrendar y establecer censos o hipotecas sobre los bienes del concejo, como lo eran ciertos inmuebles en la villa y prácticamente todas las tierras del término, salvo las 9.000 fanegas de baldíos que los guadalcanalenses compartían en comunidad de pastos con los vecinos de Llerena y con los de los pueblos de la encomienda de Reina (Maldonado Fernández, 2007). Además, si con la partida anterior no se recaudase el dinero preciso, solicitaban también autorización para imponer al vecindario ciertos arbitrios sobre el consumo de alimentos de primera necesidad.
- Finalmente, manifestaron que si el monarca accedía a lo solicitado, recibiría una paga equivalente a 4.500 maravedís por vecino (como en el resto de los pueblos santiaguistas que decidieron recomprar la primera instancia), más otra añadida de 6.000 ducados (2.250.000 maravedís) si también daba las oportunas órdenes para que el gobernador de Llerena se abstuviese a perpetuidad de intervenir en la elección de alcaldes en Guadalcanal, limitándose a intervenir sólo según era usual antes de la Real Provisión de 1563.
VI.- REAL PROVISIÓN DE FELIPE II CONCEDIENDO EL PRIVILEGIO DE LA PRIMERA INSTANCIA A GUADALCANAL
A resultas de las negociaciones en la Corte, el rey, mediante una Provisión firmada en San Lorenzo del Escorial y fechada el 23 de abril de 1592, accedió a todo lo solicitado en el apartado anterior, pagando la villa los 4.500 maravedís establecidos por cada vecino (contándose los clérigos, hidalgos, viudas y mujeres menores por medio vecino), más los 2.250.000 maravedís añadidos para que el gobernador se abstuviese de tantas visitas a la villa.
El texto completo corresponde al documento III de los que incluye Muñoz Torrado (1922). De forma abreviada y comentada, recoge lo siguiente:
- Primeramente se describe el proceso seguido en este negocio, tomando Felipe II la decisión de comisionar a Nicolás de Chaves para gestionar este asiento con las autoridades guadalcanalenses. - Asimismo, el monarca advertía al gobernador de Llerena sobre sus limitaciones jurisdiccionales en la villa en cuestión, quedando reducida su actuación en Guadalcanal en la elección de oficiales del concejo a como era usual antes de 1563.
- Seguidamente aceptaba, punto por punto, todas las peticiones de Guadalcanal, firmándolas, comprometiéndose a respetar lo acordado e, incluso, involucrando a sus sucesores “para que de aquí en adelante el concejo de la villa de Guadalcanal y alcaldes ordinarios que al presente son y por tiempo fueren della… tengan e usen e exerzan en mi nombre y en el de los Reyes mis subcesores la dicha jurisdicción civil y criminal en la dicha primera instancia… que yo por la presente doy poder e facultad a los dichos alcaldes... y ponga y pueda poner el concejo de la dicha villa para la ejecución de la justicia horca, picota, cuchillo, cepo, cote y las demás insignias de Jurisdicción que se suele y pueden tener…”
- Para concluir, Felipe II se interesaba por ajustar con minuciosidad las cuentas, cuidando de que no se “distrajese” ningún maravedí: “y en el dicho asiento hareis averiguaciones de los vecinos y moradores que hay en la dicha villa… y yo por la presente mando… que entreguen el padrón cierto y verdadero… en el cual pongan y asienten todos los vecinos y moradores… sin dejar de poner a ninguna sea clérigo, hidalgo, pechero, ricos hombres, viudas y menores y huérfanos…”
Por fin, el 7 de Mayo de 1592 el concejo de Guadalcanal, a la vista de la Real Provisión anterior, la dio por buena (Muñoz Torrado, 1922, doc. IV). Asistieron a esta sesión de Ayuntamiento los guadalcanalenses más notables, encabezados por el bachiller Rodrigo Ramos y Antonio Rodríguez Pava, como alcaldes ordinarios, los regidores Juan Ramos, Juan de Ortega Suárez, Diego Ramos y Alonso Ramos, así como el mayordomo Diego Chacón, firmando a continuación, y como testigos, una docena larga de vecinos.
Años después, aprovechando el cambio de dinastía en la corona de España, el concejo de Guadalcanal estimó oportuno confirmar el privilegio de la primera instancia, solicitando en 1711 dicha confirmación a Felipe V, que así lo estimó oportuno, en Zaragoza, el 24 de abril de dicho año (Muñoz Torrado, 1922, doc. V). Por este último conocemos más datos sobre las negociaciones de 1592. Concretamente consta que se contabilizaron 1.385 vecinos (unos 4.100 habitantes), debiendo pagar a la Real Hacienda 4.500 maravedíes por cada uno de ellos, es decir, 6.632.500 maravedíes en total, más los 2.250.000 que añadieron para liberarse de las incómodas y periódicas visitas del gobernador de Llerena. En total 8.482.500 mrs., más las costas añadidas por gestiones diversas, lícitas e ilícitas, que, por noticias posteriores, muy bien pudieron llegar a los 11 millones, en unas fechas en las que el jornal diario, cuando se ofrecía, oscilaba entre 40 y 50 mrs.

