Poltergeis en Guadalcanal
En Granada tiene su origen la presente
investigación, el 16 de diciembre de 2004. No es que los
fenómenos poltergeist de los que haré mención
ocurrieran allí sino que fue en los fríos picos de
Sierra Nevada donde conocí al matrimonio que me puso al
corriente del caso.
Él, casualidades del destino,
trabajaba en el edificio de la Diputación de Sevilla, donde se
producían fenómenos anómalos, sobre todo por la
parte del sótano. Al yo hacerle un comentario al respecto,
quizás temeroso de que yo fuese periodista, bien por
desconocimiento o porque hubiera sido advertido por sus superiores,
se limitó a hacer una simple afirmación y desvió
mi atención contándome que en el centro de salud de
Guadalcanal se producían fenómenos también
(“también” como en la Diputación de Sevilla,
supongo que se refería), escuchándose golpes, pasos y
movimiento de muebles.
Tres días más tarde, para
aprovechar bien las vacaciones que estaba disfrutando, andaba por
aquella localidad con mi vieja cámara de video, que utilizo
como grabadora. Es un pequeño truco: si pongo una grabadora
delante de alguien, no habla.
Mi primera visita fue, sin lugar a
dudas, el centro de salud y pude comprobar que no me habían
engañado. Mi intención era simplemente recoger la
historia y buscar testigos directos que me confirmaran lo dicho. Fue
fácil. La gente estaba dispuesta a hablar. La joven que me
atendió no sabía demasiado del tema pues no llevaba
mucho tiempo en el lugar por lo que me remitió al conserje o
al médico que llevaban años trabajando allí. Tan
sólo me dijo que después de haberse bendecido el lugar,
haberse hecho un exorcismo o una limpia, los tres términos
utilizó, los fenómenos habían remitido. Más
tarde comprobaría que eso no era así. Como ni el
conserje ni el médico estaban quedé en volver en otro
momento. Ambos se habían ausentado para asistir a un enfermo.
El mejor que podría informarme
sobre esa bendición al lugar de la que hablaba la joven del
centro de salud tenía que ser el párroco por lo que a
él me dirigí. No estaba, se había ido de
vacaciones, pero quien me atendió puso gesto severo y negó
tajantemente tal circunstancia y cualquier hecho anómalo. Mi
impresión fue la contraria.
Vecino a la iglesia está el
edificio del ayuntamiento y en su fachada aparcado un coche de la
policía local. La policía municipal bien podría
tener buena información. Tuve suerte ya que me encontré
con un hombre que había sido testigo de cierto acontecimiento.
El agente sufre desde siempre de fuertes migrañas que a veces
deben ser tratadas con potentes calmantes. Cuando esto le ocurre
acude sin dilación al centro de salud. Cierto día se
presentó en el lugar como otras veces, fue atendido por el
médico y posteriormente por una ATS para serle administrado un
inyectable. Al día siguiente esta ATS al ver a la esposa del
agente le preguntó qué le había dicho su marido
de los sucesos de la noche anterior. La esposa, que no tenía
noticias de nada, así se lo hizo saber a esta sanitaria que
acabó confesando su extrañeza, pues la fuerte
respiración jadeante que se escuchaba mientras inyectaba al
policía era impresionante. El agente me aseguró que él
aquella noche no escuchó nada, posiblemente por su dolor de
cabeza.
La rapidez con la que había
conseguido a un testigo me llevó a preguntar a más
gente. Quería saber qué podía originar los
fenómenos y apareció el nombre de Maria, la del miedo.
¡Interesante apodo para alguien! Según me explicaron
María vivía en una casa cerca del cementerio. En un
momento dado de su vida comienza a notar la presencia de un “fraile”
fantasmagórico que la ronda. Esta presencia a veces venía
acompañada de un sonido de cadenas. Su miedo se acrecentó
cuando empezó a recibir golpes y pellizcos que hacían
que amaneciera toda llena de moratones y con señales de los
maltratos recibidos y llegó a tal punto que vendió su
casa y se trasladó a otra que había en el solar que
ocupa actualmente el centro de salud. La mujer seguía
sufriendo a esa entidad y optó por hundir la casa y volver a
levantarla de nuevo para librarse de ella. Aquella presencia la
conminaba, entre otras cosas, a buscar un pasadizo que unía su
nueva casa con el cementerio. Si se negaba su familia sería
castigada de la misma manera que ella: atormentada por la presencia
de aquella entidad. La hija de María, la del miedo, también
sufrió estos fenómenos pero durante un periodo muy
corto de tiempo.
