By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 30 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 5

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso

Quinta parte.-

Y el feliz y anhelado día de la apertura de la veda de “la caza del pájaro” llegó, pero, de momento, el extremeño quedó a la espera de los días de mayor celo y siempre al acecho de las mejores y más propicias condiciones de todo tipo, que un puesto puede ofrecer, para el debut de un catecúmeno.
Mucho y bien han escrito conspicuos y sabios pajareros sobre "el cuándo", "el cómo", "el cuánto" y "el dónde" se debe cazar a un pollo de un celo, aunque cierto es que no siempre yo estuve en total acuerdo, por lo que, de todo lo que han dicho, siempre procuré espigar lo que está más acorde con mi propio saber y entender, formándome así mi personal doctrina sobre el particular, y que siempre procuré seguir al pie de la letra.
Expongamos pues, aunque sólo sea a vuelapluma, lo de los unos, lo de los otros y lo de mi propia cosecha.
En lo referente al "cuando", hay puntos en los que la coincidencia es unánime, como el que el tiempo sea de lo más bonancible y sereno, estando entre sus más apetecibles características el que sea luminoso y, en especial, exento de ventolera. Sin embargo, en tanto que unos opinan que da igual que sea en “el puesto de alba”, en “el de luz” o en “el de la tarde”, otros optan sólo por “el puesto de alba”, argumentando que, a esa tan bucólica hora del amanecer, las campesinas se revuelan desde los encames a los comederos, no sin antes saludar al nuevo día con eufóricos y alegres reclamos, convirtiendo al campo en un jubiloso gallinero, por lo que, apestando a cadáver tenía que estar un examinando, para no contagiarse de tan campestres y jubilosas albricias y no entrar de inmediato en el bullicioso y alegre juego de tan festiva algazara.
Parecen razones de peso, pero...¡cuidado! que no hay que abusar, porque ni así, todo el monte es orégano, por lo menos, para mí, ya que siempre fui un educador bastante exigente que, aunque lejos, muy lejos de aquella terrible educación espartana a sus futuros guerreros, aún siendo niños, de meterles un gato con las uñas aferradas en la barriga, con la idea de que si, al tirarle del rabo al felino, al menor grito de dolor, el examinando fuere desechado en el acto, tampoco fui muy adicto a ponerles las bolas de billar como, según dicen, se las ponían a no sé qué rey.
Quiero decir con esto que “el puesto de alba”, podía ser, por cómodo y favorable, bastante recomendable, pero... ¡cuidado que no hay que pasarse! Como arranque a la larga carrera que le espera al posible futuro Reclamo, le puede venir de perlas, pero sin abusar. Y es que además, es tan rápido este puesto, que la quinta esencia de esta tan sugestiva modalidad cinegética, cual es la tensa incertidumbre del lance, por lo laborioso, precisamente, que suele presentarse, por lo común, en los distintos “puestos”, puede quedar muy en segundo lugar en estos “puestos de alba”, por lo que el educando, acostumbrado a tales comodidades, puede que no quede lo suficientemente preparado, para cuando la cosa pinte en bastos.
Hablar sobre "el cómo", por el contrario, es tan sencillo como poco complicado. Y es que aquí no caben polémicas ni discusiones. Basta decir que como mandan los santos cánones de esta bellísima y, a su vez, tan sumamente frágil cacería, y que podríamos condensar diciendo que abatiendo al invitado en el lugar adecuado y en el momento preciso, o sea, siguiendo, rigurosamente, las órdenes que, inequívocamente, va dando el del pulpitillo que, en definitiva, es el cazador, y, por lo tanto, el que sólo puede ordenar y mandar.
Desobedecer alguna de estas órdenes, puede tener consecuencias tan fatales como imprevisibles, porque si ya, en un reclamo hecho, puede hasta llegar a crearles un terrible e incurable resabio, pues ya se pueden imaginar lo que puede suponer en un novato y frágil educando. Cuanto menos, por frustrados, quedaran atrozmente resentidos para posteriores “puestos”, si es que no muertos en vida. Dicho de otra manera, que puede que se acabe diciendo aquello de que "aquí se acabó la presente historia, amén Jesús".
No hay que olvidar - vuelvo a decir - que, “dando el puesto”, el verdadero cazador es el Reclamo, en tanto que el amo pasa a ser su escudero. Escudero este que si, en todo caso, ha de ser fiel y obediente servidor a la órdenes del amo, en este caso ha de serlo especialmente, ya que el caballero al que sirve, por meticuloso y exigente, puede quedar
terriblemente afectado si se le desobedece en cualquiera de sus órdenes o mandatos, y siempre, claro está, en mayor o menor medida, según la importancia o trascendencia de lo que fuere ordenado y no obedecido. Ya digo este tan singular y sensible caballero puede quedar en tal depresión o decepción, ante lo que para él debe ser tan humillante e imperdonable desobediencia, no haciendo las cosas que él manda y cómo las manda, que puede quedar para "el arrastre" por los siglos de los siglos.
En cuanto a eso otro de "cuántos puestos" se le deben dar a un imberbe aprendiz, también difieren en mucho los distintos doctores pajareros. Unos dicen que cuantos más, mejor.