Revista de Feria y Fiestas 2009
Manuel Maldonado Fernández

miércoles, 11 de abril de 2018

El mundillo de la jaula 21


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 19

Capitulo 26
Vuelvo a reiterarme diciendo que si me pusiera a contar, aunque sólo fueran los más memorables puestos que este excepcional reclamo me diera en los doce años que pasó junto a mí, guerreando por esos campos de Dios, esto sería el cuento de nunca acabar, por lo que, después de todo cuanto llevo narrado, debo ir pensando en que esta historia vaya siendo, más que la del “cuento de nunca acabar”, aquella otra "del cuento del gallo pelao, que nunca se acaba y ya se ha acabao".
Debo confesar, no obstante, que a partir del décimo celo, El Chepa comenzó a poner de manifiesto, ya de forma totalmente ostensible, el cansancio y los achaques, tan propios de la vejez, siendo el más palpable el que, más que por devoción, solía cantar por estricta obligación, pues aquellos sus reclamos de cañón, sus “cuchicheos y titeos”, ya no eran emitidos con aquel apasionante y visceral entusiasmo con que él acostumbraba emitirlos, sino los de un honrado obrero, que intentaba cumplir con su obligación, con la dignidad y honradez que las fuerzas de su cansado corazón le permitían.
Por eso yo, viendo esto, apenas si lo sacaba, y si lo hacía, era procurando que fuera en las mejores bonanzas posibles que un puesto puede ofrecer en todos los sentidos, incluidas – pues no faltaba más - las del buen tiempo también.
Fuerza y arrojo le podían faltar, pero lo que sí seguía siendo era un insuperable artista y todo un consumado maestro, por lo que, “puesto” que se le daba, “puesto” que podía dejar, se le tirara o no, con la baba caída al más exigente de los pajareros. El tirarle - y más ya a estas alturas - era lo de menos, aunque difícilmente podía escapar de aquel su magistral tacto y perfecta estrategia, ni la más redomada y astuta perdiz que “se le pudiera al aparato”.
En uno de estos últimos puesto de su vida - lo recuerdo perfectamente, ¿cómo no? - su indiscutible talento alcanzó tal altura, que aquello fue como el que hace malabares de mágica fantasía, por lo que más que para contar, sería para ser vivido.
Fue en un puesto de luz. La mañana, por luminosa y serena, era todo un delicioso encanto, en tanto que el lugar, por idílico y bello, también debía ser como los que se sueñan en el Edén.
Había levantado el tollo casi en la base de un pequeño cabezo, aledaño a un soto de viejos álamos de sensual verdor, - conocido por "La Alameda del Boticario" - a cuyos pies corría un andarín arroyuelo. Perdidos en sus frondosas ramas, unos jilgueros enamorados, intentaban fascinar con sus requiebros, tan idílicos y campestres siempre, a la que debían estar soñando como la bellísima y tierna compañera de su nido, al ritmo que, al parecer, les iban marcando los cantarines “gorgoteos” del andarín y juguetón arroyuelo que por allí se deslizaba.
