By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 25 de octubre de 2017

El mundillo de la jaula 9

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 9

 Décima parte.- 
Después de que, en aquellos “sus puestos” de catecúmeno, el neófito jorobado demostrara tener madera, como para poder tallar en ella todo un impresionante campeón, estaba yo con mi Chepa como "Mateo con la guitarra". Por eso, cuando me ponía a observarlo allá en la terraza (por cierto que, siempre, como un furtivo, porque cualquiera daba la cara de lleno) y le veía aquella su cabeza de Nazareno camino del Calvario, sentía que el alma se me caía de cuajo. No llegaba a explicarme - de verdad de la buena - que un pájaro tan honesto, tan noble, tan generoso, tan valiente y con tanto arte y sabiduría sobre el pulpitillo, fuera tan poco sociable, tan poco agradecido, tan esquivo, tan caprichoso y tan "malage" ante la presencia de cualquier visitante allá en la terraza, incluido el amo que tanto lo mimaba y lo cuidaba. Es que hasta la comida se la tenía que echar como a traición, si es que no quería que el muy descastado se pusiera a "alambrear" o "hacer la carrucha" como enloquecido, si es que no a dar saltos como poseído por el Demonio. De donde le pudiera venir aquel atroz e inconcebible resabio, fue un misterioso secreto que el pobre del Chepa se llevaría a la tumba, después de estar, nada menos, que doce años a mi lado.
Una vez cerrada la veda, solía mantener a mis reclamos aún en la jaula hasta, más o menos, finales de Marzo o primeros de Abril, en que los metía en los terreros, aunque siempre supeditado a que los temibles calores de estas sureñas tierras de España empezaran a asomar, cuanto menos, las orejas. Sin embargo, pensé que, ese año, para que el que ya era mi adorable Chepa no terminara por descalabrarse, golpeándose contra los alambres de la cúpula de la jaula, meterlo en su terrero cuanto antes, si es que a sus compañeros no, donde, seguramente, por tratarse de un aposento mucho más espacioso y, a su vez, con un asiento lleno de mullida arena, se debería sentir infinitamente más cómodo y seguro, por lo que dejaría de dar botes e, incluso, aún dándolos, sin el peligro de romperse la cabeza, como el que tenía en la jaula o, cuanto menos, sabiendo que sería muchísimo menor que el que tenía con los alambres de la jaula.
Dicho y hecho, así que cogí mi coche, y según era mi costumbre, allá endilgué hacia la sierra en busca de un cristalino arroyo de aséptica y mullida arena.
Acerté plenamente, pues el saltarín, aunque tan desconfiado y arisco como siempre, teniendo en el terrero espacio suficiente para moverse y así desahogar aquel su terrible nerviosismo, pues, cuando el caso lo requería, corría para un lado y para otro con el apremio del que intenta escapar de un fuego, pero nunca llegaba a saltarse, por lo que,
a los no muchos días, su cabeza estaba curada y cubierta de nuevas plumas que, junto al aseo que le permitían sus baños en tan limpia arena y una vez concluido “el despelecho”, su estampa era, cierto que no la de un “Adonis” o la del aguerrido guerrero que era, pero sí la de un gracioso figurín de exposición.
Lo del “despelecho” de este auténtico capricho de reclamo tan caprichoso, por otra parte, - que tarde o temprano tenía que llegar - era algo que me tenía en vilo, pues bien sabía yo que, siendo tan peligroso en cualquiera de los celos, lo era, especialmente, en el primero, así que, siendo yo tan meticuloso en todos y cada uno de los cuidados que mis reclamos requerían, ese año, debido al Chepa, me extremé en ellos, por lo que tanto El Tarta como El Dulcineo y, en especial, El Chepa, en cosa de un mes o así, estaban que ni recién esculpidos por la mágica mano del escultor de La Venus de Milo.
Efectivamente, el futuro campeón, en concreto, una vez “despelechado” y con aquel su renovado plumaje, espejeando limpieza y salud, y la cabeza sin la más leve cicatriz, parecía de mejor familia. Por fin, lo pude ver, desde que me lo regalaran, vestido con sus mejores galas y en toda su integridad. Su semblante, incluso, parecía ser el del que ya es "gente mayor", en tanto que los espolones de sus patas daban la sensación de haberse hecho más varoniles. Seguía siendo demasiado menudo, sí, pero muy proporcionado, si bien la cola, debido a la joroba, en vez de ser levemente inclinada hacia el suelo, como en los demás perdigones, la tenía casi en vertical, y que, al tener además las plumas un tanto abiertas, lo hacían aún más elegante y "engallao", recordando la de un pichón, cuando, cortejando a una dama, le arrastra la cola. La giba, asimismo, al contribuir a que su pequeño cuerpo fuera más redondeado y recortado, parecía menos corcova en aquel su conjunto de pelotita de plumas, sino que quedaba como perdida en ella. Lo único que, en su conjunto, le resultaba un tanto desproporcionado, era la cabeza, ya que a guisa de lo que suele suceder en los enanos, en especial, del género humano - que yo sepa por lo menos - tenía en él las medidas de los de estatura normal, que no la proporcionada a su estatura, por lo que daba la sensación de tener toda una señora cabezota.
La cabeza del Chepa pues, además de desproporcionada a su cuerpo, tenía las características de los que son auténticos líderes en el mundo de la perdiz en general, es decir, bellamente redondeada, pico de gorrión y amplios listones blancos, arqueados sobre las sienes y los ojos.
Estaba totalmente seguro que este pollo, después de haber roto como lo había hecho en sus distintos puestos de neófito, llegaría a ser un afamada figura en el mundo del Reclamo, pero, claro, después de que en mi ya larga carrera de aficionado, pudiera comprobar, en más de una ocasión, por cierto, el más estrepitoso fracaso en el segundo celo e, incluso, en el tercero, de pollos que en el primer celo se habían destapado como fenomenales reclamos, no era yo, precisamente, el que me atreviera a poner la mano en el fuego por el pigmeo, y aún menos, pensando en lo desconsiderado, lo desagradecido y lo poco cortés que era, no sólo ante su dueño y señor, sino ante cualquier otra visita que se le pudiera presentar, fuere quien fuere, donde fuere y cuando fuere.

