By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 27 de febrero de 2013

Guadalcanal, Conjunto Histórico 1



Sumario: ANEXO 1.

I. El artículo 13.27 de la Ley Orgánica 6/1981, de 30 de diciembre, del Estatuto de Autonomía para Andalucía, establece la competencia exclusiva de la Comunidad Autónoma en materia de patrimonio histórico, artístico, monumental, arqueológico y científico, y el artículo 6 apartado a de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, determina que se entenderán como organismos competentes para la ejecución de la Ley los que en cada Comunidad Autónoma tengan a su cargo la protección del patrimonio histórico.
Asimismo, el artículo 2 del Reglamento de Organización Administrativa del Patrimonio Histórico de Andalucía aprobado mediante Decreto 4/1993, de 26 de enero, atribuye a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía la competencia en la formulación, seguimiento y ejecución de la política andaluza de Bienes Culturales referida a la tutela, enriquecimiento y difusión del Patrimonio Histórico Andaluz, siendo, de acuerdo con el artículo 3.3 del citado Reglamento, el titular de la Consejería de Cultura el órgano competente para proponer al Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía la declaración de Bienes de Interés Cultural y competiendo, según el artículo 1.1 del Reglamento anterior, a este último dicha declaración.
II. El municipio de Guadalcanal, consolidado como un núcleo de ocupación compacto y de homogéneas características formales, conserva los rasgos propios de los asentamientos de la Sierra Norte de la provincia de Sevilla. Ubicado entre las sierras de Capitana, del Viento y del Agua, su parcelario compacto e irregular y su homogéneo caserío de viviendas unifamiliares de carácter vernáculo, se adaptan a una topografía con desniveles, que le proporcionan múltiples perspectivas, añadiendo al conjunto notables valores paisajísticos y medioambientales. La singularidad de su emplazamiento condiciona el trazado del viario y la ubicación de importantes edificios religiosos de los siglos XIV al XVII, entre los que destacan la Iglesia de Santa María de la Asunción, el Convento de Santa Clara, la Iglesia de Santa Ana, el Convento del Espíritu Santo y la Iglesia de la Concepción, así como civiles, con una Almona del siglo XIV y casas señoriales del siglo XVIII.
La declaración como Bien de Interés Cultural, con la categoría de Conjunto Histórico, del sector delimitado de la población de Guadalcanal (Sevilla) se ve justificada por la necesidad de conservación de los valores históricos, edificatorios, monumentales, etnológicos, paisajísticos y medioambientales que aún conserva.
III. La Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, por Resolución de 1 de julio de 1982 (BOE de 11 de noviembre de 1982), incoó expediente de declaración de Conjunto Histórico-Artístico, a favor de la villa de Guadalcanal (Sevilla), según la Ley de 13 de mayo de 1933, sobre defensa, conservación y acrecentamiento del patrimonio histórico-artístico nacional, siguiendo su tramitación según lo previsto en dicha Ley, en el Decreto de 16 de abril de 1936 y en el Decreto de 22 de julio de 1958, de acuerdo con lo preceptuado en la disposición transitoria sexta, apartado uno, de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español.
En la tramitación del expediente y de conformidad con lo establecido en el artículo 14 de la Ley de 13 de mayo de 1933, sobre defensa, conservación y acrecentamiento del patrimonio histórico-artístico nacional, así como en el artículo 84 de la Ley de Procedimiento Administrativo de 17 de julio de 1958, han emitido informe favorable a la declaración, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, reunida en sesión del día 13 de diciembre de 1982 y la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla, reunida en sesión del día 2 de julio de 2002.
De acuerdo con la legislación aplicable, se cumplieron los trámites preceptivos abriéndose un período de información pública (BOJA nº 102, de 30 de mayo de 2003) y concediéndose trámite de audiencia al Ayuntamiento de Guadalcanal, mediante escrito de la Ilma. Sra. Delegada Provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla dirigido al Ayuntamiento de Guadalcanal, con fecha de recepción de 25 de abril de 2003.
Terminada la instrucción del expediente, y según lo previsto en el artículo 14.2 y en la disposición transitoria sexta, apartado uno, de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, procede la declaración de Bien de Interés Cultural, con la categoría de Conjunto Histórico, del sector delimitado de la población de Guadalcanal (Sevilla).
Asimismo, y de conformidad con lo previsto en el artículo 8 del Reglamento de Protección y Fomento del Patrimonio Histórico de Andalucía, aprobado mediante Decreto 19/1995, de 7 de febrero, corresponde la inclusión del bien en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.
En virtud de lo expuesto y de acuerdo con lo establecido en los artículos 6.a, 9.1 y 9.2 de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, en relación con el artículo 1.1 del Reglamento de Organización Administrativa del Patrimonio Histórico de Andalucía, a propuesta del titular de la Consejería de Cultura y previa deliberación, el Consejo de Gobierno en su reunión del día 2 de marzo de 2004, acuerda:
Primero.
Declarar Bien de Interés Cultural, con la categoría de Conjunto Histórico, el sector delimitado de la población de Guadalcanal (Sevilla), cuya descripción y delimitación figura en el Anexo al presente Decreto.
Segundo.
Establecer una delimitación del espacio afectado por la declaración de Bien de Interés Cultural, que abarca los espacios públicos y privados, las parcelas, inmuebles y elementos comprendidos dentro de la delimitación que figura en el Anexo y, gráficamente, en el plano de Delimitación del Conjunto Histórico.
Tercero.
Inscribir este Bien de Interés Cultural en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.
Contra el presente acto, que pone fin a la vía administrativa, se podrá interponer, desde el día siguiente al de su notificación, potestativamente, recurso de reposición ante el mismo órgano que lo dicta en el plazo de un mes, conforme a los artículos 116 y 117 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común (modificada por la Ley 4/1999, de 13 de enero), o directamente recurso contencioso-administrativo en el plazo de dos meses, ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía con sede en Sevilla, de acuerdo con lo previsto en los artículos 10 y 46 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa.