Algunos que sólo moderadamente. Y los más que tan sólo dos o tres puestos en circunstancias muy favorables, y a esperar el celo siguiente. Dicen éstos, al respecto, que atracar a un jovenzuelo de cualquiera de los placeres de la vida, puede dejarles ahítos y asqueados por lo poco avezados que en ellos están. Y yo digo que, como elegante y bonita frase, no está mal, pero que, para frase bonita y elegante, en cuanto a esto en lo que estamos, ya tenemos aquella de "in medio, virtus",que ya dijeran los grandes sabios de la antigüedad.
Y ya, por fin, vengamos a “aquesto” otro del "donde". Por lo obvia que es la respuesta, parece que la pregunta es una "perogrullada", sin embargo, la cosa tiene sus "intríngulis".
Lógicamente que el lugar debe ser de lo más propicio en cualquiera de los sentidos: que no esté "jauleao"; que sea tranquilo, recogido y silencioso; que sea mínimamente propicio a inoportunos visitantes, ya del género racional o del irracional, al margen de las buenas o malas intenciones que puedan llevar; y, en fin, a otras muchas más indeseables circunstancias que, por sabidas por todos, paso de largo.
Antes de seguir adelante y aunque sólo sea a manera de inciso, sí quisiera decir, en cuanto a eso de "los inoportunos visitantes, ya del género racional o irracional", que, en mi ya larga vida de pajarero, me han entrado en la misma ”plaza” - de entre los racionales - desde el ciclista de montaña, vestido a lo "Induráin", o el ávido buscador de espárragos trigueros, hasta el que, dándoselas de cazador y vestido, como tal, de punto en blanco, se ha presentado, escopeta en ristre, en busca del cantor.
Y entre los irracionales, desde la andariega liebre o el juguetón conejillo o, incluso, el despistado "vareto", por mencionar algunos de entre los inofensivos y nada peligrosos, hasta maese zorro, la taimada culebra, la alada rapaz o el omnívoro "cochino navajero", entre los peligrosos y de muy malas intenciones.
Disquisiciones al margen, retornemos a todo esto de los primeros pasos de los educandos, por ser lo que yo me traía tan cuidadosamente entre manos por aquellos entonces, con miras a aquel pollo que, a pesar de ser "el de la triste figura",(no sólo por sus locas actitudes, sino también por su desaliñado tipo) yo vaticinara como todo un futuro y muy famoso caballero andante, al que hasta el muy valeroso y aguerrido Amadís de Gaula se le podía quedar a la altura de los tobillos.
Para la elección del lugar del primer puesto del Chepa, sólo tenía clara una cosa, amén de las ya antedichas bonanzas y otras de menor importancia. Se trataba de algo en lo que siempre estuve totalmente de acuerdo con todos los buenos aficionados. El de colocar el tollo dentro de la circunscripción en la que se moviera una viuda, después de que la tal pasara cuatro o cinco días de haber perdido su marido, en el tan desgraciado revés, cual es el de acudir, arrastrado por los malditos celos, a algún trovador que, desde un pulpitillo y con la desvergüenza de hacerlo dentro de su propio territorio, requebrara a su amante.
Las razones para pensar en el puesto de un novato en un territorio así, caen por su propio peso, pues ¿qué se puede esperar de una pobre viuda que, después de haber probado los inefables placeres del amor, llevara ya unos días a dieta total...? Pues que debiera estar que se saltaba las paredes por encontrar un novio, por lo que pocos requiebros debía necesitar, para acudir, con las bragas en las alas, al galán que no deja de “tirarle los tejos”.
Que lo que digo es una cruda y palpable realidad, lo prueba el hecho, que yo mismo pudiera vivir en cierta ocasión, en la que saliera a probar un pollo en una circunscripción en la que sabía que había una de estas viudas que, desesperada y "como
loca perdía", buscaba un nuevo esposo.
El examinando de marras, una vez que se vio despojado de la sayuela, allá en lo alto del pulpitillo y ante los bucólicos parajes de aquellos campos, intentó escapar a ellos, buscando, enloquecido y como un poseso, una posible salida en la jaula.
Sólo unos minutos le fueron suficientes, para desengañarse de que lo que pretendía era absolutamente inviable, y entonces rompió a dar contundentes y alocados saltos contra la cúpula de su prisión, expuesto a dejarse los sesos pegados en la tal en uno de ellos. Y, entre tanto, la pobre viuda, aún estando totalmente ajena e ignorante de que no lejos tenía un galán que se estaba debatiendo a muerte por escapar de su celda, por allá divagaba, pertinaz e incansable, con sus desesperadas cuitas de amor en el pico. Pero el decepcionante galán, sorprendentemente, cuantas más cuitas de amor oía, más y más eran los alocados saltos que pegaba. Tanto era así, que, a cada salto que daba, el aire de sus pulmones, lógicamente, se comprimía, por lo que tenía que buscar salida por la vía natural de la garganta, en la que, al rozar las cuerdas bucales, producía como una especie de quejido perdiguero. Fue más que suficiente, para que la ardiente viuda acudiera al simple sonido de estos no pretendidos ni buscados "quejíos" de dolor del insolente y cobarde galán.
El desenlace de este sainete, mitad patético, mitad grotesco, mejor es que no lo cuente, porque, de todas maneras, se prestaría a polémicas, así que dejémoslo a la libre imaginación y fantasía de cada "quisque", ya que en tal encrucijada, es la salida más airosa que, de momento, se me ocurre. ¿Qué os parece? 