Onceaba parte.-
 No sé por qué, pero siempre que oigo maullar a mis reclamos, suscitan en mí como un profundo sentimiento de melancolía, tal vez porque me contagien la propia morriña, precisamente, que, tal vez, quieran expresar ellos en ese suspiro de tan enigmática y misteriosa cadencia.
Me viene esto a la memoria, porque el jorobado del Villar del Rey, aún en pleno “despelecho”, era un gato maullando, lo que me incitó a escribir un Artículo sobre tan misterioso canto de los pájaros de perdiz, para las prestigiosa Revista Cinegética "Linde y Ribera".
Lo transcribo, aún sabiendo que por ahí debe aparecer también en alguno de mis libros sobre la cacería del “Reclamo”.
De los diecisiete cantos que es capaz de emitir la mágica garganta de un perdigón - todos y cada uno de ellos (por supuesto que sí) con un específico mensaje, totalmente, definido - tal vez sea el muy quejumbroso y melancólico "maullido", el más enigmático y misterioso, no ya por su mimoso y lastimero tono, sino por el indescifrable mensaje que en él se quiere transmitir.
Ni los más conspicuos y avezados pajareros han llegado jamás a ponerse de acuerdo en las causas que a ello incitan a los pájaros de perdiz, como a lo que con él quieren expresar exactamente. Y es que la cosa no es nada fácil, sobretodo, por lo indefinidas que son las circunstancias en las que los suelen emitir. Por lo que, al no quedar nada claras, las causas que lo motivan, es lógico que el mensaje que en sí conlleva, nos quede
como en una nebulosa, y, por lo tanto, bastante difuminado, cuanto menos. Y así, nada de extraño tiene que, al no tener evidencia de su "por qué", nos deje sumidos en el misterio y como con dos palmos de narices en lo demás.
Un servidor de Dios y de ustedes, en mi ya larga vida de pajarero, he oído maullar, lógicamente a mis reclamos en multitud de ocasiones e, incluso, en muy dispares y hasta opuestas circunstancias. Quiero decir, en concreto, que en las que están ardiendo de celo, y, por el contrario, en las que se encuentran en sus horas más bajas, bajo este concreto aspecto, como son en las que se encuentran en pleno ”despelecho”.
Sí, he observado, sin embargo, que, por lo común, hay una circunstancia que, difícilmente no concurre en la emisión de tan nostálgica queja. Y es que parece dar la impresión que, como para no desentonar con su melancólica cadencia, casi siempre lo suelen emitir en esas horas brujas y dormilonas, como son esas melancólicas horas, cuando comienza a agonizar el día, dándole paso a la noche, si es que no ya anochecido e, incluso, una vez entrada la noche de lleno, notando, por otra parte, que cuanto más desapacible y triste se presentaba ésta, más asiduos y melancólicos se hacían los tales maullidos.
Recuerdo en especial, al respecto, una noche de cielo cerrado, de esas que, por su ventolera racheada y gruñona, silba como con cadencia de ultratumba en las ventanas y choca con furia su lluvia en los cristales - esas que los lugareños del hábitat rural suelen llamar “noche de lobos” - que hasta “El Tarta” y “El dulcinea del Pedroso”, que, por lo común, si maullaban lo hacían muy esporádicamente, parecían porfiar esa noche con El Chepa en tan tristes quejas, dando la sensación que aquello era un velatorio de plañideras a sueldo.
Mis observaciones de este tan misterioso suspiro en los campesinos, obviamente, no han podido llegar a tanto, pero también tengo mis experiencias. Os la refiero con la sinceridad que creo que me honra.
Siempre que he oído maullar a los campesinos, ha sido cuando el puesto de la tarde empieza a dar sus últimos coletazos, y, por ende, cuando el atardecer está cerca de su total ocaso, dándose además la circunstancia, que nunca lo ha sido así "por la buenas y porque sí", y de forma más o menos casual, sino que el campesino de marras ha comenzado a maullar, después de haber mantenido, “retrancón y amojonado”, una buena gresca, en enardecida perorata, con el del pulpitillo. ¿A qué esos maullidos ahora - me he preguntado yo más de una vez.- después de haberse tirado allí su buen rato, replicando a su retador y sin dar, cobardemente, ni un solo paso adelante....? ¿Agotado de tan beligerante discusión, estará enmascarando su decepción, quizás, que no su falta de valentía, con esas melancólicas cuitas, pensando que su contrincante le ha vencido, llevándose a su lado esa imaginaria “Dulcinea del Toboso”, por la que ambos luchaban y que tan ardientemente se han disputado con “sus reclamos, cuchicheos y titeos”...?
¿A qué esas tristísimos y melancólicas quejas entonces...? ¿Estará añorando en ellas la vergüenza torera que no ha tenido, para acudir a dar la cara ante aquel sorprendente galán, y así debatirse con él en singular y desigual batalla....?
En casos como éste, nunca jamás pude saberlo, al menos, con un mínimo de certeza. A lo más que llegaba, era a sospecharlo. Por lo que sin querer montar cátedra, ni mucho menos, un servidor de Dios y de ustedes, piensa que este enigmático y misterioso quejido, tanto en el caso de los reclamos, allá en la prisión de su jaula, como en el de los
campesinos, allá en la libertad del campo, no es sino un melancólico suspiro, que se les escapa incontenible de lo más intimo de su ser todo, bien, cuando adormecidos, en las horas brujas del atardecer, o en las siempre tan misteriosas horas de la noche, se ponen a evocar o a soñar el amor que no termina de corresponderles, o bien, añorando vayan ustedes a saber ahora qué nostálgicos recuerdos, aunque siempre sospeché que los que fueren, debían ser tan dulces y evocadores como del más intenso y poético bucolismo.
Muchos pajareros, cortando por lo sano y sin querer meterse en complicaciones, creen que el maullido de los perdigones es el signo más evidente de que están pasados de celo. Y sin más, ahí queda eso.
Un servidor, con todos mis respetos y después de lo que ya he dicho, de que los he oído maullar en sus horas más bajas de celo, es decir, en pleno “despelecho”, no puedo estar de acuerdo. Que tampoco sea lo que yo, sintiéndome poeta, termino de afirmar de tan misterioso canto, de acuerdo también.
¿Entonces en qué quedamos en el duro o los veinte reales...?
Pues sencilla y llanamente, que es uno más de los muchos misterios que esconde el sugestivo, misterioso y fascinante mundo del pájaro de perdiz, y que, por ahora, este tan
enigmático misterioso tenemos que dejar ahí bailando en el aire y a su aire.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 18 de octubre de 2017