Había oído contestar una collera, sin mucha convicción, (por cierto, que se encontraba en la ladera que, poco mateada, se alzaba afablemente al otro lado del arroyo) pues bien, como digo una collera le había contestado a los reclamos de salida que, por obligación, había dejado escapar el honrado y viejo obrero de la jaula. El Chepa hizo un esfuerzo e insistió, procurando infundir a sus nuevos reclamos una renovada y jubilosa alegría. El campesino entonces - que no la hembra - alegró, asimismo, su réplica. Fue el momento en el que comencé a soñar que el lance empezaba a hervir, y con tal fervor, que el desenlace podría presentarse en cualquier momento. No fue así, sin embargo, sino que, por el contrario, pude comprobar, sólo breves instantes después, que aquellas campesinas, si es que llegaban a ofrecer un lance, éste iba para largo. Y es que la collera, tanto por parte de él, como por parte de ella, no dejaba de lanzar reclamos y más reclamos un tanto desangelados al vacío, pero sin mover una pata.
Parecían que estaban amarrados al tronco de uno de los arbustos que por allí se podían divisar. Tanto era así, que si no hubiera sido por los reclamos de la hembra, hubiera pensado que aquellos “reclamos, titeos y curicheos” del macho, bien podían ser los de un reclamo que, como el mío, había sido entronizado por allí en su pulpitillo, por un aficionado que hubiera llegado antes que yo, o, tal vez, después, sin apercibirse de mi tan cercana posición.
El Chepa también debió entender que allí había mucha tela que cortar, y que él, a sus años, ya no estaba para muchas trotes y, aún menos, para inútiles pérdidas de tiempo, teniendo, además, que dejarse en ellas tantos esfuerzos y tantos sudores, por lo que se propuso aburrir al muy "cantaor" matrimonio, no permitiéndoles ni un reclamo más, a base de una pertinaz y contumaz “regañina” a base "guteos” y más “guteos”. Así que, tan pronto como intuía el menor intento de los campesinos en sus reclamos, allí estaba El Chepa con sus enfadados y contundentes “guuuu” “guuuu”. Jamás le vi, durante nuestra ya dilatada vida, tantas riñas en un puesto. Fueron tantas y tantas, que un canto como el de la riña, que, por lo común, suele ser emitido sólo circunstancial y esporádicamente, pasó a ser el verdadero protagonista en lance de tan larga duración, en tanto que cantos tan básicos y esenciales, como el titeo, el reclamo o el “cuchicheo”, quedaron relegados a muy segundo lugar, y sólo emitidos en momentos absolutamente imprescindibles.
Aquello, por increíble - como ya he dejado dicho - no es para ser contado, sino para ser vivido, y es que, por lo poco común y anómalo, parecía pertenecer a un mágico y enigmático mundo de ensueño, difícilmente comprensible.
Con verdadero asombro pude comprobar que, en aquel puesto, allá en "El Soto de la Alameda del Boticario", durante más de una hora, que fue lo que tardó en llegar el desenlace, no dos o tres riñas, más o menos oportunas y necesarias - como es lo común - sino que aquello fue una continua riña, dando la sensación de ser como una tozuda y asombrosa cabezonería de “regañinas y más regañinas y venga regañinas”.
La collera, viéndose cortada tan insistentemente, tan pronto como intentaba entonar su cantata y que el dictador reñidor no presentaba la menor fisura o desfallecimiento, no tuvo otra opción, sino la de moverse de allí, viendo que se dormían de aburrimiento, ya que ni contestar podían, aunque sólo fuera por un mínimo de dignidad. La hembra no, pero el macho, que debía estar hasta "los mismísimos" de aquel intruso inquisidor, se arrancó, por fin, a entrar en busca del implacable y autoritario matón, hecho un energúmeno. Al disparo, la hembra, que se había quedado taimadamente rezagada, se voló, y, a partir de entonces, como si se la hubiera tragado la tierra. De ella jamás se supo.