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Capilla de Santiago.

Construida en la Baja Edad Media a raíz de la conquista de Fuente del Arco por la Orden de Santiago.


La primera vez que los cristianos llegan a nuestra zona en 1088, conquistan Reyna y Fuente del Arco al mando de Alfonso VI, rey de Castilla y León y en previsión de la conquista de Guadalcanal, las tropas acampan entre lo que hoy conocemos como “el Cerro de Santiago” (algunas caballerías fueron amarradas allí mientras llegaba el combate) y el “Cerro del Diezmo” (situado frente al camino de “los Merinales”)llegando hasta lo que se conoce como “Puerto de Llerena” (Guadalcanal), pero viendo la extraordinaria e importante fortificación que era, no presentó batalla, da marcha atrás procurando asentar la conquista (levantó una especie de cerca en el cerro de Santiago con unas vigas de maderas a modo de columnas para sostener el techo de cañas y las maderas que lo cubrían), no fue suficiente porque en 1096 la comarca pasa otra vez a manos del Islam. (Notas extraídas de “El estudio de Las Comunidades de Villa y tierra de la Extremadura Castellana” de Gonzalo Martínez). 
En 1188, un siglo después, se repite la historia con Alfonso IX rey de León; conquista Llerena, Reyna y Fuente del Arco pero no pudo conquistar Guadalcanal por ser gran fortaleza fortificada; antes de finalizar 1198 vuelven de nuevo a recuperarlo los moros que, para que no se vuelvan a producir tales hechos, Yacub Ben Yusuf, rey taifas de Badajoz, mandó fortalecer con nuevas torres albarranas y murallas toda las alcazabas, incluidas Reyna y Guadalcanal para evitar nuevas conquistas cristianas.
En 1241 se conquista Fuente del Arco al fin y tras su repoblación definitiva en 1270, se levanta una ermita de origen muy humilde por la Orden de Santiago en el cerro que a partir de ese instante llevará su nombre (“Cerro de Santiago”) al cargo de un simple ermitaño que solo estaba encargado de reparar la estructura y conservar el escudo de la Orden y el cuadro del Apóstol Santiago (hoy día desaparecido). A partir de 1501 la ermita adquiere cierta advocación religiosa mediante orden ejecutada por el Prior de San Marcos de León, García Ramírez (el mismo de la ermita de la virgen del Ara), con la finalidad de garantizar la salvación de los hermanos a través de actos piadosos, la práctica de la religión y una misa al año el día del santo (25 de Julio).
Hacia el verano de 1790 se reedificó por medio de limosnas de los vecinos de Fuente del Arco, la ermita no tenía ni tuvo nunca algún tipo de rentas, ni ermitaño que la regentara pues desde sus inicios siempre ha pertenecido a las posesiones de la iglesia pues así lo quisieron los maestres de la Orden; a partir de entonces sirvió para procesiones de letanías y rogativas a celebrar el día del Santo.
Casi a finales del siglo XVIII el rey Carlos III ordena mediante Real Cédula (03/04/1787), que “por motivos de salud se deje de enterrar en el interior de las parroquias los cadáveres y que se creen cementerios fuera de los pueblos”; dicha orden en Fuente del Arco no se llevó a efecto porque los vecinos exponían como motivo “el no separarse de sus fieles difuntos” como recoge Don Juan Josef de Alfranca y Castellote, oidor visitador en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 12/13 de Febrero de 1791, en el cual explica “lo dañoso a la salud del aire fétido que se respira en Fuente del Arco”.
A partir de este año de 1791, pasó el lugar de ser considerado ermita a la categoría de capilla y Pascual Madoz lo recoge en su obra “Diccionario Geográfico Estadístico Histórico” publicado en Madrid el año 1850 Tomo VIII, e insiste en que Fuente del Arco no tiene cementerio pero si un lugar para tenerlo; no es hasta el bienio 1854/1856 cuando a consecuencia de una epidemia de cólera mórbido, no se empieza a construir el cementerio en el “cerro de Santiago” por orden del Gobierno de la Provincia, siendo los alcaldes José Pablos el que inició las obras en 1854 y Juan Calle el que las terminó en 1856. Desde esa fecha el lugar pasó a ser el cementerio del pueblo que a consecuencia de innumerables reformas y derrumbes lo que mejor se conserva son los restos de esta ermita y un muro en el lugar conocido como “cementerio viejo”. 