Sevilla, 2 de marzo de 2004. 
El Presidente,   Manuel Chaves González.
El Consejero de Cultura, Enrique Moratalla Molina.

sábado, 23 de febrero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 5


EXCURSUS PAULINO


En la segunda mitad del siglo I, en particular desde el final del reinado de Claudio (54 d.C.), Hispania en paz era el mas floreciente y prometedor de los territorios occidentales del Imperio romano. Se alababan sus riquezas, considerables para aquellos tiempos y aquella civilización, y se conocía y apreciaba el nivel cultural y social de amplios sectores de la población de sus principales centros urbanos. Había algunas “colonias” importantes anteriores a Cesar, como Gades, Itálica y Corduba. Cesar elevo a esa condición a veinte ciudades mas y Augusto a otras veinte. También llamaba la atención la rápida construcción de obras publicas y monumentos de la capital de Lusitania (Emerita Augusta) donde se habían asentado en poco tiempo los soldados licenciados del los ejércitos de Augusto.
Hispania estaba plenamente integrada en el Imperio y en Roma había hispanos en los principales y mas influyentes círculos sociales de la vida publica. Junto con los narboneses eran los primeros “provinciales” que alternaban con los itálicos en la ocupación de los mas destacados lugares de la política, la cultura y el mundo de los negocios, e incluso entre los mandos militares. En estas circunstancias es razonable que los cristianos se interesaran ya en la edad apostólica por unas provincias tan atrayentes y a las que había que hacer llegar su mensaje. Se puede dar por seguro que en esos años 50, y quizá en los 60, no había cristianos —o comunidades cristianas— en la Península Ibérica. Más bien lo que escribe Pablo en su Epístola a los Romanos parece indicar que en Hispania nadie había dado a conocer a Cristo. Era preciso, pensaba Pablo, hablar allí de Cristo. Su experiencia de apóstol le animaba a hacerlo el, como antes en muchas otras ocasiones y lugares, “por todas partes hasta Iliria, teniendo cuidado, sin embargo, de predicar el Evangelio donde no era conocido el nombre de Cristo, Para no construir sobre los cimientos puestos por otro, sino conforme esta escrito: los que no han recibido anuncio de el lo verán y los que no oyeron lo comprenderán”.
El propósito de no trabajar sobre sementeras ajenas había retenido a Pablo en los limites de la mitad oriental del Imperio: “hasta Iliria”, o sea la península volcánica. Pero a principios del 58, cuando, según la opinión predominante entre los exegetas, escribe desde Corinto la Carta a los Romanos piensa que ya puede o debe dirigirse a las sierras y pueblos de Occidente.
A estos efectos, no parece que Italia entrara en el pensamiento de Pablo, como territorio para su acción apostólica, por considerar que la predicación de Cristo y del Evangelio en ella era responsabilidad de la Iglesia de Roma, la Iglesia de Pedro. En Italia ya estaban puestos por otros “los cimientos” de la expansión e implantación de la religión cristiana. Y la Iglesia de Roma era para aquellos tiempos y aquella situación una realidad tan establecida y floreciente como prueba la treintena de nombres de amigos, conocidos o parientes suyos que enumera Pablo en el capitulo final, o de “los saludos”, de la Epístola a los Romanos. Varias de esas personas son mencionadas junto con sus familias o sus “casas”, que quizá fueran lugares de reunión de los cristianos de la Urbe, a todos los cuales dirige sus fraternales memorias el apóstol de las Gentes.
Escribiendo a los cristianos de Roma sobre sus proyectos apostólicos en tierras donde antes no se hubiera enseñado el Evangelio ni establecido comunidades o iglesias cristianas la primera opción, en alguien que conocía el mundo del Imperio y sus pueblos tan bien como Pablo, estaba clara: Hispania. Las frecuentes y estrechas relaciones de todo orden —político, económico, comercial, humano y los numerosos parentescos familiares entre itálicos e hispanos— podrían dar lugar a que desde Roma y su comunidad cristiana se colaborara con la empresa apostólica que el se proponía realizar en la otra península esperita, como el mismo expresamente dice en la Epístola a los Romanos pidiendo su ayuda. “Como ahora, escribe, no tengo ya campo de acción en estas regiones y desde hace muchos anos siento un gran deseo de ir donde vosotros, cuando me dirija a Hispania espero veros al pasar y —tras haber disfrutado algún tiempo de vuestra compañía— que me ayudéis a ponerme en camino hacia allí”.
Pero ahora, prosigue el Apóstol ha surgido una novedad. Antes de ese viaje el tiene que ir a Jerusalén para prestar un servicio a los cristianos de aquella Iglesia. “Pues Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos que viven en Jerusalén. Les pareció bien, ya que son deudores de ellos, porque si los gentiles participaron de sus bienes espirituales deben también servirles a ellos con los bienes materiales. Cuando haya terminado esto, y les entregue este fruto marchare hacia Hispania, y de paso estaré con vosotros; pues se que al llegar donde vosotros lo hare con la plenitud de la bendición de Cristo”.
Pablo, que conocía bien a sus judíos de entonces, pensaba que iba a enfrentarse con dificultades y graves problemas personales en Jerusalén, como en efecto ocurrió. Previendo esas posibles dificultades, el Apóstol de los Gentiles terminaba su epístola diciendo a los fieles de Roma, que le acompañaran con sus oraciones.
“Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que luchéis juntamente conmigo, rogando a Dios por ml, para que sea liberado de los incrédulos que hay en Judea y mi ministerio en favor de Jerusalén sea aceptado por los santos, y llegando donde vosotros con alegría por la voluntad de Dios, pueda descansar con vosotros. El Dios de la paz este con todos vosotros. Amen”.
Después de la Epístola a los Romanos durante un largo periodo, por lo menos de cuatro años o quizá cinco, san Pablo no podía ni siquiera pensar en el iter hispanicum de que hablaba a sus hermanos de la Iglesia de Roma. No le fue posible realizar su proyectado viaje a Hispania en los primeros anos siguientes a su última visita a Jerusalén.
Hubo de sufrir en ese tiempo persecuciones por parte de fanáticos judíos que querían asesinarle o que le condenaran a muerte, encarcelamientos, castigos corporales y tortura, prisión atenuada en su propia casa, encadenado o por lo menos acompañado siempre por los soldados que le custodiaban, procesos ante autoridades romanas y finalmente ante el tribunal del Cesar al que se vio obligado a acudir en use de sus derechos de ciudadano romano para salvar la vida y obtener la libertad.
Parece que fue finalmente absuelto por la autoridad del Cesar y probablemente vivió con libertad quizá entre dos y cuatro años, hasta que tras un nuevo procesamiento en la persecución neroniana contra los cristianos se le condeno a muerte e hizo ejecutar en las afueras de Roma, no se sabe exactamente cuando pero seguramente entre los años 64 y 67 d.C.
No son pocos los estudiosos de los textos y los heclios de la época que piensan que en esos años de libertad tuvo lugar el deseado iter hispanicum que Pablo anunciaba a los cristianos de Roma en su famosa Epístola del año 58.