La casa de María fue abandonada
y permaneció su solar vacío hasta que terminó
por construirse el centro de salud. El solar había pertenecido
al antiguo Hospital de la Caridad, anejo a una derruida iglesia, que
se comunicaba mediante un túnel con el cementerio de la
localidad.
El conserje y el médico habían
vuelto y la entrevista con ellos fue bastante fructífera. El
doctor me atendió muy gentilmente. Me contó que había
vivido en el edificio desde su inauguración en 1976. En un
principio aquello servía como vivienda del médico y
como lugar de trabajo. Una noche comenzó a escuchar fuertes
ruidos y crujidos y pensó que se trataba del asentamiento de
los cimientos de aquel edificio tan nuevo. Hasta que alguien inició
su ascenso por las escaleras. Aquella ascensión terminó
por aterrar al médico que salió corriendo hasta la
calle y allí quedó hasta que por casualidad pasó
una pareja de la guardia civil. El médico los invitó a
que lo acompañaran un rato y estos agentes escucharon los
sonidos. Con los días fue acostumbrándose a los golpes
y desde entonces ya no les presta demasiada atención porque
los sucesos seguían produciéndose. También me
habló de testigos que habían visto volverse los cuadros
de la paredes, aunque él no había presenciado esos
fenómenos, y me contó que un investigador junto con dos
sensitivas habían estado allí y que habían
descubierto la presencia de una “monja” y un “niño".
Seguramente a la labor de las sensitivas era a lo que se refería
la chica del mostrador cuando habló de exorcismos y limpias.
Era mi segundo testigo directo. La
tarde se me echó encima y me prometí que otro día,
a la menor brevedad posible, tendría que volver y hablar con
familiares directos de María, la del miedo, que todavía
vivían.
Retornaría a aquella localidad
el 26 de diciembre pero las entrevistas que hice fueron infructuosas
y ningún familiar quiso contarme su versión. No todo
iba a resultar mal aquel día. Al pasar junto al centro de
salud vi que el mismo médico que me había recibido en
la primera ocasión estaba otra vez de guardia por lo que no
quise abandonar el pueblo sin despedirme de él... quizá
me diese más información. Lo que me dio fue permiso
para poder recorrer el edificio y hacer todo lo que quisiera por
allí. Como llevaba mi “equipo” en el coche la actuación
fue rápida. Directamente me fui hacia el lugar donde antaño
estaba ubicada la vivienda. Debía ascender las escaleras donde
en 1976 se escucharon los pasos y ahí coloqué en primer
lugar mi grabadora. Me llegaban sonidos desde la sala de espera del
centro de salud, abarrotada con gente por los fríos intensos
que se estaban sufriendo, así que cerré la puerta que
separaba ambas estancias.
El espectáculo de sonidos y
crujidos que se produjo a partir de entonces fue impresionante y la
puerta que yo había cerrado comenzó a moverse como si
alguien estuviese comprobando que estaba cerrada e intentase abrirla
a base de tirones. Era tal el estrépito que me giré y
la fotografié desde mi ubicación. La puerta acabó
abriéndose y creyendo que era el médico o alguno de sus
acompañantes que querían gastarme una broma bajé
sigilosamente y metí la cabeza por la ranura que se había
hecho. Allí no había nadie.
Cerré nuevamente la puerta y
ascendí hasta la primera planta. Fotografié el resto de
las habitaciones, salvo los dormitorios, a los que no quise entrar, y
mi grabadora puesta otra vez en funcionamiento volvía a captar
los empujones que estaba sufriendo la puerta. Ahora comprendía
por qué el médico me había dicho que seguía
escuchando el sonido y que ya no le prestaba atención. Lo
curioso para mí era que el resto de sus compañeros no
advirtieran el constante repiqueteo de aquella puerta que sólo
callaba cuando era abierta.
“Corrientes de aire”, podría
pensar cualquiera, pero la simple llama de un mechero fue suficiente
para comprobar la inexistencia de viento que originara el “baile”
de la puerta.
Aquel
era un lugar de trabajo, con enfermos, y no quise seguir
importunando. Durante media hora, aproximadamente, deambulé
por el edificio tomando fotografías e imágenes con mi
cámara de video. Me di por satisfecho con los sonidos que
había tomado, aunque no hubiese
conseguido ninguna psicofonía, y que habían dejado
constancia del estruendo de la puerta.
Fuentes.- www.looculto.com
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