By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 30 de enero de 2013

Monarquía y Estado Constitucional

Constitución política de la Monarquía española

El tránsito de la Monarquía Absoluta al Estado Constitucional en España, a diferencia de lo que ocurrió en Inglaterra o Francia, padeció un déficit de legitimidad que perturbaría inevitablemente su evolución posterior.

Toda operación constituyente exige un ajuste de cuentas con el pasado como paso previo de la definición del proyecto de futuro de la que pretende ser portadora. Y la forma en que se hace ese ajuste de cuentas marca insoslayablemente la definición del proyecto de futuro. Esto ocurre en todo proceso constituyente. Baste como ejemplo el nuestro de 1978. Todavía sigue gravitando sobre nosotros la forma en que se hizo, durante la Transición, el ajuste de cuentas con la España de las Leyes Fundamentales del general Franco. De ahí la intensidad del debate sobre la llamada memoria histórica, en el que todavía estamos inmersos y al que todavía le queda bastante recorrido.
Ahora bien, resulta obvio que, cuando la operación constituyente de la que se habla es la primera en la historia de un país, como ocurre con el proceso que dio origen a la Constitución de Cádiz, el ajuste de cuentas con el pasado tiene una dimensión distinta, en la medida en que se trata de un ajuste de cuentas con todo el pasado preconstitucional, que en España, como en los demás países europeos, supone un ajuste de cuentas con siglos de historia.
Quiere decirse, pues, que la operación constituyente originaria de un país es el resultado de una Revolución con mayúsculas, independientemente de que la Revolución sea el resultado exclusivo de la propia evolución interna del país o haya en su génesis una influencia externa, como ocurrió en España con la Revolución Francesa primero y la invasión napoleónica después. La irrupción de la Constitución en la historia de un país establece una frontera entre épocas históricas. En Europa la Constitución es lo que separa la Edad Moderna de la Edad Contemporánea. Supone el tránsito de una sociedad definida por la desigualdad jurídica y la consiguiente falta de libertad personal para la inmensa mayoría de los habitantes del país a otra articulada en torno al principio de igualdad, en la que los individuos son definidos como ciudadanos, es decir, como sujetos jurídicamente iguales y personalmente libres.
En ese tránsito la forma en que se hace el ajuste de cuentas con el pasado preconstitucional resulta decisiva para toda la historia constitucional del país. Si el deslinde con el pasado no se hace de manera inequívoca, el Estado Constitucional resultante padece un déficit de legitimidad que perturba inevitablemente su evolución posterior. Esto es lo que ocurrió en España en el tránsito de la Monarquía Absoluta al Estado Constitucional, a diferencia de lo que ocurriría con otras dos grandes Monarquías europeas de la Edad Moderna, Inglaterra y Francia.
Los tres países tuvieron que hacer un ajuste de cuentas con sus Monarquías para transitar hacia el Estado Constitucional, pues Monarquía y Estado Constitucional en cuanto expresiones de formas políticas son radicalmente incompatibles. Cada uno lo hizo a su manera. Pero con una diferencia fundamental: Inglaterra y Francia liquidaron la Monarquía como forma política en el proceso de transición hacia el Estado Constitucional. La primera mantuvo la Jefatura del Estado monárquica, pero hizo descansar la legitimidad del Estado en el principio de soberanía parlamentaria. Francia suprimió la Jefatura del Estado monárquica e hizo descansar la legitimidad del Estado en el principio de soberanía nacional. Sus historias constitucionales han estado presididas desde entonces por unos principios de legitimación con vocación democrática.

En España el ajuste de cuentas no se hizo de manera inequívoca. La Constitución de Cádiz afirmó el principio de soberanía nacional. Esa fue su gran aportación a la historia constitucional española, ya que sin un principio de legitimidad de esa naturaleza no puede iniciarse siquiera la construcción de un Estado que pueda denominarse propiamente constitucional. Pero la afirmación de ese principio no se hizo contraponiéndolo de manera inequívoca al principio de legitimidad monárquica. Lo hizo con un cierto grado de ambigüedad. A diferencia de lo que ocurrió en Inglaterra y Francia, el constituyente de Cádiz no consideró que el ejercicio del poder podía extenderse a la Monarquía en cuanto forma política y que el mantener o no una Jefatura del Estado monárquica era una opción que estaba a su disposición. De ahí que la Constitución de Cádiz fuera aprobada como “Constitución política de la Monarquía española”. No de la Nación española, sino de la Monarquía.
La Constitución de Cádiz fue ambigua en el punto más decisivo de toda operación constituyente originaria: en la definición del lugar de residenciación del poder. Y de ahí el pulso permanente a lo largo de toda nuestra historia constitucional hasta 1931 entre el principio monárquico y el principio de soberanía nacional como principios legitimadores del poder del Estado. Pulso que, como es sabido, se decantó durante la mayor parte del tiempo a favor del principio monárquico, aunque sin hacer desaparecer por completo la sombra de la soberanía nacional.
Esta es la razón por la que el constitucionalismo español del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX ha sido un constitucionalismo de tan baja calidad y con tantas desviaciones autoritarias. Hasta 1931 España no ha sido propiamente un Estado Constitucional, sino una Monarquía Constitucional. La lógica del sistema no era la de la Constitución sino la de la Monarquía.
Aunque desde 1931 el principio monárquico ha dejado de ser utilizado como principio de legitimidad del Estado, la ambigüedad de Cádiz en lo que se refiere a la indisponibilidad de la Monarquía para el poder constituyente del pueblo español ha seguido proyectándose sobre nuestra historia constitucional. Buena prueba de ello es lo ocurrido en nuestro último proceso constituyente de 1978.
A pesar de que la Monarquía había sido restaurada por el general Franco tras un golpe de Estado contra un Gobierno democráticamente constituido y tras una guerra civil y varias décadas de dictadura brutalmente anticonstitucional, la sociedad española no tuvo la fortaleza suficiente para que en el debate constituyente pudiera plantearse el debate sobre la forma monárquica o republicana del Estado, teniendo que renunciar de facto a extender el ejercicio de la potestad constituyente a la Monarquía. Salvo en las dos experiencias republicanas, en ningún otro momento de nuestra historia el pueblo español ha considerado que su poder constituyente podía extenderse a la Monarquía.
Esto viene de Cádiz. Por eso todos los ciclos constitucionales de nuestra historia han empezado con una crisis de legitimidad de la institución monárquica. En 1808 con la abdicación de Carlos IV en Napoleón; en 1833, con la muerte de Fernando VII sin descendiente varón; en 1868, con la expulsión de Isabel II tras la Gloriosa; en 1931, con el exilio de Alfonso XIII; y en 1975-77, con el pacto entre todos los partidos políticos que posibilitó el proceso constituyente tras la renuncia previa a debatir sobre la Monarquía antidemocráticamente restaurada.
La Constitución de Cádiz fue una suerte de milagro. Que la España de comienzos del siglo XIX fuera capaz de dar a luz un texto de la calidad de dicha Constitución es sorprendente. Pero, lamentablemente, no pudo más que superar de manera muy incompleta el peso de nuestro pasado preconstitucional. La presencia política de la Monarquía en nuestra fórmula de Gobierno nos lo recuerda todavía.