Trazos, Letras y Acordes XIII

José María Martínez Cachero

Nació en Oviedo, el 30 de marzo de 1924, falleció en la misma ciudad el 30 de Junio de 2010, hijo de Guadalcanalense y Asturiana

Muy pronto tuve afición a la política; me surgió con los Maristas en 1935, me dieron una entrada para un mitin de José Antonio Primo de Rivera antes de las elecciones de febrero de 1936, pero mi padre la rompió: "Puede haber muertos y heridos", me dijo.

Soy hijo de sevillano y asturiana. Mi padre, José Martínez Hernández, era de un pueblo de Sevilla limítrofe con Badajoz, Guadalcanal, muy rico, pero de latifundios. Sus habitantes eran normalmente pobres y vivían del jornal que en épocas de cosecha les daba tal o cual ricacho. Mi padre pertenecía a una familia pobre, pobrísima, que tenía sencillamente lo que ganaba mi abuelo y una casa con un pequeño trozo de tierra al que llamaban huerta. Eran tres varones y una chica. Según me contó mi padre, cuando llegaron a los 13 o 14 años, el abuelo los reunió y les dijo: "Ya veis cómo nos desenvolvemos, tenéis que buscar vuestro camino porque cada vez está la cosa peor". A mi padre, que tenía cierta veta aventurera, se le ocurrió sentar plaza en el Ejército y fue combatiente, no digo de los últimos, pero sí de los penúltimos de Filipinas. Allí le fue francamente bien y aprendió a leer y a escribir. Y volvió con la graduación de sargento. Se convocaron entonces unas oposiciones para ingresar en la Administración civil. Mi padre ganó la oposición y lo destinaron al Gobierno Civil de Canarias, en La Laguna. Allí se casó y nacieron dos hijos, hermanastros míos. Al cabo de un tiempo, se murió su esposa canaria y entonces decide volver a la Península, al Gobierno Civil de Huelva. De allí pasó a Sevilla, y después a Valladolid, donde estuvo varios años y conoció a gentes tan pintorescas como “Óscar Pérez Solís, asturiano fundador del Partido Comunista, que luego, en la guerra, fue falangista y combatió en el cerco de Oviedo”.
Joven trabajadora despedida por boda.- Cuando acabó la huelga de 1917, a mi padre se le ocurrió cambiar de destino, a Oviedo. Aquí se encontró muy a gusto y volvió a casarse con la que fue mi madre. Había venido con sus hijos, una chica y un chico, que encontraron trabajo, mi hermanastra fue telefonista y mi hermanastro fue ambulante de correos. Mi madre, Elvira Cachero Sariego, procedía de una aldea del puerto de Pajares, que se llama Linares del Puerto, pero se crió con su abuela en Ujo, y estudió en el Colegio de las Dominicas, donde tuvo como compañeros a los hijos e hijas de Concha Espina. Particularmente, de Víctor de la Serna tenía el recuerdo de que era un niño muy agradable con quien ella había convivido unos años. Su madre, mi abuela, había fallecido, y su padre, viudo, se había casado en segundas nupcias. Mi madre y su hermana permanecieron en Ujo al acabar los estudios y buscaron acomodo en la vida. Surge entonces un señor de Ujo muy rico, Próspero Blanco, que tuvo muchos e importantes negocios de minas, o de garajes en Oviedo. Don Próspero conoció a aquellas jóvenes, que tendrían 17 o 18 años, y entonces le dijo a la abuela que por qué no las mandaba a Oviedo, donde él iba a abrir un negocio que era un anticipo de la Compañía Telefónica. En efecto, era una telefonía particular de la que él era accionista principal y estaba emplazada en un piso de la calle del teatro Filarmónica. Entraron las dos en dicha empresa en una época en la que no era abundante la mujer que trabajaba y, además, había una limitación tremenda: la mujer que se casaba tenía que abandonar inmediatamente el trabajo, por voluntad del patrón. Mi madre se casó y al día siguiente dejó de trabajar.
Vi pasar por Pajares los trenes con mineros camino de Madrid, en julio de 1936; iban felices 
Uno de los que incendiaron la iglesia de mi pueblo, en la guerra, comentó: "Ya se quemaron todas; no va a quedar ésta por guapa" 
Voto a la República y después a la CEDA.- Mi madre trabajó en una compañía privada de telefonía del empresario Próspero Blanco, pero tuvo que dejarlo cuando se casó"
Mis padres se establecieron en una casa de la calle del Carpio y allí nació una niña a la que no conocí, Elena, que cumplía cuatro años cuando yo nacía y al poco falleció. A los seis años nació mi hermano Luis Alfonso, que se mató hace unos años cuando venía a veranear a Oviedo, por un choque en la provincia de Ávila contra un camión que bajaba con los frenos perdidos. Mi hermano era doctor en Derecho, profesor de Económicas y también trabajó en el Ministerio de Trabajo. Era una España muy agitada la de aquellos años. Muy pronto tuve una gran afición a la política -a la altura de los años 1934 y 1936-, y notaba a veces que mi padre venía del Gobierno Civil preocupado, inquieto, nervioso, y mi madre le preguntaba qué pasaba. Había huelgas en Asturias, especialmente en al minería. Llegan las elecciones el 14 de abril 1931 y hubo mucha gente de clase media, por ejemplo, mi padre, que votó a favor de la República y en contra de la dictadura amparada por la Monarquía, y también en contra de Alfonso XIII, que para muchos no resultaba nada simpático. Pero los cambios fueron muy curiosos y en las elecciones de 1933, en las que triunfa a Lerroux y la CEDA, mi padre vota a este último partido. Mi padre, como otros muchos, había sufrido una enorme decepción con la República, a la que había acogido con gran ilusión.