Capitulo 27 
En los últimos puestos que le diera a mi entrañable e inolvidable Chepa, ya con la friolera de los doce celos sobre las espaldas, ni a “gutear” o reñir se decidía a los “retrancones” cantarines, para que, dejando de cantar, se dedicaran a avanzar, más o menos presurosos hacia la plaza, y es que bien sabía él, después de tantas y tantas batallas, que lo más común era que, a los postres y después de tantos esfuerzos, el reñido mandara al reñidor a tomar viento a la farola de Málaga - lo del puesto de La Alameda del Boticario fue una excepción – para, a renglón seguido, escapar de allí para ciento y un días.
Se limitaba pues, a salir de reclamo de cañón, eso siempre, y entonces se quedaba a la escucha atentamente, y si intuía que el que le replicaba, estaba en buena predisposición de aceptar la pelea, se esforzaba, aunque eso sí, un tanto a la trágala, en hacer lo que hubiera que hacer, para fraguar el lance, haciendo lo indecible para que el desenlace fuera lo más rápido posible, con la idea de ahorrarse trabajos y esfuerzos que, a su edad, deberían pesarle como una losa.
Una vez llegado el desenlace, fuere el que éste fuere, como sintiéndose liberado de una obligación y ya con la conciencia tranquila de haber hecho los deberes, muy mollar tenía que ver un nuevo lance, para emprenderlas de nuevo, preparando una nueva batalla, para no tomar la resolución de echarse plácidamente sobre la esterilla y ponerse como a sestear, tomando el templado solito ya a puertas de la Primavera.
Si, por el contrario, veía que el que o la que le contestaba, lo hacía con desgana y sin ninguna convicción, le decía "vaya usted con Dios “enhoramala", y se ponía a acicalarse las plumas parsimoniosamente, si es que no a dormitar como un bendito, si bien -y siempre por estricta obligación, si es que no por pasión o ganas – solía dejar escapar, después de largas pausas, alguna que otra llamada, por si las moscas.
Si, de inmediato, no se le ponía nadie “al aparato”, insistía moderadamente, y si la cosa seguía igual, la función, de momento al menos, se daba por concluida.
Casi me veo en la obligación de decir, aunque sólo sea como mera curiosidad, que sus endémicos saltitos, especialmente, al ponerle o quitarle la sayuela, tanto en casa, como en el campo, allí seguían en total vigencia, aunque, claro, en un anciano de tan avanzada edad, por mínimos que estos fueren, era casi inevitable que, al menor descuido, perdiera pie en ellos y cayera panza arriba, costándole, asimismo, Dios y ayuda para volver a tomar su natural posición.
¡Pobre Chepa! ¿Cómo estarán a estas horas sus huesos? Y no digo aquella otra tópica evocación de “dónde estarán sus huesos”, porque, como ya informaré en su oportuno momento, sé perfectamente en el lugar en que se encuentran! ¡Ay, aquel fantástico y bizarro trovador, que sólo el verlo plantado con aquel señorío en el pulpitillo, ya era una bendición de Dios...! ¿Dónde aquel poderoso gigante, aún siendo un pigmeo, ofreciendo aquella estampa del más aguerrido y valiente de los guerrilleros...? ¿Aquel irresistible embaucador, atrayendo a su pies al cobarde “receloso”, con aquellas sus invitaciones, tan amigables y delicadas, como farisaicas, ficticias y tan llenas de astucia, dónde? ¿Dónde aquel apuesto galán, enamorando y cautivando tanto a solteras, como a casadas o concubinas, con aquellos sus irresistibles requiebros y galanterías...? ¿Aquel beligerante y engreído guerrero, “picheándose” en la jaula con aquellos vibrantes gritos de guerra, intentado despertar a los soñolientos, si es que no apáticos campesinos de su modorra, para que entraran cuanto antes, en desigual batalla…..? ¿Aquel generoso luchador, que jamás se diera por vencido, ni mostrara el menor de los desfallecimientos, dónde....? ¿Dónde, en fin, aquel admirado y endiosado campeón, adorado y envidiado por propios y extraños....?

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12