JAVIER PÉREZ ROYO.- Revista Mercurio

sábado, 26 de enero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 1



HISPANIA Y LOS HISPANOS EN EL SIGLO I d.C

Hace dos mil anos, en el siglo I de la era cristiana, la Península Ibérica, pacíficamente sometida a Roma toda ella y en avanzado proceso de asimilación cultural, llego a ser, el mas importante y desarrollado territorio de la mitad occidental y Latina del Imperio, después de Italia. Plinio el Mayor (23-79 d.C.) así lo afirma al final del último libro de su Historia Natural, tras proclamar que Italia —su patria— “rectora y segunda madre del mundo”, era la corona de la naturaleza, por sus riquezas, sus gentes, su cultura y su estilo de vida. Pero para el estudioso de tierras y pueblos que fue siempre Plinio, el segundo lugar, si se exceptúan las fabulosas riquezas de la India (que ningún romano había visto), correspondía a Hispania, especialmente en sus regiones costeras. Aunque la península, dice, tiene amplios espacios desiertos, sus regiones productivas son feraces en cereales, aceite, vino y en la cría de caballos, así como en toda clase de metales.
La Galia en algunas cosas esta casi a la misma altura. Sin embargo, según Plinio, Hispania, con sus despoblados, la superaba por su riqueza en esparto, tan empleado en las industrias y artesanías de sogas y tejidos bastos, y por los transparentes minerales de los que se hacen el vidrio y los espejos.
Plinio conocía bien España. Bajo el emperador Vespasiano desempeño funciones administrativas y de gobierno entre el 69 y el 77, probablemente en Tarragona, y en esos años tuvo la oportunidad de recorrer las tres provincias de entonces: Citerior o Tarraconense, Betica y Lusitania.
En el último tercio del siglo I era bastante hacedero viajar por España. Se habían construido “vías” en las principales direcciones. El llamado Itinerarium Antoninianum, una amplia guía de rutas probablemente elaborada para los movimientos de tropas, que se compiló doscientos años después, describe unos diez mil kilómetros de caminos “oficiales” sólo en la península. Es seguro que bastante más de la mitad de ellos eran operativos en el siglo I de la era cristiana. En las dos centurias siguientes se amplió todavía la red hasta la extensión que había alcanzado cuando se hizo el Itinerario.
Algunos competentes historiadores modernos opinan que la detallada enumeración de las distintas clases de ciudades y localidades menores, mas los “pueblos”, o agrupaciones de aldeas o gentes no urbanizadas de Iberia, que ofrecen los libros tercero y cuarto de la Historia Natural de Plinio es anterior a este autor y proviene de censos de una época precedente: quizá del llamado censo de Agripa, el yemo de Augusto, que murió el 18 a.C. Aunque esto fuera así, hay que pensar que en sus años de responsabilidades administrativas en Hispania, un escritor tan meticuloso como Plinio los habría sometido a revisión.
En total son casi un millar las poblaciones y un centenar los populi enunciados en la relación pliniana, lo cual es una prueba incontrovertible de la romanización de Iberia en el último tercio del siglo I d.C.
No por eso habían desaparecido social y culturalmente la Hispania prerromana, ni sus lenguas. En los primeros tiempos de la era cristiana, mayormente en zonas rurales, los nativos continuaban empleando su propia lengua. El historiador Tacito cuenta que en el año 25 d.C. un campesino de Temeste, una localidad o comarca de la Hispania Citerior, asaltó de improviso al pretor de la provincia, de nombre Lucio Pisón, al que odiaba todo el mundo por sus abusos de poder y lo asesinó Cuando fue apresado y sometido a tortura para que denunciara a sus posibles cómplices el temestino respondió a gritos en su lengua natal (sermone patrio) que sus verdugos no esperaran que dijera ningún nombre. Por fin, logró escapar de sus guardianes y se suicidó rompiéndose la cabeza contra una roca. El hispano entendía el latín de los soldados romanos, pero el se expreso en su propio idioma. Parece que el justiciero campesino era un celtibero y que esos temestinos probablemente habitaban cerca de Numancia, al norte de Soria.
Todavía en tiempos del emperador Marco Aurelio —siglo II d.C.— Cornelio Frontón, que fue maestro de Retorica de los príncipes de Palacio, dice que en determinadas regiones de Hispania se hablaban las lenguas primitivas.

ROMA EN ESPAÑA.-

Los romanos habían puesto pie por primera vez en la península, que llamarian Hispania, el 218 a.C. en el curso de la renovación de sus enfrentamientos con Cartago que dieron lugar a la Segunda Guerra Punica.
A lo largo de los primeros años de esa conflagración, Anibal, que había partido de la península Ibérica, estaba venciendo a cónsules y legiones romanas en suelo itálico hasta amenazar a la Urbe. Para responder a ese reto, Roma emprendió operaciones militares contra los punicos en España, que era el principal lugar donde los cartagineses obtenían recursos, soldados y caballos —tan necesarios para la guerra—.
Cónsules, procónsules y otros altos jefes militares, como el entonces joven imperator Publio Cornelio Escipion, que después añadiría a sus “tres nombres” el sobrenombre de “Africano”, iban derrotando a los cartagineses en la península hispana, hasta expulsarlos totalmente de ella en sucesivas campañas que duraron casi una docena de años.
Seguidamente, para asegurar su control —o su dominio— de ese territorio terminal de la ecumene, bien fuera por la vocación imperialista que con la victoria sobre Cartago se había apoderado de la republica y del senado (l'appetit, como dicen los franceses, vient en mangeant), bien simplemente para defender los espacios de que se habían adueñado sus legiones, los romanos acometieron la conquista y ocupación política y militar de toda Iberia.
No fue empresa fácil ni de corta duración. Pero Roma lo consiguió. Bajo Augusto, tras las campanas del propio Emperador —años 27 y 26 a.C.— y de su yerno y general Agripa (año 19 a.C.), Hispania, administrativamente dividida en tres provincias, era una parte muy valiosa —quizá el florón— del Imperio.
Pronto, desde los primeros años de Nerón —el quinquennium Neronis— en que tanto mandaba el filosofo cordobés Séneca, hasta los días de los emperadores hispanos Trajano (98-117) y Adriano (17-138), que eran de Itálica, casi al lado de Sevilla, y después, bajo Marco Aurelio, que también tenia abuelos y familiares de allí, hubo siempre en la Urbe, como algo habitual, personalidades hispanas en los ámbitos del poder, de la cultura o de la influencia.
Intelectuales, políticos y escritores no hispanos de generaciones anteriores al siglo I d.C., se interesaban por las cosas de España. Existía el lejano precedente de Polibio, (c. 200-c. 118 a.C.), un griego del siglo II a.C., historiador de campañas militares y cuestiones políticas relacionadas con Hispania.
Un siglo mas tarde el filosofo estoico Posidonio de Rodas (nacido en Apamea, junto al Orontes c. 130 a.C.-Rodas c. 52-50 a.C.) —que era reconocido como el primer intelectual del mundo romano de su época— había visitado y recorrido buena parte de la península y escrito libros que se ocupaban de ella, aunque de estos solo se conserven citas e informaciones sueltas, pero del mayor alcance e interés. Su estancia en Hispania fue larga, y finalmente, antes de marcharse, paso un mes seguido en Gades (Cádiz).
Posidonio seria una de las principales fuentes del libro tercero de la Geographia de Estrabón (c. 65 a.C.-c. 20 d.C.), dedicado a Iberia. Esta obra, compuesta en los primeros años de la era cristiana, y la Historia Natural de Plinio, que se escribió entre el 74 y el 77 de la misma centuria, son las dos fuentes principales para el conocimiento de la realidad física, económica, cultural y política de Hispania en ese siglo I.