La revolución junto a un mercancías.- De la Revolución del 34 no puedo decir nada más que lo que he leído o lo que me contaron, porque yo no estaba en Oviedo, sino en Linares del Puerto, donde pasé los veranos de mi niñez y adolescencia. En Linares del Puerto, con estación ferroviaria, y en el pueblo, Congostinas, en el fondo del valle, tenían, y siguen teniendo, como patrona a la Virgen del Rosario, que se celebra el siete de octubre. Yo había conseguido, en virtud de las buenas notas de Bachillerato, que mis padres me dejaran ir desde Oviedo, acompañado por algún conocido, a Linares, para pasar allí las fiestas. Salía en un tren que partía hacia las tres y media y llegaba allí a las seis y media. Durante la revolución, no hubo absolutamente nada en el pueblo. Respetaron la iglesia, respetaron al sacerdote, y lo único que hubo de extraordinario fue que al paralizarse la circulación de trenes con Madrid resultó que en la estación de Linares quedó detenido un tren de mercancías enorme, que llegaba desde la boca de un túnel a del siguiente. En ese tren había de todo, desde alimentos hasta muebles. Eran mercancías que llegaban al comercio de Oviedo, aprovechando que pronto iba a comenzar la campaña del otoño. Teníamos ahí ese mercancías y del concejo de Aller, que limita con Lena, vienen unos mineros revolucionarios a ver qué pasaba por allí. Instalan un comité de salud pública en la estación de Linares, sientan sus reales y listo. Allí están varios días hasta que fracasa la Revolución y se marchan en busca de mejor acomodo. Respecto al tren, los revolucionarios deciden abrirlo porque dicen que las gentes del pueblo se estaban muriendo de hambre. Era mentira. Los habitantes del pueblo eran gentes más o menos hacendadas que tenían sus vacas y tierras. Los había más o menos ricos, pero allí no se moría nadie de hambre. Del rumor del hambre se hace eco algún historiador, pero no sucedía ni en aquel pueblo ni en los limítrofes. Se acaba la Revolución y mi padre va a buscarme. Oviedo estaba muy destruido, pero en la calle del Carpio no había pasado nada.
Sermones antirrepublicanos.- Hacia 1935 viene mi inclinación a la política, pero no por influencia de mi familia. Mi padre no hablaba de política y tampoco mi madre y mi tía, que en 1933 habían votado también a Gil Robles. Pero me surgió esa inclinación en el Colegio de los Maristas, en el que estudié los tres primeros cursos de Bachillerato, antes de la guerra. Y surgió aquello por varios motivos. Primero porque la República -y en esto se equivocó treméndamente- empezó ya en el mismo abril de 1931 a arremeter contra la Iglesia de una forma brutal y totalmente inconveniente. Lo único que consiguieron fue enemistarse con la Iglesia y con la multitud española que era entonces católica, y hasta de una forma muy reaccionaria o retrógrada. Expulsaron a los Jesuitas y al cardenal Segura, prohibieron a los religiosos, por ejemplo a los Maristas, que llevaran sotana, y amenazaron con cerrar más colegios de religiosos. Esto, en el colegio de los Maristas, produjo un ambiente tenso y de disgusto. Había algunos frailes que se mantenían imparciales en clase, pero otros, de vez en cuando, decían: "Hoy no vamos a dar clase y vamos a hablar de cosas". Había un religioso que se llamaba don Antonio -"Chanchín", porque era pequeño y gordo-, que fue después combatiente en la Guerra Civil, en Oviedo, y que en aquel tiempo estaba inclinándose mucho a la Falange, recientemente fundada. De vez en cuando nos soltaba unos sermones tremendos. Yo, al principio, pensaba que aquello no era ninguna asignatura y me preguntaba a cuento de qué venía. Pasado el tiempo, me percaté de que venía a cuento porque, según ellos, por alguna parte tenían que mostrar el malestar enorme que sentían por las medidas de la República y por las amenazas que continuaban existiendo. Los alumnos lo contarían después a los padres, posiblemente.
El hijo del coronel Franco Mussio. «Más adelante, cuando yo iba a tercero de Bachillerato, en el curso sexto, el último, había un grupo de mayores que estaban ya muy metidos en política. Uno de ellos, el cabecilla, era hijo del coronel José Franco Mussio, director de la Fábrica de Armas de Trubia. Al comienzo de la guerra, Franco Mussio no cumplió las órdenes que le había dado el coronel Aranda, de que él y los oficiales de la fábrica se vinieran con los cañones desmontados. Franco, o se distrajo o no estaba convencido, y el caso es que él y ocho o diez oficiales se quedaron en Trubia y sirvieron a los llamados rojos. Esto le molestó muchísimo a Aranda y recuerdo que -doy un salto en el tiempo- cuando se acabó la guerra en Asturias el primer consejo de guerra importante que se celebró en la Diputación fue contra el coronel Franco y los oficiales de Trubia. Fueron condenados a muerte y el mismo día por la noche los fusilan a todos en las tapias del cementerio de El Salvador. Lo recuerdo perfectamente porque les enterraron precisamente en unas sepulturas que estaban a continuación de la de nuestra familia.
Un mitin de José Antonio Primo de Rivera.- Aquel grupo dirigido por el hijo mayor del coronel Franco era falangista y tenía muy catequizado a su curso y también hacía incursiones en los cursos inferiores, incluso en tercero, el mío. A veces me daban unas hojas y las leía. En mi casa no eran falangistas, ni mucho menos, pero me convencía lo que decían aquellas hojas, y el convencimiento pudo haber tenido una coronación que no se dio. Desde diciembre de 1935 y enero de 1936 España estaba ya en campaña electoral, ante los comicios de febrero de 1936. Vino José Antonio Primo de Rivera a dar un mitin en el teatro Principado, y como iba a reunir a mucha gente hicieron una instalación para que se oyera en el cine Santa Cruz, en la calle del mismo nombre. Ese grupo de sexto repartía entradas y a mí me dieron una. Estaba feliz. José Antonio tenía fama de elegante, de atractivo, de gran orador. Pensé: "Magnífico, una ocasión estupenda; vamos a ver cómo es". Pero mi gozo en un pozo, porque cuando dije en casa que tenía aquella entrada mi padre me la pidió y la rompió. "¿Por qué haces eso?". "Me resulta muy simpático ese chico, pero esos, donde quiera que van, producen follón y puede haber muertos y heridos. No voy a dejar que vayas a un sitio de esos. Esto se acabó". Lo sentí mucho, porque estaba realmente ilusionado.