El autor de este ensayo, que ha estudiado con atención las escasas noticias que ofrecen los textos y la tradición de los primeros siglos de la era cristiana, se une modestamente al ilustre plantel de sabios que son de la opinión de que el viaje tuvo lugar y que san Pablo vino a Hispania. A mi juicio, y al de no pocos especialistas de la historia del “paleocristianismo”, hay numerosos indicios que abonan la opinión de que el apóstol cumplió el propósito de que con tan enfática reiteración había informado a sus amigos y hermanos de la Iglesia de Roma, cuando les contaba sus planes de viaje y les pedía la asistencia de sus oraciones.
La colección de escritos paleocristianos conocida desde el siglo XVII con el nombre de “Padres apostólicos” se abre en las ediciones modemas con la llamada Primera Epístola de Clemente a los Corintios. Esta compuesta en griego, Como el resto de los escritos de los “Padres apostólicos”, y es un documento oficial, una carta de la Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto”. No aparece en los manuscritos griegos ni en los de las versiones latina, siríaca y copta el nombre del autor. La tradición y los estudios de los especialistas, unánimemente atribuyen su autoria a Clemente, o Clemente Romano, el tercer sucesor del Apóstol Pedro como cabeza de la Iglesia de Roma, cuyo pontificado se extiende entre los años 88 y 97 (o, según Tertuliano entre 92 y 101). De Clemente, este obispo de Roma, el tercero después de san Pedro, dice Eusebio de Cesárea que fue compañero de trabajo y de luchas de Pablo.
Diversas circunstancias de la historia general de Roma, de la Iglesia y de los cristianos permiten fechar el escrito Clementino en el ano 95 (o en el 96) d.C. También existe un consenso generalizado entre los estudiosos, desde Orígenes (siglo III), en la identificación del autor de la carta con el Clemente, colaborador y compañero del Apóstol San Pablo, al que este menciona como alguien próximo a el y muy querido en la Epístola a los Filipenses, que es muy probablemente del año 58 d.C., y que, según distinguidos exegetas, fue escrita en Roma.
La ocasión de la Epístola clementina era una especie de sedición que se venia arrastrando desde algún tiempo y que amenazaba seriamente la unidad espiritual y la caridad de la histórica y admirada Iglesia de Corinto. El autor de la epístola, con toda la autoridad de la Iglesia de Roma, se excusa de no haber intervenido antes, a causa de la atención que fue preciso dedicar a enfrentarse con las desgracias y calamidades que habían sufrido los cristianos de la Urbe en momentos muy difíciles. Lo cual, unido a otras implícitas alusiones a problemas religiosos y políticos, invita a situar el texto de Clemente cuando, bajo el emperador Domiciano (81-96 d.C.) se produjeron, actos de persecución contra la Iglesia en la Urbe.
En confirmación de los bienes de la concordia y de los males que traen consigo las disensiones y enfrentamientos, el autor de la Epístola aduce varios episodios históricos del Antiguo Testamento. Pero, abandonando enseguida los ejemplos de tiempos viejos, Clemente, a las pocas paginas, pasa a “los nobles ejemplos de nuestra generación>>. Es decir de «nuestros contemporáneos” y esos ejemplos son los de Pedro y Pablo. Clemente había conocido y tratado a los dos apóstoles, que probablemente eran treinta o cuarenta años mayores que el, pero a los que considera contemporáneos suyos, y, a los que, con la autoridad del que habla de cosas que ha vivido, propone a los revueltos fieles y presbíteros corintianos, Como modelos de caridad, paciencia y de conducta de hermanos.
En relación con Pablo, Clemente dice algo que muy bien puede ser leído como la confirmación de que el Apóstol de los Gentiles había hecho el anunciado viaje a Hispania. Son unas palabras que están avaladas por la autoridad del testimonio de alguien que había convivido con el cuando estaba escribiendo, probablemente desde Roma y quizá en el ano 58 (treinta y siete antes de la Carta clementina), su Epístola a los Filipenses.
Tras ponderar la fortaleza de san Pablo y su paciencia en las persecuciones y torturas a que le sometieron los enemigos de la Fe, dice Clemente lo que sigue: Pablo “fue el heraldo (kerux) de Cristo tanto en el Este como en el Oeste y ganó gran fama por su Fe. Enseno la justicia a todo el mundo y después de haber llegado hasta los limites del Occidente, dio su testimonio (marturesas) ante los gobernantes (o sea sufrió el martirio) y así salio de este mundo y fue llevado al Lugar Santo, ofreciendo el mayor de los ejemplos de paciencia (hupomones)”.
El autor de la epístola conocía bien los espacios del Imperio —de la ecumene—. Estaba en Roma cuando mataron a Pedro y a Pablo y escribe desde Roma. ¿Cuales podían ser para el esos limites extremos del Occidente?, solo Hispania.
Según algunos estudiosos (entre los que me encuentro yo mismo) estas palabras del tercer sucesor de Pedro, no solo dicen que Pablo cumplió su propósito de viajar a España sino que después —y quien sabe si mas o menos inmediatamente— hubo de ser sometido a un nuevo proceso quizá de (“ateismo” por no rendir culto a los dioses o a la maiestas del emperador) y a dar “testimonio ante los gobernantes” y ser “llevado al Lugar Santo, ofreciendo el mayor de los ejemplos de paciencia”. 0 sea sufriendo el martirio.
Estas palabras de Clemente parecen apuntar a que entre su regreso de Hispania a Roma donde tuvo lugar el último proceso de Pablo y su martirio, no es probable que transcurriera mucho tiempo. Lo cual invita a pensar que una visita a Creta que menciona algún ilustre biógrafo no seria posterior al viaje a Hispania, y que no es probable que este se realizara nada menos que desde Efeso, sino mas Bien por el Mediterráneo occidental, si fue navegando, o saliendo de Roma por la vía Aurelia y luego por Arles y Narbona hasta Tarraco, capital de la mas extensa provincia de Hispania, la Citerior o Citerior Tarraconensis.
Las “tradiciones locales” de visitas del apóstol a localidades hispanas muy alejadas de la región nordeste que cita Holzner, no parecen probables, salvo la de Tarragona, que es mas consistente. San Pablo prefería llegarse a las ciudades importantes y Tarragona lo era, no solo por residir en ella la administración de la provincia mas extensa de Hispania, sino porque allí y en las comarcas costeras mas próximas habría de seguro mas personas —comerciantes, marinos, quizá “edagogos” familias pudientes— que sabían griego con los que al apóstol le seria mas fácil y cómodo entenderse. Aunque no este probado histórica o epigraficamente, es posible que en Tarragona o en la vecina colonia de Faventia (Barcelona) existiera alguna comunidad judía. En Hispania las había. Y Pablo solía empezar su acción apostólica en los lugares que visitaba por primera vez reuniéndose con las comunidades judías, que en lugares tan occidentales como Hispania, serían hebreos de la diáspora y prosélitos.
No hay pruebas documentales o arqueológicas de un Pablo en Hispania. Pero el apóstol solía cumplir sus promesas aunque en no pocas ocasiones no pudiera hacerlo ni cuando, ni como había pensado. Por todo ello, y apoyado en la carta de Clemente, el autor de este ensayo es de la opinión de que el apóstol de las Gentes vino a Hispania y que es razonable y oportuno recordarlo en estos meses del ano en que, siguiendo las instrucciones de Bendicto XVI, los cristianos celebran un “año paulino”.