Antonio Fontán (Marqués de Guadalcanal)
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.

miércoles, 23 de enero de 2013

Gloria y muerte de un torero

Antonio Montes y el mal fario

El trece de enero de 1907 moría corneado por Matajacas el precursor del toreo moderno, Antonio Montes. Carlos Cuesta Baquero, testigo excepcional del hecho por ser el facultativo encargado de atender la fatídica herida del sevillano, escribió esta crónica en la revista Sol y Sombra, que también se incluyó después en el libro “Las Cornadas” de Solares y Rojas Palacios.
“Era el domingo 13 de enero de 1907. Los aficionados estaban alborozados por la corrida que presenciarían, lidiando seis toros –tres de la ganadería española del Marqués de Saltillo y tres de la mexicana de Tepeyahualco, propiedad de don Manuel Fernández del Castillo y Mier-. Los espadas: Antonio Fuentes, Antonio Montes y Ricardo Torres Bombita. Era el cartel máximo por la calidad y deseado con anhelo. Las taquillas no fueron abiertas ya en la mañana del citado día, porque la víspera estaban agotadas las localidades, colocándose el cartelillo: “No hay boletos”. A la Plaza de Toros México –ya vetusta, aunque remozada- iban formando “cola” quienes deseaban ver los toros que estaban en los corrales. Eran unos “buenos mozos” de cinco años, bien encornados y “finos” mostrando las características de sus castas. Descollaba uno, por lo cornalón, largo cuello y zancudo, o sea lo que nombraban “alto de agujas”. Era un toro de “mala construcción”, según dicen en su peculiar lenguaje los toreros. Su pinta era “cárdeno entrepelado” y su nombre Matacaja”. Sobre la piel del costillar derecho ostentaba el número 42, registro en el libro de tienta de la ganadería. Procedía de la simiente miureña que hubo en la vacada de Tepeyahualco, cuando fue propiedad de don José María González Pavón.
Antonio Montes tenía la costumbre de ir la víspera de la corrida a la Plaza de Toros. Acudía con la finalidad de ver el encierro y formarse un juicio de él. Desde que vio a Matacaja se sintió alterado. Miró el número, 42, y dijo:
-No me gusta ni el número.
Durante el regreso al hotel el torero apenas y habló.
-¿En qué piensas, Antonio? – le preguntaron.
-En ese toro horrible, el número 42.
Pensaba en el toro que lo mataría al día siguiente. El domingo cuando Blanquito regresó del sorteo, Montes le preguntó por Matajaca
-¿“Matajaca”? Déjame ver… Sí, te tocó a ti.
Montes golpeó el brazo del sillón.
-Lo sabía- dijo.
Matajaca salió imponente al redondel. Fue corrido, no demostrando detalle excepcional y Montes se colocó para torear de capa, siendo cogido luego del segundo lance. El asta enganchó en los cordones de la pierna derecha de la taleguilla, en esos borlones que los toreros llaman “machos”.
El diestro fue lanzado a lo alto, cayendo frente al toro, que intentó volver a cornearlo. No lo consiguió por hacer la embestida con el modo que los toreros dicen “sobrada” o sea desacertada por exceso de impetuosidad.
PeroMatajaca”, al ser banderilleado, mostró ya que era de inmenso peligro. Sin perder la bravura, tenía malicia que empleaba para “adelantar”, o sea para intentar apoderarse del banderillero estirando el cuello, que ya dije que era bien largo. “Pescuezo de acordeón” dicen gráficamente los toreros…
Montes entró a herir de largo, según acostumbraba a hacerlo. El toro, alargando el cuello no le enganchó con el asta derecha, sino que lo “enfrontiló” e instintivamente, Montes, para salvarse giró volviendo la espalda. El estoque ya estaba hundido hasta la empuñadura. En los momentos de girar, el toro, que por unos instantes estuvo incierto por el dolor causado por la estocada reaccionó tirando el derrote, asestando la cornada en la parte inferior de la región glútea izquierda del torero.
Llevándolo ensartado, prendido, el cornúpeta dio algunos pasos hacía del medio del redondel. Luego, ya agonizante inclinó la cabeza, dejando al lesionado torero sobre la arena. El diestro quiso levantarse, lográndolo con esfuerzo, pero inmediatamente se desplomó: un chorro de sangre empapaba la pierna de la taleguilla. Los monosabios tomaron en brazos al herido para llevarlos a la enfermería. El terror estaba impreso en el semblante de los concurrentes y también en el de los toreros”.
Bombita, años después y en su libro de memorias titulado “Intimidades y Arte de Torear de Ricardo Torres Bombita” dice: “Todos al mirar como fue la cogida y el chorro de sangre negra que salía de la herida comprendimos que era mortal”.
De la enfermería, Montes fue trasladado a su alojamiento en el Hotel Edison, situado en la primera de las Calles de Dolores. Allí estuvo tres días en lucha con la muerte; pero sin perder la inteligencia, conversando en algunos momentos y encargando que no informaran a su madre sobre la gravedad en que estaba por que la viejecita moriría de la angustia. Fuentes, Bombita, Blanquito, todos los toreros, no se apartaron de su lado, teniendo para Montes solicitud fraternal.
El estado de Montes fue empeorando y por ello no se llevó a cabo una laparotomía que algunos médicos aconsejaron. Surgió la parálisis vesical y la alta temperatura. Sin embargo, el torero pareció sereno y resignado. Recibió la visita del sacerdote y al salir éste dijo:
-Ahora sí, estoy listo.
Dictó testamento a favor de su madre y dejó tres mil pesos para una guapa mujer norteamericana que vivía con él. Tampoco se olvidó de su cuadrilla. Sus últimas palabras fueron:
-Pobre de mi madre, cuando se entere…

Falleció el día 17, a las siete y media de la noche. Fueron tres angustiosos días de zozobra y martirio, igualmente para los toreros que para los cirujanos. El público también estaba anhelante. A todas horas, aún en las avanzadas de la noche, había personas en la sala del piso inferior del hotel, informándose y leyendo los boletines de los médicos; y afuera en las aceras, la muchedumbre se agrupaba, preguntando las últimas noticias a quienes salían del edificio. A los médicos les impedían subir a los carruajes si no habían explicado como seguía el herido. En los pórticos de los teatros y en el interior de los telones, había copia de los boletines, así como en las pantallas de los cinemas. Cuando fue notificado el fallecimiento, se notó un silencio doloroso, interrumpido por exclamaciones compasivas. Era una pesadumbre general. Inyectado el cadáver con una solución conservadora, fue trasladado al Panteón Español, siendo el tránsito una imponente manifestación de duelo. Allí quedó en el Depósito de Cadáveres y un descuido de los encargados de vigilar fue causa de un horripilante suceso. Uno de los cirios encendidos se reblandeció con el calor de la flama, se encorvó y alcanzó al forro exterior de seda del ataúd, que se inflamó. El fuego pasó al interior, encendiendo el abollonado y después la sábana que servía de mortaja. Aquella hornaza calcinó el cadáver destruyendo la cara, piel de la cabeza, un brazo y una pierna.
El calcinado cadáver fue llevado a Veracruz para embarcarlo con destino a Sevilla. Al transportarlo del muelle al barco ocurrió otra desgracia: se zafó de la grúa la caja que llevaba el féretro y cayó al mar. Sangre, fuego, agua: curioso fin el de este hombre ejemplar”.

sábado, 19 de enero de 2013

Guaditoca, Río Angosto

La historia de Guadalcanal analizada en dos publicaciones, de Mi Señora de Guaditoca al Contador de Sombras