Dos trenes de mineros camino de Madrid.- Llega la Guerra Civil y tengo 12 años. En julio, mis padres, mi hermano y yo estamos preparando el veraneo en Linares del Puerto y Congostinas. Allí, unos tíos, hermanos de mi madre, nos daban con mucho gusto acomodo. Mi padre cogía vacaciones del 15 de julio al 15 de agosto. Después, él volvía al Gobierno Civil a trabajar y los demás quedábamos en el pueblo. Nos coge allí el 18 de julio. Para entonces, yo tenía cierta afición política y sabía muchas cosas, y recordaba muchos nombres de políticos, y leía el "ABC". Fue una de mis lecturas primeras. El 19 de julio mi padre intentó coger un tren de la mañana que venía de Madrid, el expreso, para venir a Oviedo a cumplir con su deber, pero cuando subió a la estación le dijeron que ya estaba totalmente interrumpida la comunicación ferroviaria. Es más, yo mismo vi pasar los últimos trenes, dos, cargados de mineros con destino a Madrid, para colaborar en contra de la sublevación. Aquel viaje fue una maniobra de Aranda, que le salió muy bien porque aquellos mineros de los trenes, más los que fueron en automóviles, descongestionaron la masa que aquí, en Oviedo esperaba a que el coronel Aranda dijera sí o no a la sublevación. Vi pasar aquellos trenes de mineros. Iban todos muy felices, con españoles rojos, levantando el puño y cantando la Internacional.
Quema de la iglesia y de una hemeroteca carlista- En el pueblo hicimos una vida muy tranquila hasta que empezaron a surgir cosas desagradables y peligrosas. Ayudaron algunos del pueblo, que lo pagaron muy caro, a la quema de la iglesia, que fue posiblemente una de las últimas que ardieron en toda aquella comarca. Uno de los incendiarios del pueblo se jactaba diciendo: "Ya se quemaron todas; no va a quedar ésta por guapa". Destruyeron las imágenes y también una pequeña hemeroteca que tenía el cura párroco anterior, que ya se había muerto. El cura que le sustituyó se había marchado para León muy a tiempo. La hemeroteca era de prensa carlista del siglo XIX y XX, porque aquel cura, muy carlista, leía los periódicos y los iba guardando y encuadernando. No pasó nada más de momento. No había problemas de alimentos y la gente seguía con su vida normal. Habían recogido la hierba y estaban con las castañas y el maíz..
Salvado por el apellido Cachero.- Pero una noche de septiembre, en la primera quincena, estábamos todos durmiendo tranquilamente y picaron a la puerta fuertemente. Salió mi tío y eran unos milicianos que buscaban a mi padre. No lo presencié, pero me lo contó mi madre. "Tenemos noticia de que es funcionario de Gobierno Civil", le dijeron a mi padre. "¿No sabe usted que se ha establecido un Gobierno Civil provisional en Gijón y que tenemos gente del de Oviedo, que estaba veraneando en Gijón y se incorporaron. ¿Por qué usted no se presentó?". Mi padre se vio cogido. "No me presenté porque tengo muchos padecimientos de estómago". Pero ahí también le cogieron ellos: "Si tiene usted esos padecimientos, mejor que en esta aldea estaría en Gijón, que hay médicos y clínicas". Mi padre nos había dicho que él de ninguna forma iría al Gobierno Civil de Gijón, que primero lo mataban. Sacan a mi padre a una antojana que había delante de la casa; para llevárselo y seguramente para matarlo por algún camino. Entonces el cabecilla pregunta quién vivía en la casa colindante con la nuestra, que estaba vacía. "Es de unos parientes que vienen de veraneo, desde Ujo". "¿Quiénes son?". "La familia Cachero; nosotros somos sobrinos de Leandro Cachero y primos del cartero Antonio Cachero". La cosa dio un vuelco milagroso. Preguntó el jefecillo: "Este señor que nos vamos a llevar, ¿tiene algo que ver con ellos?". "Su mujer es sobrina carnal de Leandro Cachero; él es sobrino consorte". "Entonces no lo llevamos; que se quede". Leandro Cachero era una persona importante en la Hullera Española de Ujo, y su hijo Antonio era muy conocido por ser el cartero. Eran muy conocidos y estimados.
En 1945 se licencia en Filosofía y Letras, sección Filología Románica, en la Universidad de Oviedo. Es profesor ayudante interino en la misma universidad y en 1948 obtiene el doctorado en la Universidad Central de Madrid, con la tesis “Vida y obra del poeta Emilio Ferrari (1850-1907”
En 1960 obtiene la cátedra de Lengua y Literatura Española en el Real Instituto Jovellanos de Gijón, y cinco años más tarde consigue la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Oviedo.
En 1968 es profesor visitante de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Tennessee, EE UU). Repite en 1970, en la Universidad de Nuevo México (Alburquerque, EE UU).
En la Universidad de Oviedo ha sido director del Secretariado de Publicaciones (1966-74); director del curso para extranjeros (1972-74); director del Departamento de Literatura Española de la Facultad de Filosofía y Letras (1974-77 y 1983-86). Se jubila en 1989.
De 1976 a 1979 es secretario del Departamento de Creación Literaria de la Fundación Juan March (Madrid). Desde 1992 es miembro correspondiente en Asturias de la Real Academia Española de la Lengua.
Ha sido presidente de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX y jurado de numerosos certámenes literarios, entre los que destacan “Alfaguara”, “Hucha de oro”, Nacional de Literatura, Nacional de Novela y Narrativa y “Príncipe de Asturias” de las Letras.
Martínez Cachero cultivó tanto la crítica literaria periodística o de actualidad como la crítica universitaria o de investigación. Se dedicó, fundamentalmente, a tres campos de investigación: 1. Clarin y la novela realista española del siglo XIX. 2. La crítica y los críticos literarios de España. 3. La novela española a partir de 1939. Otros autores y temas de su interés fueron  Azorín y la Generación del 98 y la poesía española de postguerra. Es también autor de un libro de recuerdos y memorias literarias Antes que el tiempo muera en nuestros brazos (Llibros del pexe, 2002)