Febrero 2008 
Revista cultural La Jayona

miércoles, 16 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 4

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso

Cuarta parte.-

La llegada a la terraza del Chepa - que es cómo yo empecé a llamar al corcovado de Villar del Rey, desde el primer momento - fue toda una bendición, si bien es cierto que el apático e insolente neófito de Medina Sidonia, no debía pensar lo mismo, pues consiguió definitivamente que lo mandara al "carajo", sin ni siquiera esperar a darle una
oportunidad en la ya inminente apertura de la veda, ya que el muy "saborío", como resucitado de su desesperante apatía por el muy cantarín y revoltoso extremeño, no hacía sino “alambrear” y "hacer la carrucha" con tal tozudez, que, al sumarse a lo "malage" que ya era de por sí, se me hizo insoportable de todas a todas. Sin embargo, allí estuvieron al desquite El Tarta y El Dulcinea del Pedroso, que aunque nopasando de mostrarse medianamente voluntariosos, entraron en el juego del exultante y animoso giboso, y así la terraza, de ser un lúgubre y luctuoso velatorio, comenzó a transfigurarse en un jubiloso guirigay de gallinero.
Viviendo con el anhelo que estaba viviendo aquella tan entusiasta algazara de mis pájaros en la terraza, no veía la hora de la llegada del feliz advenimiento de la apertura de la veda “del pájaro”, de la que sólo faltaban unos días. No fueron sólo albricias, sin embargo, lo que recibiera durante esos días de vísperas, pues el muy bribonzuelo del extremeño de Villar del Rey, para no hacer la gracia completa, me confirmó de forma totalmente inapelable y sin opción al menor de los equívocos, lo que de él me dijera, tan sincera y honradamente, su antiguo dueño. En efecto, el muy bribón, a pesar de que, al parecer, estaba hecho de caoba, se solía mostrar la mar de inquieto, de saltarín y de desagradecido, así como muy poco sociable y casi intratable. Era, en una palabra, huraño y esquivo como él solo. No aceptaba, no ya mi presencia, a pesar de mi presta predisposición a mimarlo siempre con las más cariñosas carantoñas, sino que casi tampoco la de criatura alguna, que no perteneciera a su especie perdiguera.
Ni siquiera la de la cariñosísima y apacible perrita de mi entrañable hija Pepita Adoración, cuando acudía a tumbarse plácidamente en la terraza a tomar el siempre tan clemente solito del Otoño. De todas maneras esto de la perrita podía tener su explicación, porque un perro y una perdiz jamás hicieron “buenas migas”, pero es que era ver moverse, más o menos cercano a su casillero, algún mirlo o paloma del cercano Parque de Los Príncipes, y se descomponía. No parecía sino que veía a mismo Satanás en ellos. Y así se ponía a “alambrear”, llegando, a veces, a picotear los alambres de la jaula como con rabiosa desesperación, si es que no a dar saltitos hasta llegar a chocar la cabeza, en algunos de ellos, contra la cúpula de jaula con cierta contundencia. Algunas veces, incluso, se ponía a "hacer la carrucha", siguiendo con el pico el abovedado de su celda con tal terquedad, que llegaba a perder pie y a caer sobre el asiento, después de dar la voltereta de un malabarista.
Inadmisibles de todas a todas, estas "pichinerías" en un enjaulado que parecía tener madera de la buena, para llegar a ser todo un campeón, ya que tal actitud sólo es propia de los que llevan camino de ser unos despreciables maulas, o si no, que se lo pregunten al del Medina Sidonia.
Es que, incluso, llegaba a más, pues si algún hogareño e inofensivo gorrioncillo se le posaba en el comedero, para robarle - y siempre en la actitud del más timorato y receloso de los furtivos - algún grano de trigo o cañamón, le caía tan mal, que si lo acepta, era porque no tenía otro remedio, queriendo, a su vez, comérselo a picotazos.
Lógico pues que el que se mostrara tan poco sociable, tan cascarrabias y tan desconfiado y huraño, me cayera peor que una patada en "los mismísimos", y que, incluso, me trajera a "maltraer". No obstante, siempre acababa por venirme a conformidad, pensando que, con el pasar de los días, se iría acostumbrando a convivir con todos aquellos lugareños que su sino le tenía destinados, poniendo de manifiesto, donde fuere y ante el que fuere, la bizarría, la nobleza y la generosidad de las que, paradójicamente, solía hacer gala estando a sus anchas y sin incómodos testigos o visitantes, lanzando al aire con cautivadora galanura sus reclamos de cañón, así como sus rítmicos y acompasados “cuchicheos”, sus piñones, pitas o titeos.
No terminaban aquí mis preocupaciones, pues me perseguían otras bastante más inquietantes y de mucho mayor alcance y trascendencia, porque, claro, era evidente que el pollo de marras estaba hecho todo un valiente y apuesto gallito, habiéndose erigido, asimismo, en el arrogante y engreído capitán de la reunión - así que, indiscutiblemente, allí había madera y de la buena - pero aún quedaba la valiosa y artística talla que en ella se pudiera esculpir. Quiero decir que las verdaderas actitudes y virtudes que el neófito pudiera tener, donde realmente tenía que demostrarlas era en el campo y sobre el pulpitillo, por ser la hora de la verdad, a modo y manera de cuando el torero toma la espada para la muerte del toro. No olvidemos además, que una cosa es predicar y otra, muy distinta, es dar trigo.
Mis dudas, bajo este concreto aspecto, llegaban a agigantarse cuando pensaba en las más que vituperables actitudes del pájaro ante la simple presencia de su amo y de cualquier otro visitante, y así mis sospechas de que en el campo se mostrara igual de antipático e insociable, por no decir que igual de "gilipollas", ante la sola presencia de algún que otro bulto, más o menos, sospechoso, de los muchos que se nos podrían presentar “dando el puesto”, como bien podría ser una simple oveja, una vaca o una yegua, si es que no una simple liebre o un pobre conejo, y ¿para qué decir, si el sospechoso visitante era un zorro o una rapaz?
Era esto algo que no quería ni pensarlo, por lo que cuando acudía a mi mente, lo solía rechazar como una mala tentación.
Y es que, como por otra parte, me encontraba tan "escaecío" de buenos reclamos y ya en las mismas puertas de la apertura de la veda, el solo pensar que éste también me pudiera dar con la puerta en las narices, me ponía a temblar. Porque, claro, El Tarta y El Dulcineo, sí, mientras las circunstancias no fueran muy desfavorables, solían tener la suficiente vergüenza torera como para "dar la cara" con cierta dignidad, sin embargo, teníamos el problema que, cuando se presentaba alguno de los muchos contratiempos que acechan a esta tan delicada modalidad cinegética, ya los teníamos en el pulpitillo convertidos en auténticos mochuelos, si es que no perdiendo el culo por escapar de la jaula, y al dueño, entre tanto, allá en el tollo sobre el catrecillo, cabeceando, la soñolienta modorra que, necesariamente, tiene que acarrear el estar esperando a que cante una alpargata, si es que no echando fuego por los ojos con “el cabreo” de un elefante.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 9 de agosto de 2017

Descubridor de “Birú”