Creo con sinceridad que en cuanto a las resonancias históricas y literarias se refiere, Guadalcanal puede considerarse un pueblo afortunado. Y no hablo ahora de la relevante presencia de algunos de sus hijos en momentos estelares de la historia de España “por ejemplo, de Pedro Ortega Valencia, en el descubrimiento y conquista de las islas de Salomón en el Pacifico, a una de las cuales, luego muy famosa, dio el nombre de Guadalcanal, su pueblo, ni del muy famoso literato, orador y político Adelardo López de Ayala, dirigente de la revolución del 68, ministro de la Corona y autor de importantes obras dramáticas”, sino de aspectos mucho más cercanos. Pues he aquí que sólo en el plazo de unos meses han aparecido en las librerías nacionales dos libros de verdadero interés, cuyo protagonista, más que simple lugar donde se desarrolla la acción, es el propio pueblo de Guadalcanal.
En uno de estos libros “El contador de sombras”, de Antonio Burgos “el nombre está sugerido, apuntado, y los hechos se deforman y disfrazan para que esquivando posibles susceptibilidades resulten apenas reconocibles”; en el otro “Mi Señora de Guaditoca”, de Pedro Porras, claramente expresado; uno origen de alboroto y casi de revuelta popular adversa; otro, fuente de juicios merecidamente encomiásticos y motivo de satisfacción para muchos, pese a que con nombres, pelos y señales de sucesos y de intenciones se hace constar sin reserva alguna lo que estuvo mal hecho: “… la venta del riel de plata importó 3.408 reales y doce maravedises..., según certificación dada en 16 de mayo de 1854 a petición del vendedor, Francisco Ortega Ayala.. Desde luego, perdiéronse alhajas de valor para sustituirlas... por baratijas.
Quizá esto pudiera servirnos a todos de provechosa lección: la que puede ofrecernos, si pensamos con humildad, el paso de los años como medio eficacísimo para calmar apasionamientos y serenar los juicios. Bastó una insinuación en presente, más literaria que real, para que todo un pueblo se soliviantase; ahora, ante una acusación dura y directa contra uno de sus más encopetados rectores nadie se inmuta después del siglo transcurrido. Tengo la seguridad de que en un día no muy lejano —tal vez sea suficiente el paso de una generación— la novela «El contador de sombras» será legítimo orgullo. (No olvidemos que la Mancha ensalza rabiosamente, como algo propio y particularismo de su acervo, a Don Miguel de Cervantes y a la figura del Ingenioso Hidalgo, que nació allá en un lugar de cuyo nombre no quería acordarse el autor. Que algo parecido sucedió en Oviedo con Leopoldo Alas «Clarín» y «La Regenta», y aun en el mismo Guadalcanal con «El tanto por ciento», de Adelardo López de Ayala.)
El libro de Pedro Porras es el libro de la historia de un lugar, contada a través de la devoción por su Patrona, la Virgen de Guaditoca. Vicisitudes, avatares, periodos de esplendor alternados con otros en que las motivaciones históricas o las simples debilidades humanas hacen que aquélla decaiga, al menos en sus manifestaciones externas, se corresponden exactamente con las que a la par vive el pueblo, ya que no en balde, para bien o para mal, durante toda la época a que el libro dedica su mayor atención, la vida civil y la religiosa caminan en nuestra patria íntimamente fundidas y confundidas.
Guadalcanal, la palabra Guadalcanal, con que se designa al blanco pueblo de la sierra, es de evidente etimología árabe y significa «río de creación». Pedro Porras, con un sentido más poético de la realidad, invierte los términos y afirma que mejor sería decir «creación de ríos», ya que Guadalcanal, situado en la cumbre de una sierra a dos vertientes, la del Guadiana por el norte y la del Guadalquivir al sur, preside el nacimiento de numerosos arroyuelos y regatillos que van a mantener el caudal de  aquellos dos grandes ríos. Precisamente en los márgenes de uno de tales arroyos de cauce estrecho y curso retorcido, la Virgen de Guaditoca se le apareció a un pastor, es la Leyenda, una bella leyenda coincidente con las de otras apariciones que se citan como acaecidas en estos campos de la sierra: la Virgen del Monte, la del Robledo, la del Espino... Y como habían sido también los árabes los que pusieron nombre a aquel arroyo, ellos lo de nominaron de Guaditoca, «río angosto», de donde toma el título de su advocación la Patrona de Guadalcanal.
El autor de este libro es un guadalcanalense enamorado de su pueblo natal, de su historia, de sus tradiciones. Abogado, notario y agricultor, hombre de profunda cultura, en su fina sensibilidad no han logrado hacer mella ni el trato continuado con legajos y protocolos ni la ruda briega que consigo trae cualquier explotación agrícola. Todas estas circunstancias reunidas en Pedro Porras le han permitido sacar a la luz una obra que, a pesar del estricto carácter localista de terna, expande su interés mucho más allá de los linderos de la comarca.
Después de la Reconquista, Guadalcanal es incorporada a la Orden de Santiago, fundándose tres parroquias dependientes de la Vicaría de Santa María de Tentudía, cuya sede estaba «en lo más alto de la sierra de este nombre, visible desde las casas de Guadalcanal». También se construyen varias ermitas, una de ellas dedicada a la Virgen de Guaditoca, que siglos adelante (1647) sería sustituida por otra más de acuerdo con la dignidad que el culto a la Patrona exigía, erigiéndose a orillas del «río angosto» de los moros, cerca de la Peña de la Aparición. A partir de entonces se extendió con rapidez por toda la comarca la devoción por la Virgen de Guaditoca, con lo cual cada año al llegar la Pascua del Espíritu Santo, en plena primavera, se agrupaban allí en tomo a la Virgen y su ermita, vecinos de muchos de los pueblos de los alrededores. Malcocinado, Azuaga, Berlanga, Ahillones, Valverde de Llerena, etc. Para atender a los «romeros» solían acudir también vendedores de «viandas y fruslerías», los cuales, a la vez que crecía el contingente anual de devotos, aumentaban el número, de modo que lo que en un principio fue modesto mercado acabó por convertirse en una de las ferias más renombradas del contorno: la feria de Guaditoca. Posteriormente, en 1722, el Rey nombra patrono-administrador de la ermita y de todos sus bienes («muebles raíces, joyas, platas, vestidos, ornamentos, maravedíes, vino, pan y todas las otras cosas que en cualquier manera o por cualquier causa o razón tocasen o perteneciesen a dicha ermita...») a don Alonso-Damián Ortega Toledo marqués de San Antonio de Mira al Río, privilegio transmisible a sus descendientes. El patronato discurre con los altibajos propios de su condición humana, para terminar siglo y cuarto más tarde liquidado por la acción malversadora del que fue su último patrono y al que ya nos hemos referido al principio. Después del episodio del patronato, una nueva hermandad vendría a hacerse cargo de la administración de los bienes espirituales y materiales de la Patrona.
El lenguaje de Pedro Porras es correcto y preciso, tal como corresponde a un profesional habituado a «dar fe» pública de hechos y de cosas; ágil, salpicado de expresiones de humor que revelan con evidencia la inteligente personalidad del señor Porras. Sólo a veces el fervor apasionado por su Patrona, cuya advocación singulariza en ese título de «Mi Señora de Guaditoca», se exalta y en el léxico se produce como una extraña —extraña aquí y en este libro— eclosión de vocablos que parecen escapados de las páginas de algún viejo novenario mayeado y florido. Advirtamos que el autor lo hace concientemente y que él sabe muy bien lo que se hace.
La obra va ilustrada con unos delicados dibujos, llenos de ingenuidad y de gracia, originales de las propias hijas del escritor.