Tal y como hacía en sus clases, y recuerdan sus ex alumnos, José María Martínez Cachero deja la mirada perdida y habla con fluidez y precisión de su vida, al igual que durante lustros lo hizo acerca de la Literatura, la materia de la que es catedrático emérito de la Universidad de Oviedo. Relató sus  “Memorias” para LA NUEVA ESPAÑA con especial atención a su infancia y juventud, en esta entrevista que le hicieron  23 Julio de 2009, un año antes de su fallecimiento.
  
Noticias Siglo XXI
Jueves, 23 de Julio de 2009

miércoles, 11 de octubre de 2017

El mundillo de la jaula 8

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 8

Novena parte.-

En efecto, en el puesto del debut, no nos comimos una rosca, pero eso a mí, habiéndolo vivido totalmente embobado en el arte, la generosidad y galantería del que se destapara como todo un consumado campeón, me importó un rábano.
No sé si el debutante hubiera dicho lo mismo. Para mí lo realmente trascendente fue que aquel "novillero", del que yo era apoderado, saliera a hombros por "La Puerta del Príncipe", después de que viviéramos una tan magistral faena en tan vibrante y emotiva tensión, por lo incierto del lance, que miren ustedes por donde, es, precisamente "la quintaesencia", como ya he dejado dicho por ahí, de esta tan cautivadora como bella modalidad cinegética.
Ni a los tobillos le llegó el puesto que, aquel mismo día por la tarde, le diera al Tarta, aún habiéndose trabajado tan admirablemente las dos hembras y el macho, que le tiré. Tres perdices en un solo puesto es casi como para echar las campanas a vuelo tocando a gloria, y no fueron cuatro porque ni el tiro merecía una "vicaria" que, muy a última hora, allí se presentó como de "curioseo o excusandeo", y por lo mismo, más inexpresiva e insensible que si hubiera sido de escayola, por lo que El Tarta se debió sentir tan humillado y despreciado, que no le hizo “ni puto caso”. La ignoró absolutamente, y, claro, abatir una perdiz en un lance, rodeado de tan deprimentes y despreciables circunstancias, no es sino un vulgar y vil asesinato, y que, como tal, sólo puede ser cometido por el que es un desdeñable "pichinero", que no por un servidor de Dios y de ustedes, ya que siempre me jacté de ser, cuanto menos, un honrado pajarero.
A partir de aquel fin de semana, aún me quedaban tres fines de semana más, para los que pensé atrochar por mitad del barbecho (en cuanto al educando me refiero) y, cuanto
menos, sacarlo el Sábado o el Domingo, si es que no los dos días seguidos, dejándome de tantas recomendaciones y demás "chuminás de la Tía Carlota", ya que, cada vez, estaba más y más convencido de que lo del pájaro es algo tan sumamente aleatorio y enigmático, que hay que decir, humildemente, lo que ya dijera aquel eximio sabio: "sólo sé que no sé nada", o aquello otro de que “lo que sabemos es una gota de agua, siendo un océano lo que nos queda por saber”. Y así sólo tres puestos más le pude dar, en lo que quedaba de celo, al pigmeo y descalabrado saltarín, si bien, a la hora de la verdad, demostró ser ese codiciado y señorial reclamo por el que todo buen aficionado hubiera suspirado.
"Sólo en uno de ellos, no le pude tirar, cuya causa, por supuesto, no fue su falta de generosidad y buen hacer, ya que en el tal puesto”, como en los demás, "se trabajó el artículo" como sólo saben hacer los buenos. Y es que, claro, la tarde fue infernal y de lo más desapacible con aquel encañonado y raseado airazo, que sacudía las copas de los olivos como a marionetas desarticuladas.
No olvidemos, por otra parte, que uno de los mayores enemigos de la caza con el reclamo de perdiz es, precisamente, la ventolera, ya que las perdices del campo se suele amojonar al socaire de cualquier “recacha”, mata o peñasco, y además de que no hay manera de que hacerles abrir el pico, a ver quién es el guapo que las saca de su resguardo, para dar un paso adelante. A pesar de todo, el animoso Chepa no se vino abajo ni por un solo instante, sino que allí permaneció al pie del cañón, predispuesto, como los valientes, a lo que fuere, y demostrando lo bien puestos que los tenía.
Desde el mismo instante en que despojé la jaula de la sayuela, “salió de cañón” como el más bizarro de los líderes, aunque siempre haciendo alguna que otra oportuna callada, que aprovechaba para poner el oído, con ostensible gracia y astucia, esperanzado en oír la más pequeña y lejana contestación. En este puesto no tuvimos la suerte de oír ni una “pitá”, sin embargo, él no dejaba de insistir. Llegó hasta a "pichearse", como hacen los avezados campeones para levantar al “campo”, y la verdad es - y así lo confieso – que tan embobado quedé, que me dejó como con "la baba caída”.
Sin embargo, allí no había quien diera señales de vida.
Aquello era "el huerto de los callaos", que es como los castizos llaman a los cementerios. Aguanté, no obstante, como amojonado también allí en “el tollo”, por el sólo placer de oír a aquella delicia de joven reclamo, cuya actitud, por sí sola, bien podía ser capaz de ilusionar a un muerto.