Hernán González Remusgo de la Torre

Nacido  en Guadalcanal (España) en el año 1513 y fallecido el 6 de Octubre de 1573 en la Ciudad de los Reyes (actual Lima) Perú, está enterrado en la capilla de Nuestra Señora de la Gracia San Agustín (1) fundada por el  P. Agustín de la Santísima Trinidad (2),  en la ciudad de  Lima, hijo de los también Guadalcanalense Francisco González de la Torre Remusgo, casado según carta dotal el 29 de diciembre de 1550 con Juana Cepeda Villarroel, fruto de este matrimonio nacieron Mencía de Cepeda Villarroel González de la Torre, María Juana Cepeda  González de la Torre, Francisco González de Cepeda y Mariana Cepeda  González de la Torre, se le atribuyen varios hijos más extramatrimoniales, en la probanza Hernán Gonzalez declara tener 10 hijos, 7 mujeres y 3 varones, caso muy normal en el siglo XVI en los hombres insignes.
Méritos y servicios, entre otros datos consta que tomó parte de varias expediciones con el adelantado Don Francisco de Pizarro con el que fue descubridor y y pacificador de Perú, por cuyos servicios el virrey D. Hernando de Mendoza, marqués de Cañete,le concedió carta de hidalguía y escudo de armas. (3)
Familiar del Santo Oficio, vecino feudatario de Lima (Perú) de la que fue Regidor perpetuo y en 1536 alcalde de la misma, Encomendadero de Pachacamac, el Señor de los Milagros: una trayectoria milenaria ; Señoríos,  ... (4)
Este conquistador nativo de Guadalcanal  fue descubridor del Perú, como así consta  en un acta de Valladolid firmada por el rey Emperador D. Carlos I
 "....vos, Hernán González Remusgo de la Torre, vecino e regidor de la ciudad de los Reyes, que es en la Provincia del Perú, que es en las nuestras Indias del mar Océano, y natural de la villa de Guadacanal, nos ha sido fecha relación, que podrá haber veinte años poco más o menos, que con deseo de nos servir, pasaste a las dichas nuestras Indias y vos hallaste en el primer descubrimiento de la dicha provincia del Perú, y después tornaste a ella con el Adelantado Don Francisco Pizarro.
Así mismo, el citado Emperador con esa misma fecha, le concedió el siguiente escudo de armas para su gloria y generaciones venideras:
… A D. Hernán González  Remusgo, vecino de los Reyes (Perú)
Escudo mantelado, 1º,en campo de azur, una banda de plata, cargada con una cotiza de gules y acompañada de dos estrellas de oro , una a cada lado, 2º en campo de sinople, un tigre al natural y el mantel de oro, con unas peñas al natural, con un roble de sinople, puesto en ondas de agua azur y plata, y un lagarto que sube de agua  y trepa a las peñas, bordura de gules, con ocho bezantes, cuatro cuatro de oro y cuatro de plata. (5)
Yo el Rey
Dada en Valladolid a 3 de Febrero de 1537.
Hernán González Remusgo de la Torre no figura en la primera expedición exploratoria de Pizarro al Perú en noviembre de 1523, según Pedro Cieza de León en " Crónica de Perú”, Tercera Parte, Capítulo XVI, por lo que debió haber formado parte de la expedición de Pascual de Andagoya en 1522. Esto resulta coherente con la relación precedente ante Carlos I. La expedición de Andagoya llega a Chochama al sur de Panamá, donde los nativos se refirieron a gente del "Birú" (6). Siguió hacia el sur explorando al río Ancasmayo, limite norte del imperio incaico, actualmente río Mayo cerca de la actual ciudad de San Juan del Pasto, Colombia, en cuyo manglares se cayó del caballo (7), Por este accidente se dio por terminada la expedición. Andagoya volvió con tesoros e indios quichuas y aymaras, destinados a servir de guías e intérpretes. Hizo dibujar cartas geográficas donde se puntualizan con precisión : el Río San Juan y la provincia del Birú, perteneciente al cacicazgo del Chimú. En su relación a Pedrarias, Andagoya dice "... de esta provincia se tomó el nombre de Pirú, que de Birú se corrompió la letra y ahora le llaman Pirú" Conforme "Perú". (8).
La fecha de nacimiento de este conquistador no resulta clara. En la Probanza de Méritos del conquistador Mencio Serra Leguizamón, fechada en Lima el 8 de enero de 1562, firma con testigo Henan Gónzalez de la Torre, declarando 48 años de edad, andaluz. No figura su segundo apellido Remusgo y su fecha de nacimiento en 1514 es incoherente con la Disposición de Armas de Carlos V, precedente. En un trabajo sobre los emigrantes de Guadalcanal a Indias figura Fernando Gonzáles Remusgo de la Torre. "...regidor de Lima, tras el que aparecen varios parientes en el virreinato..." . Por lo que Henan González de la Torre puede ser un pariente del descubridor. (9)