José María Osuna.- Sevilla, 22 de Mayo de 1971

miércoles, 16 de enero de 2013

Trazos, letras y acordes IX

3er Aniversario de su fallecimiento

BIOGRAFÍA
Nació en Sevilla el 15.10.1923. Cursó Bachillerato en el Colegio de los jesuitas de dicha ciudad. Bachiller con premio extraordinario en la Universidad de Sevilla en junio de 1940.
Estudió Filosofía y Letras (sección de Filología Clásica) en las Universidades de Sevilla y Complutense (entonces llamada de Madrid). Licenciado en Filosofía y Letras (sección de Filología Clásica) por la Universidad de Madrid en junio de 1944. Doctor en la misma Facultad y sección con Premio Extraordinario en 1948. Su tesis doctoral versó sobre "Manuscritos de Séneca en Bibliotecas españolas y la tradición de los diálogos". Fue publicada en la revista Emerita (1949 y ss.). Graduado por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid en 1953.
Catedrático emérito de la Universidad Complutense, periodista y político. Presidente y Editor de NUEVA REVISTA de Política, Cultura y Arte desde que se inició en 1990 y Presidente del Consejo Deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE).
Fue nombrado hijo adoptivo de Guadalcanal en Agosto de 1977, siendo alcalde Antonio Nogales Delgado
Fue Nombrado Marqués de Guadalcanal por el Rey Juan Carlos I en reconocimiento a su labor en favor de la libertad y de la convivencia cívica entre españoles, junto a su destacada trayectoria en la Universidad, el periodismo y la política, según Real Decreto 1174 de 11 de Julio y publicado al día siguiente en el BOE.
Falleció en Madrid, el día el 14 de Enero de 2010 y enterrado en el cementerio de la Almudena de la capital.

CURRÍCULO POLÍTICO
Miembro del Consejo Privado del Conde de Barcelona durante casi veinte años (hasta su disolución) y del Secretariado de dicho Consejo (hasta ocupar la Dirección del Diario Madrid en 1967). Nombrado por el Conde de Barcelona para la Comisión de Profesores de Estudios Civiles del entonces Príncipe D. Juan Carlos.
Fundador del Partido Demócrata (1975) y de la Federación de Partidos Demócratas y Liberales (1976), integrada (1977) en la Unión de Centro Democrático. Miembro del Consejo Político de la UCD (1977-1982) y del Comité Ejecutivo (1979-1982); afiliado a dicho partido hasta que terminó sus funciones en la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados en octubre de 1982.
Senador (UCD) por la provincia de Sevilla y Presidente del Senado en la Legislatura Constituyente (1977-1979). Presidente de la Alta Cámara, tuvo el honor de refrendar la firma de S. M. El Rey en la promulgación de la Constitución de 1978. Como Presidente del Senado visitó —y mantuvo intercambio con ellos— los Parlamentos del Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, República Federal de Alemania, Italia, así como el Europeo y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, tomando parte en las reuniones de la Conferencia de Presidentes de Parlamentos Europeos.
Diputado por Madrid (1979-1982). Ministro de Administración Territorial (abril 1979-mayo 1980).
Collar de la Orden del Mérito Civil en el XXV Aniversario de la Constitución (2004). Gran Cruz de Carlos III (1980) y de Alfonso X (1998). Gran Cruz de Leopoldo de Bélgica, de la Rosa Blanca de Finlandia, Orden del Mérito de la República Francesa, etc. Título nobiliario de Marqués de Guadalcanal otorgado por El Rey el 12 de julio de 2008.
CURRÍCULO PERIODÍSTICO
Fundador y Director del semanario La Actualidad Española (1952-1956) y de la revista cultural Nuestro Tiempo (1954-1962).
Fundador y Director de la Facultad de CC. de la Información de la Universidad de Navarra —hoy Facultad de Comunicación— (1958-1962).
Director del diario MADRID (el llamado Madrid independiente) desde 1967 hasta que lo clausuró por razones políticas el gobierno de Franco, el 25 de noviembre de 1971. A causa de su defensa y promoción de las libertades de prensa y de expresión fue repetidamente sancionado el régimen, hasta un total de nueve veces, y hubo de presentarse por esos motivos ante tribunales políticos (tribunal de Orden Público).
Iniciador en España del "Instituto Internacional de Prensa" (International Press Institute) formó parte del "International Board" desde 1975 a 1978, en que cesó a petición propia por haber sido elegido Presidente del Senado español. Presidió la sección española de dicho Instituto, desde 1975 a 1978, y nuevamente desde 1981 a 1983. Intervino como ponente en las Asambleas de Filadelfia de 1976 y en la de Madrid de 1982. Fue designado "Honorary Life Member" del Instituto en la Asamblea de Estocolmo de 1984. El Executive Board le nombró (17 nov. 1999) uno de los 50 “World Press Freedom Heroes”, proclamado en la Asamblea en Boston el 3 de mayo de 2000. Con ocasión de esta distinción del IPI, el Senado le ofreció un homenaje el 6 de junio de 2000 (recogido en el libro “Antonio Fontán un héroe de la libertad de Prensa”. Secretaría General del Senado. Dpto. de Publicaciones, Madrid. 112 págs.
Ha sido miembro de los Consejos Editoriales de la revista Atlántida de Madrid (1962-1965) y La Table Ronde de París (1958 y ss.), y colaborador de diversas revistas tanto españolas, francesas, como alemanas.
Ha publicado más de un millar de artículos periodísticos sobre cuestiones de actualidad política, social y cultural en varios diarios españoles: ABC, La Vanguardia, El País, Ya, Diario 16, Diario de Navarra, La Actualidad Económica, etc.
Dejó más de 70 publicaciones, entre las que destaca Humanismo Romano (Editorial Planeta), Príncipes y Humanistas (Marcial Pons Ediciones) o Letras y Poder en Roma
CURRÍCULO ACADÉMICO
Profesor Ayudante (1945-1947) y Adjunto (1947-1949) de Filología Latina en la Facultad de Madrid. Catedrático de la misma disciplina en la Universidad de Granada (1949-1953), en la de Navarra (1956-1966), en la Autónoma de Madrid (1972-1976) y en la Complutense (1976 hasta su jubilación, el 30 de septiembre de 1989). Ha sido Vicedecano y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras la Universidad de Navarra y Director del Instituto de Periodismo (hoy Facultad de Comunicación). Catedrático Emérito en la Universidad Complutense y profesor Honorario en la Universidad de Navarra. Miembro del Patronato de la Fundación General de la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro del Consejo del Rector de la Universidad Complutense.
Presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de Madrid (1997-2004), miembro del Consejo Rector del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1997-2004). Ha sido Presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (1983-1985) y en el trienio anterior Vicepresidente de la misma. Socio de Honor de dicha sociedad y de la Sociedad de Estudios Latinos. Perteneció también a la Sociedad Española de Lingüística y a la Sociedad de Literatura Comparada. Forma parte del Consejo Editorial de la Colección Hispánica de Autores Griegos y Latinos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Desde 1950 ha realizado numerosos viajes de estudio e investigación a diversos países europeos y a los Estados Unidos, trabajando en bibliotecas de Italia, Francia, Austria, Suiza, Alemania, Bélgica, Suecia, Portugal, Norteamérica, etc.
Bajo la presidencia de honor de SS.MM. los Reyes se celebró entre el 8 y el 13 de mayo de 2000 el III Congreso del Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico. Homenaje a Antonio Fontán.
Doctor "Honoris Causa" por las Universidades de Alcalá y Rey Juan Carlos el 24 de febrero de 2009.
Falleció en Madrid, el día el 14 de Enero de 2010 y enterrado en el cementerio de la Almudena de la capital.