En uno de los otros dos “puestos” puestos, sólo pude tirarle un macho que, por cierto, era todo un "cácarro" de los del colmillo retorcido, y que se pueden considerar como viejos con sus días prácticamente cumplidos y “todos sus agostos hechos”, sin embargo, ¡olé ahí los pollos "bragaos" y con señorío, para conseguir meterlo en la plaza!, ya que el viejo guerrero campesino, además de saber más que “Briján”, ante las insistentes llamadas de su hembra que, a lo lejos, no dejaba de reclamarle su presencia, si daba un paso hacia adelante ante el retador, daba dos hacia atrás a las llamadas de “la parienta”, hasta que, entre un sí y un no, se encaramó en lo alto de un peñasco, con la idea de hacerse visible a la una y al otro desde tal atalaya, pues, al parecer, no terminaba por decidirse en aquella lucha en que se debía estar debatiendo interiormente, dando la impresión que debía parecerle una cobardía imperdonable acudir a las llamadas de “la esposa”, sin antes "cantarle las cuarenta" a aquel intruso que, tan osada y temerariamente, había invadido su territorio, intentando, incluso, meterle las cabras en el corral.
Más de una hora se tiraron ambos contendientes en sus beligerantes y ardorosos retos, hasta que el "cácarro" de marras que, seguramente debería estar ya hasta “los mismísimos” de la pertinaz provocación del intruso jovenzuelo, aprovechó unos instantes en que la "parienta" dejó de llamarlo, para descolgarse de aquel risco y acudir, como un chispeante rayo, a aquel tan tozudo y comprometedor joven galán.
El recibimiento que le hizo El Chepa, de verdad, insuperable. Aún superior que el que le hiciera a la viuda de "Las Cochineras", a pesar de que la “pícara molinera” no tragara. Pero es que, una vez abatido el campesino, "cargó el tiro" con tal señorío que, como dicen los sevillanos, aquello fue "pa morí, compare, porque es que no se podía aguantá".
¡Qué maravilla de pájaro, Santo Dios!
El último puesto que le di en aquel su primer celo, ya fue "la repanocha", pues siendo el último día de la temporada, el campo estaba más que "jauleao y espigao", sin embargo, El Chepa, como si se hubiera convertido, por arte de magia, en algo así como en "un reclamo escoba", fue como barriendo los desperdicios que otros fueron dejando atrás. Y es que tres viudas "resabiás" en un solo puesto, son muchas viudas, y aún más a esas alturas del celo, para poder meterlas en la plaza.
Toda una valiosa joya de reclamo este Chepa, que había que guardar como oro en paño, para venideras temporadas, aunque - la verdad sea dicha también – una vez concluida la
temporada, el díscolo discípulo terminara con la cabeza – con perdón - de un Santo Cristo, coronado de espina, y que, junto a su joroba y a aquel su tipejo de cheposo enanoide, cierto es que, al que no lo conociera, seguro que le debía producir tanto asco como pena.
¿Quién lo diría, Señor mío!? ¡Hay que ver cómo, a veces, ser pueden dar equivocaciones, si es que no injusticias tan enormes en este “joío” mundo por la naturaleza!

Algo así como esos hombres o mujeres que, en tanto los unos presenta una estampa de armónica, viril y perfecta escultura, las otras son sexy diosas de belleza indescriptible, sin embargo, como personas, tanto los unos como las otras, son cadáveres que apestan y, consecuentemente, asquean hasta a los pedernales, estando en el extremo opuesto y muy por el contrario, esos también seres humanos, de uno u otro sexo, que presentando una figura que deja mucho que desear, por deformada, contrahecha o, sencilla y simplemente, por quedar un tanto al margen de los cánones que llaman de la belleza, sin embargo son cristalinos manantiales de dignidad humana por su comportamiento, por su inteligencia, por sus sentimientos, por su espirito de sacrifico, por su generosidad, por su tolerancia y, en fin, por todo ese admirable rosario de valores humanos y éticos que tanto subliman al ser humano.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

miércoles, 4 de octubre de 2017

Estadio Municipal El Coso

 .
El único acceso al campo, será por la puerta de entrada, ya que lo demás estará vigilado por la autoridad

El actual campo de fútbol del Guadalcanal conocido como “Estadio Municipal El Coso” fue inaugurado el 22 de Junio de 1969, desde que existe el equipo de fútbol del Guadalcanal con sus diferentes nombres hasta llegar al actual “Guadalcanal C.D.”, se han jugados los partidos en diferentes campos, siempre ubicados en torno a la zona del Coso. 
Para el partido inaugural se invitó al potente equipo del Sevilla Atlético (filial del Sevilla F.C), este partido que registró quizás la mayor entrada conocida hasta la fecha de aficionados locales y de los pueblos de la comarca, este partido el Gudalcanal C.D. con uniforme totalmente blanco, fue ganado uno a cero por el equipo visitante, pero los que peinamos canas y recordamos aquel partido, aquel magnifico equipo del Gadalcanal compuesto por míticos jugadores como Iribar (gran portero de Llerena), Vargas (Alanís), Pepillo, Morente, Joaquín, Rafalín, Juan Chulo (como potero suplente), Agredano, Capellán, Alonso, Llamazares y Paco, entrenados por Sandalio Corvillo, ex portero del equipo. 