Notas.-
(1) La Orden de San Agustín en el Archivo del Arzobispado de Lima 184. IX:1 1689. Lima. Autos seguidos por fray Agustín del Molino, religioso de la orden de San Agustín, para redimir un censo de 4,950 pesos de principal que tenía impuesto sobre una charca en el valle de Bocanegra, a favor de la capellanía que fundó doña Juana de Cepeda. 3f.
La orden religiosa de sacerdotes mendicantes de San Agustín, fundada en 1256 en base a las reglas monásticas creadas por ese santo, no estuvo presente en la conquista del Perú junto a las huestes de Francisco Pizarro, como sí lo hicieron los padres dominicos, mercedarios y franciscanos. Los primeros de ellos por expreso mandato de los reyes de España. Recién en 1546, once años después de la fundación de Lima, decide el provincial de la orden radicada en Castilla, fray Francisco Serrano, enviar al Perú a miembros de esta organización religiosa, debido al éxito que habían tenido en la conversión de los indígenas durante la conquista de México. Así en 1548 se embarca para cruzar el Atlántico, como adelantado de esa congregación, fray Agustín de la Santísima Trinidad, con el fin de preparar la llegada de doce de sus compañeros que venían a establecer el convento de esa popular orden en la capital del Virreinato del Perú. Durante la travesía, este seguidor de la orden establecida por el obispo de Hipona, hizo amistad con Juana de Cepeda que venía a contraer nupcias con el rico encomendero limeño Hernán González de la Torre, ex-regidor de Jauja, regidor de Lima desde 1536 y su accidental alcalde, en ese año y en 1538, debido a la ausencia del titular Hernando Montenegro. Ya en Lima los recién casados alojan al sacerdote agustino en su casa y le hacen donación de unas viviendas vecinas a la suya, ubicadas en un barrio extremo de la ciudad, sobre el camino que en esa época conducía al puerto del Callao.
El 1o. de junio de 1551 hacían su entrada solemne a la Ciudad de los Reyes los doce padres agustinos, que en su mayor parte pertenecían al convento de Salamanca, según escribe fray Ignacio Monasterio, para instalarse en los edificios que les habían cedido los esposos González de la Torre y que poco después los diligentes padres ampliaron con la compra del solar de Juan de Morales, en la esquina de las actuales calles de Pregonería con Belaochaga (Emancipación con Rufino Torrico). Ahí el alarife Esteban de Amaya les construyó, a partir del 19 de julio de 1554, su casa conventual en lo que hoy vendría a ser la parroquia de San Marcelo. En 1561 encomiendan al mismo alarife la construcción de su primera iglesia para la cual el carpintero Cristóbal López hizo primero los techos de alfarjes y artesonados, luego al año siguiente el coro y después, a pedido de fray Agustín de la Santísima Trinidad, la talla de la imagen en bulto de Nuestra Señora de la Gracia, convertida en la titular de dicho convento.
En la noche del 8 de julio de 1573 se mudan sigilosamente los padres agustinos, de su primitivo convento vecino a la actual parroquia de San Marcelo, a los solares que hasta hoy ocupan en la esquina de las calles San Agustín y Lártiga (Camaná con Ica) y que en secreto habían comprado debido a la oposición de los vecinos padres dominicos y mercedarios, quienes argüían que los conventos estaban demasiado cercanos entre sí, impidiendo su normal desenvolvimiento religioso al servicio de la comunidad.
El 31 de diciembre del año siguiente se muda la Universidad de San Marcos del convento de Santo Domingo, en donde se había fundado en 1551, al recientemente abandonado convento agustino, para a su vez abandonarlo, el 25 de abril de 1577 -día de San Marcos- e ir a ocupar el edificio que había sido la Casa de San Juan de la Penitencia, para las hijas mestizas de los conquistadores, frente a la plazuela de la Inquisición, actual plaza Bolívar, en los terrenos donde hoy se levanta el Congreso de la República.
(2) El padre Agustín vivió miserablemente en Lima, junto al Mercado, hasta que recibió un donativo de doña Juana de Cepeda y su marido don Hernán González  Remusgo de la Torre para que erigiese una capilla con la advocación de Ntra. Sra. de Gracia en el terreno que luego se edificaría la Iglesia de San Marcelo (hoy esquina de las calles Rufino Torrico y Cuzco), y allí murió antes de ver a los doce integrantes de la primera barcada que arribó al puerto del Callao a finales de mayo de 1551; nada más llegar se presentaron al virrey con las cédulas de la autorización real, y se instalaron en unas casas que adquirieron junto a la del padre Agustín y la capilla de la Virgen de Gracia. Aunque el primer agustino que llega al Perú, el P. Agustín de la Santísima Trinidad, con la finalidad de preparar hospedaje a los fundadores, y que debió desembarcar en 1548, no tuvo la dicha de recibir a sus hermanos, se acepta unánimemente por los historiadores que los Religiosos de dicha Orden llegaron a este país en 1551. Eran doce y, después de embarcar en Sanlúcar, llegaron a Lima el 1º de Junio. Se alojaron en una de las casas de nuestros bienhechores, el matrimonio de Hernán González de la Torre y Juana de Cepeda, cerca de lo que hoy es Parroquia de San Marcelo y que, durante 22 años, constituirá el primer convento en la Capital del Virreinato del Perú. La fecha fundacional de esta Provincia agustiniana que abarcó los límites del Perú y Bolivia, será el 19 de setiembre de 1551. A los 12 fundadores se uniría el P. Juan Estacio, exprovincial de la de Méjico y confesor del Virrey Don Antonio de Mendoza y el P. Juan de la Magdalena. El P. Estacio fue elegido Provincial, pero la dependencia de la Provincia de Castilla continuaría por unos años. Este Capítulo de 1551 nombró Prior del Convento de Lima al P. Andrés de Salazar. En el segundo Capítulo, el de 1554, se acepta el Convento de Huamachuco y se nombra por Prior al P. Juan de San Pedro. El tercer Convento, situado en Trujillo, será reconocido en el Capítulo de 1560; pero en el trienio 1557-1560, ya se han puesto a caminar los Conventos de Conchucos, Laymebamba, Cuzco y Paria, aceptados jurídicamente en el Capítulo de 1560. Cuzco será uno de los principales conventos. Conchucos y Laymebamba pasarán a sacerdotes seculares; Paria pasará también, pero la Real Audiencia de los Charcas le reintegró a la Orden.
(3) M. y P. Escudos y Arboles Genealógicos,89.
(4) Escrito por María Rostworowski de Díez Canseco pagina 106  
(5) Fuente : Nobiliario de conquistadores de Indias por Antonio Paz y Melia. 
(6) La  etii mología del topónimo "Birú"  (Perú) es variable y sujeta a algunas interpretaciones históricas.
(7) Según Fernando de Montesinos, " Memorias Historiales de la Conquista y Anales del Perú”.

(8) Hugo Bunge Guerrico, Buenos Aires 1956.
(9) Rasgos Socioeconómicos  de los Emigrantes a Indias. Indianos de Guadalcanal: Sus actividades en América y sus legádos a la Metrópoli, Siglo XVII (javier Ortiz de la Tabla).