Documentación
Rafael Spínola

sábado, 12 de enero de 2013

Guadalcanal en el diario de las Cortes

DIARIO DE LAS CORTES. Núm. 13.
SESIÓN ESTRAORDINARIA DE LA NOCHE DEL 8 DE NOVIEMBRE
DE 1820.
Leída y aprobada el acta de la sesión extraordinaria anterior, se mando agregar á ella un voto particular de los señores Banqueri, Díaz del Moral y Ramos Garda contrario á la resolución de las Cortes tomada en la sesión ordinaria de la mañana, accediendo á la Indicación del señor Traver sobre que se suspendiese la resolución tomada acerca del censo de población de Granada.
El director interino de la imprenta nacional remitió á las Cortes trescientos ejemplares de la colección de decretos y ordenes espedidos por las Cortes ordinarias de 1813 y 1814 que acababa de imprimirse en dicho establecimiento. Se mandaron distribuir los expresados ejemplares, y abreviar el número correspondiente de ellos.
Don Bernardo Larrea y Villavicencio, mineralogista de profesión, e6ponia que en virtud de la comisión que se le confirió por real orden de 5 de enero de este año, procedió al examen, reconocimiento y ensayo de las minas de plata de Guadalcanal, y con solo el auxilio de treinta mil reales que se le han dado de fondos pertenecientes al gobierno, y cuatro mil reales que tomó á préstamo para continuar sus tareas, había logrado el desagüe de una mina inundada hasta su superficie y con lo cual y lo demás que resultaba de los documentos de que acompañaba copias, consiguió el descubrimiento de los ricos minerales de que presentaba muestras, y había extraído de la mina nombrada Santa Victoriana los que producían un nueve y medio por ciento, es decir, que cien libras de mineral contenían nueve libras y media de plata pura, y que calculado este producto metálico con los costos y gastos de su extracción correspondía á una utilidad de un cincuenta por ciento, exceptuando otros gastos que creía de poca consideración. Manifestaba su admiración por la asombrosa riqueza de aquella mina, y no dudaba que profundizándola mas, fuese tan poderosa como la que trabajaron los alemanes Marcos y Cristóbal Fucares, en la cual y en las de Constantino y Cazalla, cuyos escombros había reconocido, había encontrado el mismo vehiculo, y las mismas matrices que acompañaban á los minerales de Santa Victoriana, y presentaba la rica muestra que había conseguido de la de Cazalla. En prueba de la riqueza de aquellas minas refería cuanto se había dicho sobre ellas, y particularmente por Alonso Carranza, que en su tratado de moneda de España, página afirmaba que una semana con otra se sacaban de Guadalcanal sesenta mil ducados. Todo lo cual hacia presente al congreso por las grandes utilidades que debían resultar á la patria si se cultivaba el importante ramo de minería. Esta exposición se mandó pasar al gobierno con particular recomendación.

A la comisión ordinaria de hacienda pasó una exposición en que el ayuntamiento constitucional de la villa de Monovar, provincia de Valencia , exponía que en la tarde del día 27 de setiembre próximo había caído una horrorosa nube de piedra y agua que había arrasado, talado y destruido enteramente, no solo las cosechas de vino, principal ramo de industria, sino también los plantíos de viñedo y olivo que ocupaban mas de una tercera parte de aquel termino, quedando el vecindario en la mayor consternación; por lo cual suplicaba á las Cortes se sirviesen rebajarles á lo menos la tercera parte de las contribuciones venideras. (SIC) 

DIARIO DE LAS CORTES. Núm. 17.
SESION DEL DIA 13 DE ENERO DE 1911.
Se dió principio con la lectura de las actas del día antecedente.
Se leyó una representación del señor duque de Alburquerque, fecha en Londres, en la qual después de felicitar á las Cortes en su instalación, manifiesta los mas vivos deseos de sacrificarse por su. patria, y de continuar la carrera de las armas : incluyendo un manifiesto que ha publicado para vindicar su conducta que considera agraviada por la junta de Cádiz.
El Sr. Luxan: "Señor, la conducta militar y patriótica del señor duque de Alburquerque es tan manifiesta, que no necesita demostrarse. Sin embargo, yo que he sido testigo de vista de varias de sus acciones, no puedo menos de decir que con su pericia y valor ha libertado la patria, la ha salvado, igualmente que al exército de su mando; y que por esta y otras acciones es acreedor á que se'le declare benemérito de la patria. El duque de Alburquerque se hallaba en las orillas del Guadiana quando los franceses entraron por Sierramorena, y ocuparon la Andalucía; se hallaba con órdenes contrarias, digámoslo así, contrarias seguramente lá la salud de la patria, no porque se tratase de sacrificar esta, sino porque se le preyenia que fuese á los puntos por donde entraba el exército enemigo. El duque de Alburquerque que había estado disciplinando sus buenas, y excelentes tropas en D. Benito y otros pueblos inmediatos al Guadiana, tomó el camino de Sevilla por Guadalcanal, y el 24 de enero, quando yo me hallaba en Cantillana, se dirigió á aquella capital con mas de 8000 hombres. Su entrada en este punta ha sido la que ha salvado la patria, pues marchando por Cariñosa y otros pueblos quando ya los franceses estaban fmuy cerca, se dirigió aquí para salvar á Cádiz, y en él la nación entera. Sea que el Duque no ha manifestado quanto ha habido en el asunto, por-i que no lo haya creido oportuno, sea que por su modestia lo oculta, lo cierto es, que quando estaba cerca de Sevilla tuvo orden de volver sobre Córdoba. El Duque ahí no lo dice, pero yo lo sé. No volvió porque preveía que iba á perder su exército, y mas bien quiso, no obedecer la orden que sacrificarlo, y sacrificar la patria: sí salvó la nadan, y si existimos es por él y per su exército, y si vive España, vive por él y por su exército, y si esta provincia puede decir soy libre, lo debe al Sr. duque de Alburquerque y de su exército valeroso. Esta es la conducta pública, política y militar del duque de Alburquerque.
"Su conducta privada no necesita apología: yo sé que veia vendido su cabaña, y que con ella ha mantenido una parte del exército de su mando, empleando su producto en traer los víveres y varios efectos que necesitaba. Yo vi también conducir por el camino una vacada suya para aquel exército; y si se necesitasen- pruebas se podrian dar fácilmente: yo como testigo de vista lo digo ahora delante de la nación entera. Pero, Señor, esta virtud, estos hechos, no han sido premiados, y es preciso que lo sean. El mayor premio que se puede dar al duque de Alburquerque es declararle benemérito de la patria, (murmullo de aprobación). Lo pido así, Señor. Y supuesto que V. M. ya manifiesta aprobar el servicio hecho por este general y su exército en su retirada á esta Isla, y que con ella lo ha salvarlo y á Ia patria también , pido, repito, que se diga que el duque de Alburquerque y su exército son beneméritos de la patria, y que ya que este digno general quiere y desea servir á la nación en la carrera militar, se le emplee como corresponde en el mando de un exército. Antes que á una persona se le conozca por su conducta militar y política, sólo se tiene de ella una esperanza mas ó menos fundada segun su educación ú otras prendas que le adornan; pero quando se ha visto su proceder; entonces no es ya una esperanza, hay justicia para pedir y creer que sea buen político, buen militar, y que proceda como ha procedido hasta aquí." (sic)
Hemeroteca.- Centro de estudios Turolenses