Antonio Fontán Marques de Guadalcanal
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte

sábado, 16 de febrero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 4


NAVEGACIÓN Y OTRAS INDUSTRIAS

En Gades, la más importante actividad económica era la navegación, con sus industrias o artesanías auxiliares. Todo el comercio de exportación se hacia con Italia y con Roma en singladuras que cruzaban el Tirreno mas que costeando en navegación de cabotaje como quizá se hizo antes, porque desde las compañías marítimas de Pompeyo en el siglo anterior, había sido vencida la piratería en todo el mare nostrum y allí también reinaba la paz romana.
Las exportaciones no eran solo de minerales, sino que desde la Betica se enviaba, sobre todo a Roma, trigo, vino y aceite muy apreciados. También cera y miel, colorante rojo (oxido de hierro arcilloso), lana y unos tejidos finos que se fabricarían en Lusitania, cerca de la hoy portuguesa ciudad de Setubal. Desde las “columnas” y especialmente desde Gades se embarcaban para Italia salazones y algo tan apreciado por los exquisitos de Roma como el garum que era una especie de salsa que se extraía de un pescado de la región del estrecho, que probablemente era lo que, en época moderna, se llaman las “caballas”.
Importancia económica y comercial tenía también, y de modo creciente a lo largo del siglo I, la navegación fluvial especialmente en el Ebro y en el Betis. En este los barcos grandes (grandes para entonces) llegaban desde el mar hasta Hispalis (Sevilla), y en el Ebro ciertas clases de naves hasta Cesaraugusta. Lo cual permitía acercar a los puertos de la costa las grandes exportaciones minerales, de maderas o de productos agrícolas, facilitando y, por así decir, “abaratando” el comercio con los principales centros receptores y con el de mayor actividad que era el de Roma (Ostia). También se tiene información de alguna “industria auxiliar” de la navegación. Por ejemplo, parece que en Ílipa (Alcalá del Río), había barcas menores que se construían allí y llegaban a Córdoba e incluso a Astigi (Ecija), la ciudad del río Genil.
En una localidad tan principal como la -ciudad federada- de Gades (Cádiz) se desarrollaba una actividad comercial y financiera de alto nivel para la época y algunos personajes llegaron a acumular fortunas considerables, que les permitían, además, tener una presencia e incluso una influencia muy notable en la vida económica de Italia y en la política de Roma.
El caso mejor documentado en el siglo I a.C., fue el de Lucio Comelio Balbo, amigo de Pompeyo, que le concedió la ciudadanía romana como a otros destacados hispanos, el ano 72 a.C. Pertenecía a una acaudalada familia gaditana, de origen probablemente punico, como parece indicar que se le atribuya haber hecho ejecutar a un soldado de una manera que un romano como Asinio Polion califico de “bárbara”. Balbo, ciudadano romano, había tornado el prestigioso «nomen», Comelio de los nobles Comelios Lentulos. Se traslado a Roma en el ano 60 a.C., al formarse la coalición entre Cesar, Craso y Pompeyo, que el, un personaje influyente por su instinto político y por su riqueza, y buen negociador, había contribuido a concluir. Amigo de Cesar desde entonces, vio además incrementada su fortuna con la herencia del acaudalado historiador griego de la isla de Lesbos, Teofanes de Mytilene.
En el decenio 50 a.C. Balbo mantenía una estrecha relación de amistad y de intereses políticos y económicos con los más notables personajes de Roma. Cuando en el año 56 a.C., le acusaron de haber usurpado ilegalmente la ciudadanía romana, sus defensores en el juicio fueron nada menos que Cesar, Craso y Ciceron. En el 44 a.C., tras el asesinato de Cesar, y en la guerra civil que siguió al magnicidio, Balbo estuvo siempre al lado de Octaviano (Augusto). Y finalmente en el ano 40 a.C., fue el, un hispano, el primer cónsul (o sea, Jefe de Estado) no itálico de la republica.
Heredero y continuador del primer Balbo fue su sobrino homónimo, conocido en Roma y en la historia como Balbus minor, que también desarrollo una notable carrera política, y promovió empresas culturales como la construcción de un teatro en Roma, en donde hizo representar una comedia suya de ambiente romano cuyo asunto era su propia gestión política. Pontífice en Roma y procónsul en África, tras una victoria militar u operación de policía frente a los Garamantes, un pueblo de esa provincia, fue el primer personaje no itálico a quien el príncipe —Augusto— y el Senado concedieron los honores del triunfo.

LOS PRECEDENTES

Los hispanos plenamente romanizados del siglo I antes de Cristo, sobre todo en su segunda mitad no fueron tan solo los miembros de una privilegiada familia de Gades.
Desde principios de ese siglo casi todo el territorio de Hispania y los pueblos de las diversas etnias peninsulares estaban sometidos a Roma y gobernados por ella. Hubo guerras en la península, pero fueron las campanas del propio Augusto (aflos 27 y 26 a.C.) y de Agripa (19 a.C.) en el norte y noroeste para someter a cantabros y astures. Ya no había en la península Numancias ni Viriatos.
No dejaron de conocerse en ella conflictos bélicos, pero eran episodios de las guerras civiles romanas en los que Hispania solo ponía el escenario, la logística y la intendencia mas quizá algunas tropas auxiliares. Tal fue la sublevación desatada por Sertorio, un enemigo de Sila, que se retiro a la península Ibérica, llego a someterla en buena parte y quiso organizar en ella algo parecido a Roma. Vencido finalmente por las tropas regulares de la republica capitaneadas por Metelo y por Pompeyo acabo siendo asesinado en Osca (Huesca) en el año 73 o en el 72 a.C.
También entre el 49 y el 45 tuvieron lugar en Hispania algunos de los episodios de la guerra civil entre Cesar y Pompeyo, hasta que, por fin, en el 45, tres anos después de la muerte de su rival, Cesar puso termino a la contienda derrotando en Munda, cerca de Córdoba, al último de los hijos de Pompeyo.
Los territorios mas desarrollados económica y culturalmente en esa centuria eran la provincia Betica, principalmente en su costa y a lo argo del río Guadalquivir, y las localidades marítimas o próximas al Mediterráneo, desde Cartagena a Tarragona y hasta Ampurias. En la información que se posee destacan las “colonias”, como Corduba, Hispalis, Tarrago y Faventia (o Barcinone). Los restos arqueológicos son variados y ricos, así como abundantes las inscripciones.
Desde el punto de vista literario y cultural la “colonia” de la que mas se sabe es Corduba. Ya en tiempos de Ciceron eran conocidos y apreciados en Roma unos poetas cordobeses, de los que solo extrañaba la pronunciación. Pero pese al peculiar acento, gangoso, con que hablaban el latín, tenían cierta notoriedad en Roma en ese siglo I a.C., igual que oradores cordobeses como Porcio Latron y personajes acaudalados y de vocación política e influencia social como los Balbos de Cádiz.
En Córdoba hubo también en ese siglo escuelas de gramática y retórica, en las que aprendieron oradores tan distinguidos como Junio Galion, que también fue senador, y Porcio Latron, que triunfó en Roma con sus discursos y con sus declamaciones. Estos dos fueron contemporáneos de Seneca el Mayor —padre del filosofo— que probablemente se formo y estudio con ellos en las escuelas locales en unos años en que a causa de las guerras civiles, según dice Seneca, no era fácil que los jóvenes de familias distinguidas y pudientes del orden de los caballeros se trasladaran a la Urbe para seguir sus estudios.
Probablemente Seneca el Mayor, que así lo cuenta, se refiere más que al final de la guerra de Cesar con los pompeyanos, a la de Augusto y Marco Antonio. Porcio Latron llego a ser considerado como el primer declamador y orador de Roma. Galion, también amigo de los Seneca, que al parecer no tuvo hijos, y adopto al mayor de los de su compañero de escuela, y le dio su nombre.
Precisamente este Junio Galion (antes Marco Anneo Novato) aparece mencionado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En el ano 50 d.C., siendo procónsul o gobernador de la Helade o Acaya, se encontró en Corinto, capital de la provincia, con el apóstol San Pablo, a quien los judíos de la ciudad habían llevado arrastrándolo ante e1 para que lo procesara o condenara. Galion, pagano y estoico como su hermano Seneca, pero cuidadoso funcionario romano, dijo a los acusadores que no era misión suya juzgar asuntos religiosos como los que le presentaban los que le pedían que castigara al apóstol. Y sin entrar en debate ni darles audiencia despidió a los judíos y dejo a Pablo irse en libertad.