Hemerotecas

miércoles, 2 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 3

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 
 Tercera Parte.- 
Lógicamente y como la mayoría de los mortales, siempre tendí más a lo poco y bueno, que a lo mucho y malo. Esto, sin embargo, no siempre es así, en especial, en el peculiar mundillo de la jaula, ya que hay muchos aficionados que nunca se ven hartos en eso de poseer perdigones por muchos que estos sean, sin saber, en la mayoría de los casos, ni por donde respiran la mayoría de ellos. Yo, no obstante y bajo este concreto aspecto, siempre estuve en el extremo opuesto.
Nunca me gustó tener más de dos o tres “pájaros”, ya probados y en la brecha, y otro, (generalmente pollo del año) en retaguardia y a la espera, esperanzado a que pueda superar mis muy exigentes exámenes durante el primer y segundo celo y, en especial y definitivamente, en el tercero, si es que a él llegaba, siempre y cuando fuera viendo en él que me iba ofreciendo ciertas garantías en cuento a la madera de que estaba hecho, y siempre anhelante - por supuesto que sí - de que apareciera alguno de pura caoba, aún sabiendo que estos neófitos suelen estar más escasos que los Padres Santos de Roma.
Con ello, cada celo, además de satisfacer mi apasionada afición a cazar el pájaro, iba cribando la paja y seleccionando el grano, con estas pruebas a los catecúmenos. Cribas estas, por cierto, que, por tupidas y exigentes - ya lo he dejado apuntado - difícil es que se me pudiera colar alguno como de matute, por lo que la mayoría de los examinandos solían terminar “en los corrales como desecho de tienta y para la carne”.
En esos días en que me llegara el pigmeo de Villar del Rey, con la apertura de la veda - como ya dije en su momento - a la vuelta de la esquina, sólo tenía tres pájaros: dos de ellos, viejos guerreros de cuatro y cinco celos respectivamente, y tanto el uno como el otro de un comportamiento meramente aceptable, siendo el tercero un pollito de un celo que comprara, al final del Verano, en Medina Sidonia, pues me habían dicho que, a pesar de ser de granja, de allí solían salir unos reclamos magníficos.
Quizás fuera verdad, pero, por lo visto, éste había quedado en fuera de juego, pues, por lo que le venía viendo, su permanente actitud era la de ser más "esaborío" que un guiso
de coles, que decía aquel, y así, cada día que pasaba, me iba temiendo más y más, que "la absoluta" la tenía, como una espada de Damocles, amenazándole inapelablemente la cerviz.
Uno de los susodichos guerreros era natural de Las Sierras de Guadalcanal, concretamente de La Sierra del Agua y el otro de allá de las sierras del Pedroso. Sierras estas, por cierto, de enorme prestigio por la aguerrida raza de perdigones que se solían criar en ellas, sin embargo estos debían haber heredado los genes a medias, pues tanto el uno como el otro pasaron los exámenes de catecumenado “por los pelos” y casi dejándose las plumas en la “gatera”, obteniendo en el definitivo “tercer celo”, un Aprobado raspado, porque aunque solían ligar bastante aceptablemente, sólo era en condiciones muy favorables, y aún así, una vez que, más o menos, se llegaba al ecuador de cada puesto, se solían mostrar muy poco voluntariosos, si es que no titilando como pabilo de candil, que se está quedando sin aceite. Eran pues lo que los aficionados suelen llamar a los Reclamos mediocres: dos auténticas "vaquillas de media obrá", pero...¿a ver qué remedio, si ya llevaba dos o tres celos metido de lleno en mis años de vacas flacas, ya que no tenía la suerte de que llegara a caer en mis manos un Reclamo, que si no de "Sobresaliente cum laude", por lo menos lo fuera de un "Notable", más o menos, alto.
En gratitud a mi muy estimado amigo Isidro Escote Gallego, (que Dios tenga en su Santa Gloria) guadalcalanense de pro y excelente escritor de temas cinegéticos, así como cazador de muchos quilates (que de raza le venía al galgo), quiero dejar constancia que el guerrero de La Sierra del Agua me lo regaló él, que capturó con sólo unos días a dos pasos de la magnífica casa de campo, que construyó en la misma cima de esta empinada Sierra y colindante con el famoso Repetidor de la incipiente TVE, y que él con tanto orgullo llamaba “La Ponderosa”.
A éste lo bauticé con el nombre de "El Tarta", pues el muy "joío" tartamudeaba tan sensiblemente en sus reclamos, que parecía atragantarse. En un principio sobretodo, llegué a sentir cierta nostalgia al oírlo, pues me recordaba a otro de tal calaña en su canto que, siendo yo niño, tenía uno de mis maestros en esto de la escopeta, allá en el cortijo del término de Alicún de Ortega, donde me criara. Se lo había mandado un hijo que emigrara a Cataluña y que capturó, después de alicortarlo, cazando por los entornos del Monseny. Recuerdo, dicho sea de paso, una coplilla que le dedicara uno de los cortijeros con vocación de juglar, y que por ahí debe andar perdida en alguno de mis libros. Más o menos venía a decir así: 
Con tu cantar tartajoso, al más avispado lías, parlando, so entrañas mías, ese parlar tan lioso, de “las catalanerías”.
El de Las Sierras del Pedroso me lo regaló mi gran amigo Antonio Blandez, dueño, junto a sus hermanos y hermanas, de la valiosa y fértil finca de “La Venta”, que se extiende a los pies de otra de las sierras de Guadalcanal, en dirección al extremeño pueblo de Fuente del Arco, llamada La Sierra del Viento.