miércoles, 9 de enero de 2013

La vejez es una enfermedad, la juventud es una trampa


Ningún hombre es una isla

El gran poeta Muñoz Rojas escribió páginas muy hermosas sobre los metafísicos del Barroco en Inglaterra, excelentes versificadores que alternaron el fervor religioso, los juegos de ingenio y la poesía amatoria. Autores como Herbert, Crashaw o Marvell, entre otros, dejaron en la literatura de las Islas un rastro imborrable, pero fue John Donne el que llevó a lo más alto los presupuestos de una poética que ha sido descrita como “la cumbre del puro espíritu”. La definición corresponde a Blanca y Maurice Molho, editores de una maravillosa antología de 1948  —Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII— que fue reeditada por Acantilado.  La colección Quintaesencia de  Ariel ha rescatado ahora unas Meditaciones en tiempos de crisis —traducidas por Ascensión Cuesta, con prólogo de Vicente Campos— que ojalá compraran por error esos sociólogos de urgencia (Emergent Occasions, dice el título inglés) cuyo discurso parece extraído de los libros de autoayuda. A John Donne se deben sentencias tan celebradas como la que afirma que “Ningún hombre es una isla…”, en cuyas palabras finales —“nunca mandes a preguntar por quién doblan las campanas, pues doblan por ti”— se inspiró Hemingway para titular una de sus varias novelas olvidables. Pero Donne, también en estas “devociones” poco o nada consoladoras, fue mucho más que un hacedor de frases ingeniosas.
Cita el atinado prologuista de las Meditaciones otra sentencia de Donne —“La vejez es una enfermedad, la juventud es una trampa”— para sugerir que el influjo del poeta inglés se ha proyectado en los autores más insospechados, relacionándola con esta otra de Philip Roth en Elegía: “La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre”. Pocos escritores, en efecto, tan alejados del puro espíritu como Roth, todo carnalidad o carne de psicoanálisis, cuya obsesión por las jovencitas voluptuosas emparenta sus fantasías con las variaciones de Woody Allen sobre el mismo tema. El de Newark puede ser lo que llamamos un viejo verde, pero es también uno de los novelistas mayores de Norteamérica. Hace poco Galaxia Gutenberg reunió las formidables novelas de su Trilogía americana y ahora hace lo propio con el otro ciclo protagonizado por su alter ego Nathan Zuckerman, que conforman La visita al maestro (1979), Zuckerman
desencadenado (1981) y  La lección de anatomía (1983), cerrado a modo de epílogo por La orgía de Praga (1985). El nuevo volumen de Galaxia —que incorpora las traducciones de  Ramón Buenaventura, cedidas por Seix Barral— ha rebajado considerablemente el cuerpo de letra, pero no la factura material ni la calidad de la edición.
Hubo otros escritores del exilio que, como decía de ellos Umbral, no eran para tanto, pero  Arturo Barea  es un grande incontestable y La forja de un rebelde, uno de los pocos títulos de la literatura memorialística española que han llamado la atención fuera de nuestras fronteras. Publicadas ya en Londres, donde Barea vivió de sus colaboraciones con la BBC, La forja (1941), La ruta (1943) y La llama (1944) —importa poco
si novelas autobiográficas o memorias en sentido estricto— ofrecen un testimonio impagable sobre lo que ocurrió en España desde los comienzos del siglo hasta el estallido de la Guerra Civil, pero son además una lectura apasionante y una rara muestra de ambición literaria. La nueva edición de RBA las ha reunido en un solo tomo prologado por Javier Pérez Andújar, que nos recuerda cómo en el caso de Barea —que como otros transterrados encontró en el desarraigo la solución a sus problemas personales— coincidieron el hundimiento del país y el suyo propio. “¿Es que vosotros, los franceses, estáis ciegos o es que ya habéis renunciado a ser libres?”, pregunta el protagonista en vísperas de su huida a Inglaterra. Le contestó otro español que más o menos por las mismas fechas emprendía el mismo viaje. El nombre, Manuel Chaves Nogales. Su respuesta, La agonía de Francia.
Desde mediados del siglo antepasado, las tensiones entre el apego a los valores de la tradición feudal y el impulso modernizador de la Era Meiji son uno de los temas recurrentes de la literatura japonesa contemporánea, pero es menos habitual —al menos para los lectores europeos— que tal conflicto sea contado desde una perspectiva femenina. Es lo que hizo Fumiko Enchi en Los años de espera (Alianza), donde una mujer, por ello más vulnerable a las costumbres reguladoras y las inercias patriarcales, narra su lucha callada frente a los dictados de la sumisión. La misma editorial ha publicado otra novela de la autora, Máscaras femeninas, donde dos viudas enfrentan las peticiones de compromiso que recibe la más joven. En ambas —traducidas por Keiko Takahashi y Jordi Fibla— comparecen los rituales de seducción, la infidelidad y el rosario de humillaciones asociadas al matrimonio, de acuerdo con parámetros que son historia en una parte del mundo y deberían desaparecer para siempre de la otra. La de Fumiko Enchi es una mirada lírica, doliente, delicada y sutilísima que podríamos llamar feminista pero sus novelas no atienden al discurso vengador sino a la dignidad de la víctima.
Refiriéndose a la “innegable aversión” por el correo de su admirado William Faulkner, cuenta Javier Marías, en una de sus Vidas escritas (Alfaguara), que tras la muerte del escritor se encontraron pilas de cartas no abiertas o que lo estaban, si procedían de editoriales, solo por un extremo del sobre, lo suficiente para comprobar que no contenían un cheque. No pocas, sin embargo, las debió abrir y contestar, porque de otro modo no tendríamos estas Cartas escogidas (Alfaguara), pulcramente editadas por  Joseph Blotner y traducidas por Alfred Sargatal y Alicia Ramón. La nueva recopilación, más extensa, es de obligada lectura para los devotos del dispendioso autor de Mississippi, y su aparición coincide con la de otra no menos valiosa —y hasta ahora inédita en castellano— que reúne los Ensayos & Discursos de Faulkner (Capitán Swing), traducidos e introducidos por David Sánchez Usanos con prólogo de  James B. Meriwether. De este modo el lector tiene a mano tanto las cartas privadas como las cartas públicas, incluido el breve pero memorable Discurso del Nobel (1950) donde Faulkner cifraba lo mejor de su ideario: “Es un privilegio [del poeta, del escritor] ayudar a resistir al hombre elevando su corazón, recordándole el coraje y el honor y la esperanza y el orgullo y la compasión y la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado”.
Aparece en los Compactos, pero lo mismo habría podido figurar en la serie roja donde  Anagrama relanza los clásicos de su catálogo. Publicado por primera vez en 1977, solo dos años después de que Herralde abriera oficina, El Nuevo Periodismo de Tom Wolfe forma parte del equipaje básico con el que muchos cronistas o medio literatos aprendieron el oficio antes de que entrara en vías de extinción, al menos en la forma en que lo conocieron los Reed, Southern, Mailer, Tomalin, Goldsmith, McGinnis, Christgau, Dunne o el propio Wolfe, que son los autores recogidos en la antología. Los reporteros apenas pisaban las redacciones, en las que aún imperaban los veteranos, pero formaban parte del mismo fermento que creó esa mitología —tópica pero no infundada— donde hubo momentos estelares y episodios de serie B. En lo literario, no se trataba de un género exactamente nuevo, pero la fórmula de los Wolfe y compañía ayudó a oxigenar los diarios y revistas de una época ya remota que hoy nos parece antediluviana. Hasta la ilustración de Julio Vivas, donde vemos a un héroe con trazas de Roy Lichtenstein y como de novela negra tecleando en su máquina de escribir, invita a la nostalgia de un tiempo heroico que no parece mejor, pero sí más excitante y acaso más libre.