Antonio Fontán Marqués de Guadalcanal
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Verano del 81


El atractivo turístico de Guadalcanal

Por error de este corresponsal, no se Incluyó en nuestro número especial VERANO 81 Información acerca de uno de los pueblos más visita dos por los veraneantes en la Sierra Norte y que mejores condiciones reúne para recibirlos, tanto por el carácter amable de su gente como por la Infraestructura turística que posee. Vaya pues nuestra disculpa personal para el bello pueblo de Guadalcanal.
Guadalcanal es uno de los pueblos de la Sierra Norte sevillana que más encantos reúne para el turismo, tanto en la época de verano como en otras del año, ya que su clima fresco, su abundante caza menor y la cordialidad de sus habitantes, hacen de él un lugar ideal para el descanso.
Tiene Guadalcanal numerosos lugares para recreo y diversión. Una discoteca de juventud, pub, cine, varias ventas Instaladas al aire libre y en zonas ajardinadas y, además, numerosos bares donde se pueden degustar comidas típicas de la zona. Posee una de las mejores piscinas con magnificas instalaciones deportivas.
Su feria, de gran renombre en la comarca, se celebra en los primeros días del mes de septiembre y hace dos romerías en honor de Ntra. Sra. de Guaditoca, Patrona de la  localidad. Una el último sábado de abril, en la que traen la imagen a hombros desde su santuario, y otra el último domingo de  septiembre cuando la vuelven a llevar. Celebra la famosa "Velá del Cristo" también en septiembre y la de Santa Ana en julio.
Asimismo, la festividad del Corpus alcanza gran brillantez y solemnidad.
El casco urbano está muy bien conservado y cuidado y ofrece, gran atractivo.
Cuenta con Importantes monumentos, como los deis antigua parroquia de Santa Ana y la Iglesia de Santa María de la Asunción, el santuario de Ntra. Sra. de Guaditoca, de la época barroca, y otros más, cuya importancia ha despertado el Interés del Ministerio de Cultura. Actualmente se mantienen contactos entre este organismo y el Ayuntamiento de Guadalcanal para la posible declaración del pueblo como conjunto histórico artístico.
Dista de Sevilla unos ciento diez kilómetros por carretera, y las comunicaciones son excelentes. Tiene línea de autobuses directos y estación de ferrocarril al pie mismo de la población, por la que pasa la línea Sevilla-Mérida.
Está rodeado este pueblo de hermosos paisajes naturales, y desde su punto más alto, El Puerto, se contempla una preciosa vista de la población, con la gigantesca figura de la Hamapega y la sierra del Agua como fondo... '.
Agua abundante, frescos paseos como los del Palacio y del Coso, jardines cuidados y  ambiente acogedor, hace que Guadalcanal sea uno de los pueblos de la zona serrana más  preciados  por el turismo.