Muy por el contrario al Tarta, tenía este Perdigón un reclamo tan sumamente afeminado y melodioso que más que el de un aguerrido guerrero de la jaula, parecía ser el de un consumado sarasa. Tanto era así que, en un principio, llegué a dudar, incluso, si el tal, colándoseme como de rondón, era una "perdigalla" o, como mucho, una "lesbiana vicaria", pues para mayor "Inri", tenía un pequeño espolón en solo una de las patas. De todas maneras, no hubiera sido el primer pajarero que, después de estar cazando un perdigón como reclamo macho, durante dos o, incluso, tres celos, éste se presentara "con la sopa-ensalá" de dejar caer, sobre la esterilla del asiento de la jaula, un huevo - un huevo, por descontado, que en su sentido más académico, que no “metaforeado” - . Un día le oí “titear”, y, por fin, pude salir definitivamente de mis dudas, por ser este canto absolutamente exclusivo de los machos. No obstante no pude escapar de la tentación de bautizarlo con el nombre de “El Dulcineo del Pedroso” a guisa de satírico juego de palabras con aquel otro de “Dulcinea del Toboso” con el que evocara Don Quiote al amor de sus amores.
Pues bien, en resumen, esta era la cuadra con la que contaba por aquellos entonces en que llegó a mi poder El Chepa, y que dicho sea de paso, sin ser para echar las campanas a vuelo, tampoco era para que doblaran con la triste cadencia de cuando doblan a muerto.
Opté por colocar al recién llegado junto al "sosote" y apático pollo granjero de Medina Sidonia, pensando que, al menos, los nervios del extremeño pacense pudieran despertarle de su desvergonzada apatía y permanente indolencia, si bien es cierto también que, por especial recomendación de su donante, le dejé la sayuela a media jaula, pues siendo tan nervioso y saltarín, lo podía ser aún más al extrañar tanto a su nuevo dueño, como a sus nuevos cofrades, e, incluso, aquel su nuevo hogar que, por otra parte, no podía ser otro sino la terraza de mi piso, bajo la que, por cierto, los viandantes por las aceras, por un lado, y los coches por la calzada, por otro, eran una ruidosa y caudalosa riada, y más a esas horas, en que la mañana se encontraba en su plenitud.
No sé por qué insondable misterio, pero “el Cuasimodo” de Villar del Rey me entró por el ojo desde el primer momento en que le vi, a pesar de todos los pesares, por lo que, una vez en su casillero, no hacía sino espiarlo - y siempre a hurtadillas, por aquello de las recomendaciones de Don Vicente - para ver sus reacciones y, asimismo, poder analizar todos y cada uno de sus movimientos y actitudes.
Durante los primeros minutos y con gran sorpresa para mí, ni se inmutó siquiera. Y lo cierto era que yo no llegaba a saber, por más que lo observaba, si esta su actitud era la del que se encuentra desorientado y como perdido en un lugar que desconoce totalmente, o la del que, desconfiado y receloso, estudia con todo tacto y astucia el oportuno instante, para escapar de la manera que fuera de aquel tan extraño lugar para él. Pero he aquí que, inesperadamente, "El Tarta", que ya llevaba unos días entrando en celo, le dio por dedicarle, de repente, al recién llegado - ¿a quién si no? - un reclamo de
embuchada que, por su evidente timidez, bien parecía haber sido emitido con mucho más miedo que vergüenza. Nunca lo hubiera hecho, pues el forastero, como el que despierta, de súbito, de un enigmática letargo, se engalló y, con insolente descaro y como queriendo humillarlo atrozmente y sin la menor piedad, acudió a replicarle, como con urgencia, con una reclamada de siete u ocho golpes, perfectamente enlazados y con tal poderío y sonoridad, que parecía imposible que aquellos reclamos tan pletóricos de pundonor, de bizarría y de señorío pudieran emanar de un cuerpo que era tan poca cosa.
"El Tarta", como el que se ve sorprendido, miró como atónito para un lado y para otro, pero ya no tuvo la vergüenza torera de volver a decir ni este pico es mío. "El dulcineo del Pedroso", por su parte, como despertando, a su vez, de una apacible apatía, apenas si se reaccionó como en un simulacro de desperezo. El insulso gaditano de Medina Sidonia, tal vez aterrorizado por la sorprendente bizarría de aquel “pequeñazo” corcovado, que terminaba de llegar, se puso a alambrar con tal poderío y tozudez que, seguramente, debí exclamar algo así como: ¡Santo Dios! ¿quién lo diría? Por fin, te veo moverte con la energía del que es un ser de sangre caliente, pues siempre creí que, de tener alguna sangre, sería de esa que llaman de “sangre de horchata”.
El recién llegado, no obstante, insistió con una nueva reclamada, tan engallada y egregia como la primera. Y yo, de forma tan espontánea como incontenible, hasta inconsciente, tal vez, debí dejar escapar un "¡olé ahí los tíos con reaños!" o algo parecido, con tal fuerza, que debió retumbar en todo el piso, pues oí a mi adorable esposa que, sorprendida, me gritaba por allí perdida en sus quehaceres hogareños, que si me había vuelto loco o qué. ¿Que a quién le jaleaba con tanto sentimiento y entusiasmo....?
-¡Ocho golpes, ocho, de un tirón.- Me apresuré a decirle, acudiendo a ella como con premura carrera.- ¿Tú sabes lo que son ocho golpes de un tirón en un catecúmeno...?
Y mi esposa se limitó a gesticular el atornillarse una de las sienes, en tanto difuminaba una tan misteriosa, como socarrona sonrisilla.
-¡Pues te lo voy a decir.- Agregué imparable.- ¡Ocho golpes de un tirón, seguro campeón!
Y “la parienta” volvió a contestarme con otra sonrisilla tan misteriosa y de perfiles de tan clara socarronería como la primera, y por supuesto sin dejar atrás, a su vez, aquel su
simulacro de atornillarse una sien.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12