El trio Albitral estaba compuesto por Pelito, Sr. Amigo (padre de nuestro admirado Vicente Amigo) y Armando. 
Como curiosidad las entradas tenían un precio de: 
Caballeros con asiento.- 15 pesetas 
Caballeros sin asientos.- 10      ,, 
Señoras y niños con asiento.- 10  ,, 
Caballeros y niños sin asiento.- 5 ,, 

Se repartieron gran cantidad de carteles en los bares y establecimientos de Guadalcanal y comarca, aun conservo uno en el que se puede leer “ Notas.- El único acceso al campo, será por la puerta de entrada, ya que lo demás estará vigilado por la autoridad”. 
Se empezaron a instalar vallas publicitarias para la colaboración de diferente establecimientos, colaboraron bares y tiendas con aportaciones económicas. 
La inauguración de aquel 22 de Junio a las 18,30 de la tarde contó con toda la directiva, el alcalde de la localidad D. Enrique Gómez-Álvarez Soriano, que tanto trabajó por las instalaciones deportivas de la localidad, vendiciendo las instalaciones el cura-párroco de la Iglesia de Santa María D. Manuel Barrera Cobano, tocó la banda de música de Guadalcanal por gentileza de Comercial Electrovira y Droguería Susi. 
El precioso estadio que pasó a ser uno de los más completos de la zona cuenta con gradas, vestuarios, servicios, bar y un maravilloso césped . 
En aquél mismo años se formó una nueva directiva Compuesta por: 
Presidente.- D. Rafael Rodríguez. 
Vice-presidente.- D. José Luís Barragan. 
Secretario.- D. Plácido Cote. 
Vice-secretario D. Joaquin Yanes Chaves 
Vocales.- D.Antonio Rodriguez (Repisa), D. José Romero Cote, D. Ernesto Pérez, D. José Merchán y D. José Cabezas. 
La mayoría de ellos formaron parte de diferentes directivas, colaborando en muchas tareas y siendo grandes impusadores del fútbol de nuestro pueblo, incluso algunos de ellos formaron parte del equipo en diferentes épocas como jugadores.
Es justo recordar el anterior estadio del Coso, ubicado donde ahora se encuentra la piscina y el polideportivo, allí se vivieron tardes de glorias que nos dieron tantos buenos y recordados jugadores de Guadalcanal, Capellán. Pepe, José María, Morente, Rafalin, Agredano, Llamazares, Paquito, Martínez I, Martinez II, Alfonso, Parra, Cartucho, Sardy, Padín, Fernando, Fortu, Sandalio, Pelito, Iribar (gran portero de Llerena), Pepillo, Juan… y tantos otros. 
Aquel año 68 el Guadalcanal Jugó en el verano un total de 22 partidos, cuatro de ellos fuera de su campo, con mágnificos resultados, entre ellos 12-1 al Pedroso, 4-0 al Llerenense que militó en 3ª división, 42 al San Fernando de Minas, 5-2 al Guadalquivir de Sevilla, 3-0 al Liceo Club de Alanís, empató a dos con el Cantillana que venía reforzado con jugadores de Sevilla que militaban en tercera divisió, 4-1 al equipo de la Base de Constantina o 9-2 a Berlanga que venia reforzado que jugadores del Llenerense y Azuaga. 
Igualmente se celebró el 7 de Julio el 9º partido de la temporada, que se anunciaba como “Gran revancha entre los potentes equipos de Selección “Los Rosales” (con jugadores de tercera división) y Guadalcanal C.F. (equipo mas destacado de la comarca), arbitrado por el Sr. Amigo, en esta ocasión ganó el equipo visitante por dos a cero, mismo resultado que se dio en el campo de Los Rosales, aun conservo el cartel de aquel partido, en el que se puede ver los precios de aquel año, entrada con asiento 12 pesetas, sin asiento 7 pesetas. 
Aquel año se jugó un partido frente a las Viejas Glorias, como homenaje a Pelito, los dos equipos formados en el centro del campo le hicieron un pasillo al hombre que fue todo en el equipo y recibió una gran ovación de los números aficionados que su unieron al homenaje, recuerdo que ya en el campo nuevo fui un domingo al fútbol y estaba Pelito de portero en la puerta, le pregunté que si también era su empleo en el club y me dijo: amigo Repisa, yo por este club he sido hasta “aguaor pa los jugadores”. 
El campo cumplió su último evento con el segundo trofeo cuadrangular de feria, proclamándose vencedor el Guadalcanal, tras vencer al Azuaga por tres cero, con goles de Moyano (2) y Capellán, este fue el último partido del campo del Coso y Moyano el autor del último gol. 
Recuerdo aquel campo que desde chico visité con mi tío Repisa con gran cariño, un campo desigual con inclinación hacia la fuente, lleno de piedras que los niños quitábamos antes de comenzar los partidos, era igual dice mi amigo el Chulo, los chinotes seguían saliendo, recuerdo aquel campo perimetrado con sogas, con el público casi tocando a los jugadores, a los de la directiva pasando con una manta por “el tendido de los sastres” y dando la voluntad, que por aquella época y por circunstancias, era escasa.


Rafael Candelario Repisa