Rafael Rodríguez Carranco,- Sevilla, 25 de Junio de 1981

sábado, 9 de febrero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 3


LA GEOGRAFIA POLITICA DE PLINIO

Plinio el Viejo compuso su Historia Natural en el último cuarto del siglo I, entre el 74 y el 77 d.C. En el primero de estos dos años suelen situar los historiadores la concesión por el emperador Vespasiano del derecho latino (ius Latii) a todos los hispanos, de la que Plinio da cuenta en el libro tercero, y del 77 es la larga carta de dedicaci6n de toda la Historia Natural al futuro sucesor de Vespasiano, Tito Flavio Vespasiano, emperador del 79 at 81, que era unos años mas joven que el autor, pero que había compartido con el tiendas de campana en operaciones militares.
El libro I de Plinio es un índice de toda la obra. En el II se tratan cuestiones generales de carácter filosófico: que es el mundo, cuales sus elementos, su forma, etc., incluso que es Dios “algo distinto de la naturaleza, todo él percepción, todo él visión, todo él audición, todo él alma, todo él inteligencia, todo él, el absoluto”. En el III, empieza Plinio ya su recorrido por tierras y mares, partiendo “de Poniente y del estrecho de Gades, por el que el Océano Atlántico irrumpe y se derrama por los mares interiores”. Para el, como para toda la cultura de la época, las partes del mundo son tres, Europa, África y Asia. Inmediatamente después de enunciarlas, pondera la importancia de la principal de ellas: “en primer lugar Europa, nodriza del pueblo vencedor de todas las naciones (es decir, del pueblo romano) y con mucho la mas hermosa de las tierras”. Dentro ya de Europa, lo primero que encuentra Plinio es “la Hispania  llamada Ulterior y también Betica”. En los treinta y cinco capítulos siguientes se ocupa el de toda esta provincia Ulterior y, a continuación, de la Citerior o Tarraconense.
Igual hace en el libro IV con la Lusitania, cuando, después de dar la vuelta, por así decir, al continente europeo de entonces, su texto regresa a los territorios occidentales de la península. Al terminar de explicar las Galias, llega a los Pirineos, en “cuyas estribaciones”, dice que “comienza Hispania”. Tras unas paginas dedicadas a los pueblos del norte, que pertenecían administrativamente a la provincia Citerior o Tarraconense, Plinio pasa a describir de norte a sur la tercera y mas reciente de las provincias hispanas, la Lusitania. “A partir del Duero comienza Lusitania”.
La geografía de Plinio comprende así toda la Península Ibérica de oeste a este y de sur a norte. Por su ordenación y su estilo es una geografía política —provincias, conventos jurídicos, poblaciones o ciudades de las diversas clases y estatutos existentes bajo la Republica y bajo el Imperio de Roma—. Pero junto a esas sistemáticas y completas enumeraciones de localidades de nativos o de romanos, se mencionan los accidentes geográficos: el mar o el interior, los ríos, los montes, valles y cordilleras con bastante precisión, de modo que una gran parte de ellos han podido ser identificados por los estudiosos modernos.
Un alto funcionario romano de amplios saberes como era Plinio, que disponía de la documentación oficial de la ordenada y sistemática administraci6n romana, ofrece en sus libros tres y cuatro un retrato muy creíble de lo que era la Hispania de la época, en unos anos y un lugar donde reinaba la “paz de las provincias”.
(En la Roma de este siglo I los conflictos políticos —incluso los mas graves y sangrientos, como los magnicidios y sus consecuencias—, ocurrían en la Urbe y en Italia y las guerras tenían lugar en las fronteras del norte de Europa o en Asia).
Las poblaciones de una provincia romana, como las de Hispania, tenían, según Plinio, uno u otro de los estatutos jurídicos y administrativos diferentes que se suelen corresponder con la distinta condición política y legal de las personas. Por ejemplo, en la Betica hay ciento setenta y cinco poblaciones, “de las que nueve son colonias, diez municipios de ciudadanos romanos, veintisiete de derecho latino antiguo, seis libres, tres federadas y ciento veinte tributarias”.
(Las “colonias” como Corduba, Hispalis, Itálica y las otras seis de la Betica y en Lusitania Mérida, eran localidades de ciudadanos romanos, antiguos soldados, y otros, también ciudadanos, cuyos mayores habían venido de Italia, y fueron establecidos e instalados por la autoridad con tierras en lugares nuevos o junto a poblaciones anteriores no romanas. Los municipios se gobernaban a si mismos en cuestiones locales con magistrados propios y bajo una lex municipalis. Sus vecinos disfrutaban ordinariamente del derecho latino, que desde Vespasiano fue extendido a toda Hispania y que era una especie de estadio intermedio entre la condición de peregrini o “extranjeros” y la plena ciudadanía. Civitates libres o federadas, en la practica eran algo semejante a las poblaciones municipales en su capacidad de administrar los asuntos locales, y buena parte de ellas conservaban esa denominaci6n como residuo histórico de prestigio. Finalmente, las localidades “tributarias”en latín stipendiariae—, las más numerosas, eran las poblaciones que en su correspondiente provincia estaban sujetas al pago de tributo).
Eran “colonias”, igual que numerosas ciudades de Italia, las capitales de los “conventos jurídicos”, como se llamaba a los lugares donde habían de acudir para pleitos o problemas legales los vecinos de las diferentes comarcas y localidades.
En la Betica estas circunscripciones judiciales eran cuatro, las de Gades, Hispalio, Corduba, Astigis (Ecija). Seis eran las de la Tarraconense y tres las de Lusitania.
La Betica, la más desarrollada económica y políticamente de las provincias hispanas, pertenecía al orden de las «senatoriales». No había en ella guarnición militar y sus gobernantes eran «oficialmente» nombrados por el senado romano, aunque habitualmente fuera por inspiración del emperador. Las otras dos provincias eran de las “imperiales”, al frente de las que con un titulo u otro mandaban los «legados» del Cesar y en nombre de este, si bien en ese siglo I en Lusitania no había fuerzas militares, mientras que eran dos las legiones estacionadas en la Citerior Tarraconense.
A los centenares —casi un millar-- de localidades que menciona Plinio con indicación de su status constitucional, hay que añadir los que llama “pueblos», que en muchos casos, o no tenían una situación legal consolidada o esta seria imprecisa y con vocación transitoria. Probablemente no pocos de ellos abarcarían poblaciones dispersas en zonas no urbanizadas. Pero la mera enumeración de estas agrupaciones étnicas o locales demuestra que la administración romana llegaba hasta ellas, y que su territorio y sus habitantes, quizá no del todo latinizados, eran algo conocido por los magistrados romanos en tiempos de Plinio, o sea en los decenios finales del siglo I.

LAS RIQUEZAS DE HISPANIA

Tanto Estrabón como Plinio ponderan las riquezas minerales de España. En la BeticaTurdetania para Estrabón— había sobre todo plata al sur y al norte del Anas (Guadiana) y cinabrio, y también en otra región no muy claramente identificada, «mucho cobre y oro».
Era particularmente importante la riqueza minera de Sierra Morena, que en algún escrito tardio se llamo cordillera marianica (montes Marian). La ponderan diversos autores contemporáneos. Personajes procedentes de esa región, a la que Plinio y otros escritores llaman la Beturia, que eran propietarios o explotadores de sus minas, llegaron a ser muy influyentes en los principales y mas poderosos círculos sociales de la Urbe.
Uno de esos hispanos de tiempos de Tiberio, el sucesor de Augusto (14-37 d.C.), fue Sexto Mario que habitualmente residía en Roma. De el dice el ilustre historiador Cornelio Tácito que era el hombre mas rico de las provincias de Hispania (ditissimus Hispaniarum) .
Por cierto, que este hispano tuvo un final verdaderamente trágico, sobre cuyas causas y antecedentes hay versiones contradictorias, alguna de las cuales no le deja del todo en mal lugar. Según una de esas informaciones se le acuso de incesto con una bellísima hija suya, a la que se había dejado de ver en los medios sociales de la Urbe. Según otras informaciones había sido el padre el que se la había llevado fuera de Roma para que no cayera en manos del emperador, cuyas intenciones estaban claras a todas luces. Finalmente, Sexto Mario fue condenado a muerte por Tiberio como culpable de incesto y se le ejecuto arrojándolo desde la roca Tarpeya, casi en el centro de la Urbe, tal como disponía el derecho penal romano vigente para ese crimen. Los bienes de Sexto Mario fueron confiscados por el Príncipe y sus minas, riquísimas para aquellos tiempos, pasaron a incorporarse al tesoro imperial. No se sabe con precisión donde estaban esas minas de Mario. Muy probablemente seria en la Beturia y cerca de las «vías» que atravesaban la parte central de Sierra Morena y enlazaban a Itálica e Hispalis o a Astigis (Ecija) con Merida.