Ignacio F. Garmendia
Revista Mercurio

sábado, 5 de enero de 2013

Sevilla y sus pueblos


Vista general
Visista al Guadalcanal de principio de los 80 del pasado siglo

Guadalcanal tiene 3.551 habitantes de derecho y una, población que experimenta una vertiginosa pérdida de, efectivos demográficos desde la década de los sesenta, en la que se marcharon a la emigración mas de 2.000 personas de la localidad, lo que supuso una sangría del 34 por ciento de su población. De  este golpe Guadalcanal todavía no ha conseguido recuperarse. En el pueblo nacen 14,4 niños por cada mil habitantes, y el índice de mortalidad se sitúa en el 8,3 por mil, en consecuencia; el crecimiento vegetativo arroja un saldo del 6,3 por mil. Se registran 286 personas analfabetas totales, lo que representa un porcentaje del 7,9 por ciento. Guadalcanal posee una incipiente industria de materiales de construcción, aceite y carpintería metálica.
Numéricamente, en el pueblo predomina  según la Cámara de Comercio de Sevilla, las empresas dadas de alta en el sector servicios y en el comercio. Desde el punto de vista agrícola, cuenta con 27.801 hectáreas, de las que son improductiva1.492 y no están labradas 16.175, un alto porcentaje como en la mayoría de los pueblos de la sierra. Predomina abrumadoramente el secano, con más de 6.000 hectáreas, sobre el regadío, que cuenta con 204 hectáreas. Los principales cultivos son los herbáceos, que se extienden por más de 6.000 hectáreas; en este grupo destacan los cereales y las oleaginosas. El olivar de molino es el segundo cultivo por orden de importancia, y ocupa 4.050 hectáreas.
El paro es esencialmente agrario, y como tal sus cifras oscilan de forma importante a lo largo del año. Los meses de más paro son los de junio y julio, meses en los que el número de desempleados  se mantiene en tomo a los 200. Los meses de menos paro son enero, febrero y marzo, no alcanzando el paro en esa época a más de 90 personas. 

Guadalcanal está considerada como una de las poblaciones más interesantes de la Sierra Norte Sevillana, tanto por su bello enclave natural como por los monumentos histórico-artísticos que encierra. Pertenece al partido judicial de Cazalla de la Sierra, y dista 109,5 Kilómetros de la capital. La villa, que alcanza una altitud de 662 metros, ocupa un pequeño y hermoso valle regado por el río Sotillo, dentro de un término municipal abrupto, configurado por las sierras Capitana, de los Vientos y del Agua, al que corresponden las entidades agregadas de La Estación, Florida, Postigo y Santa María.
Los vestigios arqueológicos de las cuevas de Santiago y San Francisco indican unos primeros asentamientos que corresponden a la etapa del Paleolítico Superior. Pero su fundación parece remontarse a los íberos, que le dieron el nombre de Tereses, Tereja, o como algunos suponen, Canani. Durante la dominación romana fue lugar muy transitado, ya que por estas tierras pasaba fundamentalmente la vía Híspalis-Emérita. De ahí los numerosos restos arqueológicos romanos aparecidos en esta zona, cuya principal pieza es un sarcófago encontrado en el cortijo de Santa Marina. Posteriormente pasará  a los árabes, que la fortificarán, debido a su posición estratégica, y le pondrán de nombre Guad-al-Kanal.
Reconquistada en 1241 por don Rodrigo Iñiguez, pasó por concesión real a la Orden de Santiago, aunque dependiendo en un principio de la vicaría de Tentudía, hasta que tuvo la suya propia con sede en Llerena, muy cerca de Badajoz. Lo que fue  alcázar islámico se convirtió entonce en castillo, del que sólo perduran actualmente un trozo de muralla y un arco de herradura, ya que sobre él se edificó en el siglo XIV la iglesia parroquial de la Asunción. También existen restos de la fortaleza de La Ventosilla, ubicada en el Cerro del Castillo.

La riqueza principal de Guadalcanal va a ser  en el siglo pasado y principios del presente la explotación de las minas  hierro, plata, cobre, carbón y hierro, aunque hoy sólo merecen citarse las de barita. Hay que señalar también buenas cosechas de aceitunas, cereales y oleaginosas,  así como sus importantes recursos ganaderos.
Entre sus hijos ilustres figura el poeta Adelardo López de Ayala, en cuya memoria se alzó un monumento en la plaza de España, y el descubridor  la isla que lleva el nombre del pueblo  en el Pacífico: Pedro Ortega Valencia.
Los primeros días de septiembre celebra la feria, y el último sábado de abril y último domingo de septiembre, romerías al santuario de la Patrona, Nuestra Señora de Guaditoca. 

Monumentos religiosos
Iglesia de Santa María de la Asunción.
Según la Guía Artística de Sevilla y su provincia editada por la Diputación, es un templo de estilo mudéjar que se encuentra adosado a una muralla almohade, y que fue construido en los siglos XIV y XV,  ampliándose en el XVI y XVIII. Sus tres naves con cuatro tramos separadas por arcos apuntados sostenidos por pilares, se cubren en la central con bóveda escarzana dieciochesca y en las laterales con bóvedas de cañón. La cabecera presenta bóveda de Crucería. La capilla sacramental corresponde al siglo XV y las capillas de la cabecera al XVI. La portada de la nave izquierda es la más interesante; pertenece al siglo XVI y consta de arquivoltas apuntadas y va rematada por pináculos; está coronada por un alero de modillones. Sobre la primitiva muralla almohade se eleva la torre, de planta rectangular y cinco cuerpos, concluida en el XVI. El retablo mayor es moderno y alberga un Crucificado del XVI y unas tablas del mismo siglo que representan a San Pedro, San Pablo y la Ultima Cena. La iglesia contiene varios retablos de época barroca, así como diversas tallas de valor, destacando el Cristo de la Humildad, del XVIII, y San José con el Niño, del mismo periodo. Guarda algunas pinturas notables, rejas de interés y algunos objetos de orfebrería.
Iglesia de Santa Ana. —
Edificio mudéjar construido en el siglo XVI y reformado en el XVIII. La estructura interior del templo de una sola nave y cinco tramos pertenece a la primera etapa, así como el pórtico situado delante del muro derecho constituido por arcos apuntados.
El interior está distribuido por arcos transversales. La torre-fachada es también de la primera época. El retablo-mayor está realizado con elementos del retablo de San José de Santa María de la Asunción. En él sobresalen las esculturas dieciochescas de Santa Bárbara y Santa Catalina. El grupo de Santa Ana y la Virgen es moderno. Guarda algunas obras procedentes de la parroquia de San Sebastián, como la imagen de vestir de la Virgen del Carmen, del XVIII.
Otros monumentos notables son: La iglesia del Espíritu Santo, del XVII, con un valioso retablo mayor; ermita de Nuestra Señora de Guaditoca, del XVIII, donde recibe culto la Patrona de la villa; la antigua iglesia de San Sebastián, de estilo gótico-mudéjar y convertida en mercado de abastos; iglesia de la Concepción, del XVII; antiguo hospital del Milagro, con portada del siglo XV, y la antigua iglesia de San Vicente, construida en el XVIII. 

Publicado en ABC de Sevilla en Febrero 1982 sobre texto de P. Ferrand y B. J. Cañibano