Antonio Fontán, Marques de Guadalcanal
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.


miércoles, 6 de febrero de 2013

Recordando nuestra feria

Guadalcanal es diferente                                          
Llegan los primeros días de Septiembre, y Guadalcanal “traje nuevo de cal rabiosamente blanca, aroma serrano de verano decadente” interrumpe su cotidiano quehacer y se congrega en El Coso para vivir los días jubilosos de su feria, feria, típicamente considerada, de escaso atisbo andalucista, pues aquí no existen muchos de los  pormenores de montes abajo, pero —eso sí— capaz de hacer pasar días inolvidables a propios y extraños, como lo acredita la nombradía de que goza en estos contarnos. Y es que, por un lado, este pueblo dispone de un escenario —El Coso—, con un telón de fondo —la Sierra riel Agua—, que no se encuentra uno a la vuelta de cualquier paisaje; de otro, aquí hay, en casi todo, una singular manera de hacer. Tal vez por su enclave en zona de transición geográfica, tal vez por la almágana birregional que de ello inexorablemente resulta, lo cierto es que Guadalcanal —nunca más exacto el slogan turístico “es diferente”.
La feria de Guadalcanal, como toda las ferias, nació —¿cuándo?— con el criterio  mixto de religiosidad y mercadería  que Domingo Manfredi ha seriado a propósito del origen de tales celebraciones. Así, pues, en torno al santuario de Nuestra Señora de Guaditoca, allá en la llamada Vega del Encinar, al norte del término de la villa y no lejos del confinamiento con el de Azuaga, tenían lugar durante los días de la Pascua de Pentecostés la feria y fiestas en honor a la Patrona de Guadalcanal.
Allí, desde tiempo inmemorial, devotos y traficantes de todos los pueblos comarcanos, sobre todo de la vecina Extremadura, acudían anualmente a depositar sus ofrendas y peticiones a las plantas de la Virgen, a obtener las ganancias de las ventas o vendejas, o a adquirir una pareja de mulas, unas calma de cuero o una huta del buen vino de estos pagos. A medida que la irnportacía y diversidad de las transacciones aumentaron en esta feria diéronse cita gentes de los más apartados puntos de Andalucía y Extremadura. Concretamente a la de 1781, según consta de un informe de la feria de dicho año que se archiva en el Municipal, afluyeron personas de ciento veinte -villas o ciudades, desde Badajoz hasta  Jerez de la Frontera y desde Villanueva del Fresno hasta Córdoba.
Los considerables beneficios que esta feria proporcionaba repercutían así en pro de la hermandad que desde antiguo allí estuvo radicada, como de los vecinos de Guadalcanal. De este modo, pues, los mayordomos, y más tarde los administradores del patronato que erigiera don Pedro de Ortega Freire (1605-1671), primer alférez mayor de la villa, podían cómodamente sufragar los gastos del espléndido culto que a la Virgen se tributaba, atendían y costeaban los reparos y la ornamentación de la fábrica del santuario, e incluso les permitía adquirir alhajas y prendas de vestir para adorno de la imagen. Y al propio tiempo, también en favor del pueblo, redundaban los ingresos venidos de la feria, pues que parte del volumen de tributos de los mercaderes se destinaba al pago de los impuestos que el común de vecinos estaba obligado a abonar al Fisco.
La feria se desarrollaba en la explanada delantera del santuario y en sus aledaños. En ellos había formadas varias calles, en las que se hallaban las casas de las hermandades, las de la Justicia y Regimiento de la villa, las del patronato  y otras, y los portales dónde se instalaban los comerciantes.
Esa el interior del templo, las fervorosas súplicas, las sentidas gracias, las devotas emociones ante la Virgen de Guaditoca se sucedían durante las jornadas de la feria. El segundo día, el clero de Santa María la Mayor  —filial perpetua de la basílica patriarcal liberiana de Roma—cantaba la misa que el restaurado de la ermita, don Alonso Carranco de Ortega (1586-1654) dejara dotada, y acto seguido se celebraba la función principal. Culminaban los festejos cuando en la tarde del último día, la Virgen recorría el real procesionalmente, en medio de los fervores de la muchedumbre, haciendo estación en la orilla del arroyo Guaditoca, en el lugar mismo en que, según la tradición, se apareció a un pastor esta Virgen que de toponimia tomo esa advocación.
Pero he aquí que en las postrimerías del siglo XVIII, motivos de diversa indole, y especialmente intereses personales habidos en el seno de las altas esferas locales, dieron al traste con la famosa feria de Guaditoca. Luego de los convenientes razonamientos presentados a la superioridad, el año de 1792 el alcalde mayor de Guadalcanal recibió una orden de la Audiencia de Cáceres “para que haga trasladara a ella la feria o mercado que ordinariamente se ha hecho en la ermita de Nuestra Señora de Guaditoca y sus inmediaciones por el tiempo de la Pascua de Pentecostés”. En cumplimiento de dicha disposición se trajo la Virgen a la villa “siendo así que sólo venía en los casos de sequía o de calamidad pública” y en la Plaza Mayor se celebró una feria, que no era, no podía serlo ni i un mal remedio de aquella otra  de la Vega del Encinar.
La feria, a partir de entonces, fue a la deriva, pues a más de perder su enterior prestigio, se hizo sin fecha ni emplazamiento determinados, y años hubo en que, por causas más o menos justificadas, fue suspendida.
Hasta 1891 no fijó el Ayuntamiento los días de su celebración, que son los que rigen en la actualidad, Más tarde se ubicó el ferial definitivamente en el egido del Coso, para cuyo efecto el Municipio construyó en él un magnifico paseo, donde hoy se instalan las atracciones, bares, casetas, etc. Y en los terrenos inmediatos los ganados encontraban que esta faceta hay que tratarla en pasado” pastos y abrevaderos suficientes.
Queda como recuerdo de los primitivos festejos de Guaditoca el que enla tarde del tercer día la Patrona de Guadalcanal recorre triunfalmente el recinto de la feria en solemne procesión formada por su Real e Ilustre Hermandad y presidida por la Corporación Municipal.


Articulo publicado por A.M. el día 4 de septiembre de 1973

sábado, 2 de febrero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 2


LA IBERIA DE ESTRABÓN

El griego Estrabón (c. 65 a.C.-c. 20 d.C.) que había nacido en Amasia, ciudad del Ponto en el Asia Menor, ultimo y dio a conocer su Geografía de España en los primeros años de la centuria. El autor era un erudito casi enciclopédico —gramática, filósofo, historiador, geógrafo—, escribía en griego, sabía latín y poseía una amplia cultura. Su obra principal, y mas estimada, por el, eran sus cuarenta y siete libros de historia, que querían ser una continuación de Polibio. Pero se han perdido todos. Como complemento o introducción a esa Historia compuso los diecisiete libros de su Geografía, que en cambio se han conservado casi íntegramente. El tercero de ellos es el dedicado a Iberia.
En aquella época y cultura los intelectuales y, en general, las personas instruidas solían estar adscritos a una escuela filosófica. Se era “académico” o sea platónico, peripatético o de Aristóteles, estoico o epicúreo. No faltaban algunos “eclécticos” y otros que se declaraban escépticos de todo. Estrabón, peripatético en su juventud, fue pronto y para toda su vida estoico, igual que Polibio, a quien tomo como modelo para sus escritos de historia, y Posidonio que fue su maestro de filosofía.
De familia mixta de nativos y griegos, y de clase acomodada, Estrabón viajo, principalmente por el Mediterráneo oriental, para ver tierras y estudiar libros. En Alejandría conoció a distinguidos sabios de diversas disciplinas, a los que menciona en algunos lugares de sus obras, pero de los que no se conservan escritos. Estando allí participo en una larga y famosa expedición por el Nilo, río arriba, acompañando al gobernador del territorio. También visito las principales ciudades de Grecia, y lugares de Italia, hasta la isla de Cerdeña, pero sin llegar más lejos en dirección a occidente. Estrabón no estuvo nunca en la Península Ibérica, que solo conoció por los libros. Sin embargo, compuso en griego el más documentado estudio geográfico, e incluso sociológico, de Hispania de toda la Antigüedad. Ese escrito se conserva y es el libro III de su Geographica.
Las principales fuentes de información de Estrabón son las obras de dos escritores de una o dos generaciones anteriores a la suya: el geógrafo Artemidoro de Efeso, que había compuesto sus Periplos hacia el año 100 a.C., y el mencionado Posidonio de Rodas (c. 133- c. 51 0 50 a.C.), cuyas referencias a la tierra y los pueblos de Hispania son mas o menos de la misma época. Por eso se ha dicho que Estrabón no describió la Iberia romana de su tiempo, sino la de los últimos de la centuria precedente.
Posidonio y Artemidoro son las autoridades mas citadas en el libro de Estrabón. En ciertos lugares se las contrapone o discute, y en numerosos casos, aunque no aparezca el nombre del autor de que procede una afirmación o una noticia, se sabe que es alguno de los dos. Por ejemplo, en los primeros párrafos del capitulo inicial de su libro, Estrabón escribe que, “Iberia se parece a una piel de toro extendida a lo largo de Oeste a Este, con las partes delanteras hacia el Este y lo ancho de Norte a Sur”. Esta famosa comparación de la península con una piel de toro es de Posidonio, aunque Estrabón no lo mencione. El error respecto de los puntos cardinales procede de que, en tiempos de Posidonio, se pensaba que los Pirineos se extendían de Sur a Norte, y que el Sur de España era la costa levantina del mare nostrum. Sin embargo, Estrabón,  unos capítulos mas adelante, ve la península de otra manera. Llama “Lusitania” a todo el territorio al norte del Tajo, y menciona a los Artabros, afirmando que estos, el último de los pueblos de Hispania “están junto al cabo que se llama Nerion (sic!) que es el final de los lados norte y oeste”. Esta afirmación parece implicar que, para el autor, la costa occidental de la península desde el cabo San Vicente hasta el actual Finisterre se orienta en la dirección sur-norte, en contra de lo que se lee en el capitulo primero, según el cual esa costa seria paralela al Pirineo, ¿Fuentes contrapuestas o descuido del autor?
Para Estrabón Iberia es una unidad no solo geográfica, sino política y cultural gracias a los romanos, con una gran diversidad de pueblos y con apreciables diferencias económicas y sociales o de costumbres. Los espacios más romanizados, que son también los más ricos, como la Turdetania —o Betica, como se llamaría en latín a esa privilegiada región— y las costas levantinas, contrastan con ciertas tribus del interior o del norte. En algunas de estas se practican, según dice Estrabón, usos que para los romanos —y los griegos— resultan chocantes: las largas melenas lusitanas, el dormir en el suelo y beber solo agua y en alguna ocasión cerveza, el comer sentados en bancos de piedra con las espaldas recostadas en la pared, los bailes de hombres y mujeres cociéndose por las manos, o efectuar una sola comida al día, etc. Y otras costumbres más bárbaras de los lusitanos del norte, como los sacrificios humanos y hacer vaticinios examinando las entrañas de los prisioneros o cortarles las manos derechas y ofrecerlas a los dioses.
 «Lo inculto y salvaje de aquellas tribus, escribe Estrabón, se explica no solo por su vida guerrera, sino también por su sitio apartado». «Hoy, añade, se nota menos a causa de la paz y de la presencia de los romanos»... «Aquellos que aun seguían con el bandolerismo... en lugar de hacer daño a los aliados de Roma, ahora prestan servicio militar a los romanos gracias a Cesar Augusto. Y Tiberio, sucesor de Augusto, puso en esta región del norte un ejercito de tres legiones, formado por Augusto, y los hizo no solo pacíficos sino civilizados>>.
En este pasaje y en otros varios del libro Estrabón se refiere a personas y hechos posteriores a Posidonio y Artemidoro. En algunos casos su fuente puede ser Timagenes (historiador griego de época de Augusto cuya obra se ha perdido) y en otros son noticias conocidas por el en los años finales de su vida que paso en Roma, ultimando sus libros de Geografía. Ese seria el caso de la referencia a Tiberio, que solo empezó su reinado el ano 14 d.C.
En su Geographica Estrabón conoce las divisiones administrativas, como las provincial y conventos jurídicos, pero no las examina sistemática y técnicamente, ni se detiene en distinguir siempre las diversas clases de poblaciones —colonias, municipios, ciudades federadas, inmunes o estipendiarias (o tributarias), etc.,— aunque afirma con manifiesta exageración que en Turdetania (la Betica) había doscientas ciudades como si fueran todas de la misma naturaleza política.
Al hilo de su narración nombra a los grupos étnicos o sociales de las distintas comarcas con sus nombres: lusitanos, turdetanos, carpetanos, bastetanos, oretanos, vacceos, galaicos, sépticos, cantabros, astures, etc. En más de un caso los sitúa en comarcas o espacios distintos de los suyos o los pone en su sitio o en otro diferente, según lo leía en Artemidoro o Posidonio, y también en Polibio. Y se refiere ampliamente a las principales riquezas mineras, agrícolas, pesqueras, etc., de las diferentes regiones y a su comercio de exportación, sobre todo a Italia. Asombra su admiración por los metales que se extraían de las explotaciones mineras y el oro que arrastraban algunos ríos y que con lavados ya experimentados por los nativos se sacaba de ellos.
Estrabón murió en torno al año 20 d.C., siendo emperador Tiberio, y la mayor parte de su información procedente de Posidonio es anterior al 50 a.C. La romanización ganaría terreno después a lo largo de las campañas militares de Pompeyo frente a Sertorio, y las de Cesar y Augusto. Pero la evolución de la sociedad y de la economía fue, como es habitual en todas partes, más lenta que los acontecimientos políticos y que el progreso de los hispanos que se integraban como ciudadanos activos en las clases dirigentes.
La Betica apenas experimentaría grandes cambios a lo largo de la lª centuria d.C.: la disposición general del territorio, la agricultura, la pesca, la minería y demás riquezas tan apreciadas por Roma, los ríos y sus nombres, los de los pueblos —entre otros los Túrdulos o Turdetanos, los sépticos, etc.— y de las principales localidades —Gades, Córdoba, Hispalis, Astigis (Ecija), Itálica, etc.—, fueron los mismos durante todo el siglo. Algo semejante ocurre en  la costa del Mediterráneo y en casi a toda la mitad oriental de la península por encima del Tajo, si bien no se puede decir lo mismo de lo que escribe Estrabón sobre el cuadrante norte-occidental de España, que es el territorio que mas tardo en ser “romanizado”, administrativa y culturalmente. Solo al final del siglo I de la era cristiana quedo prácticamente terminado ese proceso histórico de la romanización de Iberia.

Antonio Fontán Marques de Guadalcanal

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